No hay nada mejor que preguntar a los muertos para conocer el pasado con pelos y señales, y nadie como las prostitutas para contar una buena historia de amor. Podríamos escribirlo a la puerta de las iglesias y enfrente de los colegios, y al lado añadir que la belleza es una herida, y que cada uno interprete si gusta o duele o si quizá las dos cosas a la vez.
La novela más conocida de Eka Kurniawan, indonesio del 75, ha tardado quince años en llegar traducida al castellano. Nunca es tarde si la dicha es buena, o más vale tarde que nunca. Tan bello como trágico, su relato de casi un siglo de historia de su país, desde que ni siquiera aparecía en los mapas como tal, ha sido comparado con Cien años de soledad y La casa de los espíritus, ha sido trasladado a otra treintena de lenguas y me extrañaría que no terminase siendo una película, porque puede formar parte de cualquier género en la gran pantalla, desde un film bélico a una comedia romántica pasando por una de terror o, cómo no, un thriller.
Por ahora nos conformaremos con este medio millar de páginas que nos acercan una versión asiática del realismo mágico a través de las memorias de Dewi Ayu, una prostituta con cuya vuelta de entre los muertos se inicia la narración, y sus cuatro hijas. Una de ellas, la menor, es el ser más feo de la Creación, pero sus tres hermanastras son las mujeres más hermosas que ha contemplado la antigua ciudad de Halimunda en siglos. Rodeadas de codicia y monstruosidad, hijas ellas mismas del incesto y la violación, su belleza se convierte en el mejor pasaporte al sufrimiento en un lugar en el que todo se consigue con el ultraje. Primero serán los holandeses de la metrópoli, después los japoneses, luego los propios indonesios: de una manera u otra el ciclo de la violencia se verá perpetuado alrededor de Dewi Ayu y su estirpe durante décadas. Solo encontrarán consuelo, ellas y sus parejas, en el amor y en el sexo, pero cuanto más intensamente amen y follen, más dura será la caída cuando todo termine a manos de la siguiente revuelta.
Parte saga familiar, parte relato político, parte cuento de fantasmas, Kurniawan consigue integrar la tradición oral indonesia con el recuento de lo ocurrido en su país en una novela de altos vuelos que entretiene y al mismo tiempo nos enseña algunas cosas. Halimunda es inventada, sí, al igual que Macondo, pero la ocupación japonesa de la ciudad calca el desembarco en Borneo y la matanza de comunistas que termina con mil doscientos cadáveres en la ciudad es el genocidio de Suharto. Porque la Historia, así, con mayúsculas, a veces no sirve para explicar la historia, con minúsculas, y son necesarias novelas como esta para completar el relato. Que los muertos regresen de la tumba y los vivos tengan poderes mágicos y los perros se puedan casar con las mujeres solo sirve para hacer patente un hecho fundamental: lo que se recuerda es lo que se cuenta, y la verdad de hace años está tan lejos de la propia verdad como lo que inventamos para contarla.
Hay que echarle imaginación y hacer un ejercicio de suspensión de la incredulidad para poder disfrutar, bastante, de La belleza es una herida. Tiene humor, en ocasiones cruel, y una notable capacidad de sorprender a la vuelta de cada página. También trae consigo una dosis de violencia capaz de espantar a los más sensibles y, a ratos, puede provocar cierto desconcierto sobre el recorrido por el que quiere llevar al lector. Aquellos que una vez gozaron con García Márquez o Faulkner y se acaban de dar cuenta del tiempo que ha pasado desde la última vez que los leyeron, le sacarán jugo a Kurniawan. También los aventureros de sofá, los historiadores frustrados, los nietos de Marco Polo. Quizá su mayor problema sea que en ocasiones recuerda demasiado a otras obras que ya llegaron para quedarse en nuestro inconsciente colectivo; el tiempo dirá si se acerca a ellas como igual, como su equivalente regional o como poco más que una buena copia.