Si hoy me dijeran que dentro de muy poco dejaré de recordar, no sé cómo reaccionaría. Sammie decidió crear una especie de diario para que su yo del futuro no olvidara cosas imprescindibles. Ella se lo tomó bien, asumió que eran cosas que podían pasar. Unos nacían con estrella y otros, estrellados. Antes de saber que padecía NP-C, una enfermedad neurodegenerativa, a Sammie únicamente le importaban sus estudios y su futuro profesional. Acudía a todos los concursos de debate organizados por su instituto, estudiaba sin descanso durante horas, sin perder de vista su objetivo: estudiar en la Universidad de Nueva York y convertirse en la mejor abogada de Derechos Humanos de todo Estados Unidos.
Pero todo eso se fue al garete el día que le dijeron que su memoria no podría retener más recuerdos ni más datos. Que sus músculos se irían atrofiando poco a poco, que tendría que ir en una silla de ruedas y que llegaría un momento en el que sus órganos dejaran de responder. Lo que más le dolía a Sammie no era perder todas sus capacidades físicas, sino que su yo del futuro no tuviera identidad, que no supera siquiera quién era, quién había sido. Por eso decidió invertir el poco tiempo que le quedaba en escribir un libro donde dejara constancia a su yo futura de las comidas que le gustaban, la música que le ponía los pelos de punta, o todos los datos relevantes sobre su familia.
Lara Avery nos cuenta a través de los diarios de Sammie cómo se siente una persona cuando es diagnosticada de una enfermedad como la NP-C. Es como si todo se derrumbara, como si ya nada tuviera sentido, como si la luz se hubiera ido para siempre. Pero no os penséis que este es un libro dramático, lleno de escenas que hacen que se nos salten las lágrimas —aunque es cierto que hay alguna que otra—. Sammie es una chica que tiene un humor muy negro y para ella NP-C no es sinónimo de derrota. Le queda poco tiempo, así que lo mejor es no gastarlo en lamentarse y deprimirse. Tomará la medicación que haga falta y seguirá viendo el mundo desde esa perspectiva tan cínica que a ella le caracteriza. Irá a fiestas, seguirá preparándose para los concursos de debates e intentará ser una chica normal. Aunque no es tarea fácil. Sabe de sobra que pronto va a dejar de reconocer a sus hermanos y que no sabrá ni lo que ha desayunado, así que tendrá que hacer un esfuerzo increíble para que la luz venza a la oscuridad.
Voy a confesar que he llorado —bastante— al finalizar el libro. Es como una jarra de agua fría que te tiran por la cabeza. Pero también me he reído muchísimo con Sammie y con Cooper, su mejor amigo de la infancia, que es el único (quitando a su familia) que desde un principio sabe de la existencia de la enfermedad y que hará todo lo posible por mantener a Sammie animada y consciente. Porque últimamente nuestra protagonista tiene momentos de crisis en los que no sabe ni dónde está, ni qué está haciendo.
Kit de supervivencia para mi futura yo es una oda a la esperanza y al buen humor. Nos enseña que, por muy difíciles que nos quiera poner las cosas el destino, hay que ser fuerte y afrontar las tormentas que nos vengan con un buen paraguas y sin miedo a mojarnos. Porque en esta vida, nada es perfecto. Nos caemos, nos levantamos, nos herimos, nos sanamos, nos derrumbamos, volvemos a renacer y también nos mojamos. Nos mojamos con las lágrimas que se derraman al saber que una enfermedad como la NP-C nos acecha; con las que salen de nuestros ojos al enterarnos de que no podremos ver jamás a un ser querido; o con las que brotan sin querer al darnos cuenta de que este mundo no es justo. Pero siempre hay que hacer como Sammie, mirar adelante y avisar a nuestro futuro yo de que, pase lo que pase, confiamos en su fortaleza y en su capacidad de salir impune de cualquier tormenta.