Por suerte para los que somos unos enamorados del género, libros de relatos hay muchos, siempre los ha habido y siempre los habrá. Incluso, yo creo que cada vez hay más. Otra cosa muy distinta es lo que cada uno busque cuando se decanta por este tipo de literatura. En mi caso, y desde hace algunos años (pocos, por desgracia) lo tengo meridianamente claro y si se lo tuviera que trapear a usted con un poco de flow (ahá-morena-ahá), le cantaría algo así como “dame veneno que quiero morir, dame veneno.” Ya me entiende: rápido y mortal, y todo eso.
Kiko Amat dice en una faja sobre este Knockemstiff, obra con la que se dio a conocer allá por el año 2007 el escritor norteamericano Donald Ray Pollock, que es uno de los mejores libros que leerá usted jamás, pero eso también lo han dicho de (ponga usted aquí el título que quiera, que a mí me da vergüenza ajena) por lo que mejor esperaremos a ver. Sin embargo, yo me voy a sumar a la opinión del señor Amat, pero añadiré, si el señor Amat me lo permite, que, al menos respecto al género del relato, me encantaría que todos los libros que me quedan por leer fueran, por lo menos, parecidos a éste.
Y es que parece que Donald Ray Pollock, al igual que le ocurrió al gran Chris Offutt con su tremendo Kentucky seco, se sacó de las tripas un cuchillo en forma de libro de cuentos también descomunal, unas historias que tienen lugar en Knockemstiff, Ohio. Knockemstiff, Ohio, es su pueblo natal, una aldea de mala muerte de poco más de doscientos habitantes con nombre de campo de concentración nazi, donde el autor vivió y trabajó durante gran parte de su vida y de la que poco se sabe hoy en día. Vaya zonas guapas para una luna de miel que nos estamos encontrando en esta parte de Estados Unidos, ¿no cree?… En fin, le decía que allí vivía el bueno de Pollock antes de conseguir escapar y de apuntarse a varios cursos de escritura (otro igual que Offutt) para terminar contándonos, ya pasada la cincuentena, estas oscuras y violentas historias de seres humanos al borde de la aniquilación o ya totalmente destruidos.
Hablamos de drogas, violaciones, asesinatos, alcoholismo, pobreza extrema, amistades peligrosas, amores perros, prostitución…Posiblemente hablamos del lumpen más sucio y brutal de Norteamérica ¿de acuerdo?, así que desayune usted bien, no me venga a decir luego que no se lo advertí. Pero también, y es de lo más maravilloso de este libro, entre estas historias nos encontramos con mucho, pero que mucho humor. Y eso, con tanto desastre por metro cuadrado, es como el cigarrito de después. Pero también vemos la misma esperanza y confusión de siempre, los mismos anhelos que le mueven a usted o a mí; los de unos seres humanos inocentes en realidad, niños que en algún momento quedaron totalmente expuestos a la barbarie de la vida y que hoy son hombres y mujeres marcados para siempre, hombres y mujeres que no eligieron estar allí y que se abandonan definitivamente y tratan de sobrevivir sin alma o de morir de una vez. Palurdos-como los llama el autor-atrapados en un terrible e incomprensible destino, mordidos por una rata apestosa e inmunda que va saltando de generación en generación y llenando de mierda los sueños y los corazones de los protagonistas de estos fantásticos cuentos.
Pollock nos aclara en una nota de agradecimientos al final del libro que las historias que nos cuenta de Knockemstiff son pura (y añado yo: maravillosa) ficción, y que sus vecinos son “gente normal” y todo eso. Pero cuando uno termina de leer las dieciocho historias que componen el libro empieza, cuanto menos, a cuestionárselo seriamente. Y todo debido a la cantidad de elementos realistas que contienen los relatos, a la verosimilitud que todo eso, por muy horrible que sea, le da a los personajes y a sus historias personales. Y gracias, también y sin ninguna duda, al estilo directo, certero y sin alambiques que utiliza el autor, que nos presenta una voz totalmente curada de espanto pero una voz también emocionada, nada sentimentaloide, objetiva y detallista. Alguien que parece saber muy bien de lo que habla.
Además, Pollock utiliza un recurso narrativo curioso para lograr generar en el lector esa sensación de verosimilitud y aportar unidad a la obra. Un elemento estructural que ya he visto alguna que otra vez cuando se trata de relatos breves (se me viene a la cabeza El Boxeador Polaco, de Halfon, si no recuerdo mal y algún que otro libro de cuentos de algún escritor español) y que, personalmente, no me acabó de convencer del todo, pero que aquí produce una sensación bien distinta. Me refiero a que algunos de los cuentos comparten lugares y, sobre todo, personajes pero que son tratados desde diferentes perspectivas, que aparecen en otro momento temporal o incluso que pasan de ser protagonistas en unas historias a meros figurantes en otras, aunque- y aquí está la clave- siempre sin abusar del recurso y sin que ese sea el objetivo real de la obra. De esta forma, Knockemstiff, cobra mucha más vida en nuestra mente porque hay cuentos donde reconoceremos perfectamente a alguno de sus dolientes vecinos y nos convertimos en paseantes de sus decadentes calles.
Por eso, me parece que Pollock nos vacila un poco en su afirmación, en esa anotación (siempre legítima, claro) sobre la limpieza de espíritu de las gentes de su pueblo. Al menos yo quiero pensar que varias de esas personas son tan reales como usted o como yo y que alguno de ellos sigue ahí, soñando con otra clase de vida en mitad de un cuelgue de bactine sin saber siquiera que ya no está tan solo.
Supongo que, aunque no tenga ni puta idea de dónde queda Knockemstiff, Ohio, Donald Ray Pollock me ha recordado con estos salvajes cuentos que, en realidad, Knockemstiff, Ohio, está en todas partes y que quizá la única ficción que exista, la única vida sin sentido, sea justamente la mía.