Si tuviera que decir dos novelas que no me atrevo a leer, enseguida me vendrían a la cabeza Ulises, de James Joyce, y Moby Dick, de Herman Melville. Con la primera no me animo porque me han dicho que no hay quien la entienda; además, he leído tanto sobre lo pedante que era Joyce que lo tengo atravesado. Y con la segunda tampoco me he decidido porque, en general, las historias que transcurren en barcos me aburren y porque una vez leí que rechazaron publicarla diciendo que era «demasiado extensa y más bien anticuada». ¡Eso pensó un editor a mediados del siglo XIX! Imagínate que la obra, encima, haya envejecido mal… No obstante, siempre me ha gustado su frase inicial, tan sencilla («Llamadme Ismael»). Así que, en el fondo, algo de curiosidad sí tenía. Por eso me ha encantado encontrarme con La ballena, de Jane Toriseva.
Como no he leído la obra original de Herman Melville, no sé si esta novela gráfica ha adaptado fielmente la historia o tan solo se ha inspirado en ella. El caso es que en la primera página ya conocemos al famoso Ismael. Se trata de un joven que busca cama en una pensión y ha de compartir cuarto con Queequeg, un nativo, que quiere cazar ballenas, como él. Pese a las advertencias de los lugareños, ambos se enrolan en el ballenero Pequod, cuya tripulación está dispuesta a llegar hasta las puertas del mismísimo infierno para dar caza a la ballena Moby Dick, el demonio blanco que convirtió al capitán Ahab en un hombre apuntalado.
A lo largo de la travesía, asistimos al día a día de un barco, y pronto nos damos cuenta de que la muerte es un acontecimiento más, pues, en el mar, a veces hay que sacrificar a un hombre para que los demás puedan salvarse. No faltan las cuentas pendientes entre marineros, sus cogorzas y sus bromas. Pero la obsesión del capitán por matar a la ballena cada vez es más evidente y se van alejando de las costumbres de la sociedad civilizada. En alta mar, no existe nada más que ese barco, y la sed de venganza es más poderosa que todo lo demás. Algunos temen que dios se tome sus comportamientos como una blasfemia y les haga pagar el precio.
La ballena no es solo la aventura de unos marineros capitaneados por un hombre loco, sino una historia donde el humor está presente, cosa que no me esperaba y me gustó mucho. Y, sobre todo, es el retrato, incluso crítica, de una época donde la religión desempeñaba un papel crucial en los miedos de la gente, los blancos trataban a los nativos como semipersonas y veían sus rituales paganos como la causa de todos los males.
Por una vez, las doscientas dos páginas de aventuras en un barco me han atrapado. No sé si las más de setecientas páginas de la obra original también lo hubieran conseguido, así que, por el momento, me limito a recomendar La ballena. Será mi pequeño homenaje al clásico de la literatura Moby Dick, en el doscientos aniversario de su autor, Herman Melville.
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