Kingdom Come, de Mark Waid y Alex Ross
El mundo de los superhéroes tiene el atractivo de poner en texto e imágenes grandes historias acompañados de un dibujo que nos proporciona el complemente perfecto para que nuestros sentidos vayan juntos y no se dispersen. Las novelas gráficas o los cómics defienden así un puesto en la vida de todo lector que, para aquellos que se introducen en este tipo de publicaciones, son visitas obligadas para desentrañar, un poco más, el mundo que rodea a personajes que ya forman parte, desde hace años, del imaginario colectivo que rodea a toda la sociedad. Nombres como Superman, Batman, Wonder Woman o Green Lantern, ya no suenan a desconocido para nadie en absoluto, y casi diría que se han convertido en compañeros en muchas de las especialidades de la cultura mundial, ya sea en su versión impresa o audiovisual – las adaptaciones de los cómics que están surgiendo da buena prueba de ello -. Introduzco de esta manera Kingdom Come porque la historia que se guarda dentro hace mucha referencia a esa sociedad que encumbra y destruye a personajes que son como dioses, para después, de alguna manera, olvidarlos hasta que las cosas vuelven a ponerse feas. Si esto fuera una novela – y me arriesgo a decir que podría ser estudiada como tal, no como sólo una novela gráfica – los personajes estarían en una encrucijada, a punto de rebasar una línea que los llevará a la guerra y que pondrá sobre las cuerdas todo aquello que han conocido hasta el momento. Hay mucho que contar sobre esta historia, así que olvidémonos de introducciones y vayamos al lío, que de eso se trata.
La evidencia que recorre las páginas de Kingdom Come es la siguiente: estamos ante una de las mejores obras orquestadas en lo que va de la historia del cómic. Aquellos que la conozcan y la veneren – como ahora lo hago yo – podrán dilapidarme cuando lean que, una de las razones por las que no me había acercado a esta historia, era por mi aprensión al dibujo de Alex Ross. Supongo que me resultaba demasiado real, o simplemente es que me soy más afín a otro tipo de dibujo que al que aparece aquí. Pero en cualquier caso, esta novela gráfica sobre el retiro de Superman, y toda su liga de la Justicia, y su posterior vuelta para intentar detener una guerra que está a punto de estallar entre la nueva generación de héroes y los ya antiguos, es una de las grandes obras de Mark Waid y echa por tierra aquellas razones que despliega la gente poco entendida en estas materias en que los cómics son para niños. Una historia adulta, reflexiones sobre la humanidad, críticas a la política – que, si se me permite la licencia, están más actuales que nunca -, defensa y negación de la violencia, la necesidad de creer en alguien, sea superhéroe o uno mismo, para poder avanzar y detener el peligro que se avecina, todo en un guión perfectamente narrado y organizado para que tengamos la necesidad de seguir hasta la última página y descubramos qué es lo que sucederá con esos héroes que siempre pensábamos que salvarían a la humanidad y que pueden dar un giro en sus vidas.
Cuando Kingdom Come llegó a mi vida lo hizo por mediación de mi compañero de la librería y gracias a ECC que aportó el granito de arena de reeditar esta gran obra que ahora tengo a mi lado y que recomiendo a todo el mundo. Suele decirse que lo grandioso de una obra está en los ojos del que la mira, en lo que ésta consiga ofrecerle, y en todas esas emociones que recorran la piel cada vez que se pase una página o – en este caso – se vea una imagen que llene los marcos de una hoja y que nos haga estremecer con el detalle tan preciso con el que está creada esta obra. Puede que yo estuviera equivocado desde el principio y sólo tuviera que adentrarme en el mundo de este cómic para considerar que el dibujo de Alex Ross es magistral y que se agradece que Mark Waid creara algo así donde pusiera a los superhéroes en el mismo nivel que los humanos y viéramos, con nuestros propios ojos, que sus decisiones no se diferencian tanto de los de la humanidad en su conjunto. Al fin y al cabo, ¿quién dijo que tener poderes y proteger al ser humano – incluso de sí mismo – fuera fácil?