Reseña del libo “La bestia”, de Carmen Mola
Un amigo me dijo una vez: “a Planeta se la suda que hablen mal de ellos. Lo que les interesa es que se hable de ellos, bien o mal, pero que se hable de ellos, que generen movimiento, ruido a su alrededor”. Y qué cierto es. Dejando al margen el “robo” legal de autores de otras editoriales (Javier Cercas, por ejemplo), cada premio Planeta es un torbellino de rumores, apuestas y acusaciones de tongo, de que el premio está “hecho por encargo” con meses de antelación…
Sea como sea, me da igual. En esta ocasión, segunda vez que no asisto a la entrega del premio por culpa de la puta pandemia, la ganadora ha sido Carmen Mola. Y vaya si han corrido ríos de tinta al descubrirse que Mola no era una mujer sino tres hombres. Como tampoco han sido pocas las reacciones de gente indignadísima (pobrecitos todos ellos) tachando al trío de oportunistas, de aprovecharse del nombre de una mujer para vender más libros y patatín patatán. Gente que se sentía engañada porque querían leer a mujeres de verdad (cuando lo que realmente debe interesar es el contenido y no la autoría o el género de esta). Hasta había quien por criticar criticaba la portada.
Pues ¿qué queréis que os diga? A mi me parece genial. Si un autor, o tres, quieren pasar desapercibidos, huir del posible acoso mediático, que mejor que ocultarse bajo un pseudónimo y que mejor forma de despistar a la gente que cambiando el género de masculino a femenino. ¡Si hasta yo mismo escribí un libro y lo firmé con nombre de mujer!
Por otra parte, Planeta ha suscitado tanto interés en Mola que ha logrado que me leyera los tres tochos de Alfaguara de la trilogía (¿he oído que habrá un cuarto tocho?) de La novia gitana en una semanita. Y me encantó.
Todo esto para empezar a comentar algo de La bestia, un libro en el que se identifica perfectamente el estilo molaniano y que también he devorado. Una novela trepidante, con muchos frentes abiertos, en un Madrid de 1834 costumbrista asediado por una epidemia de cólera (que tan parecida a la actual pandemia resulta) de la que se culpó a los frailes de envenenar el agua; un Madrid atestado de conspiraciones carlistas, un Madrid en el que una bestia (un animal de tamaño descomunal según algunos) va regando la ciudad con cadáveres de niñas y un Madrid con sociedades secretas.
El único que parece tener interés en averiguar qué pasa con las niñas que aparecen desmembradas, todas de un nivel de extracción social muy bajo, es Diego Ruiz, un periodista que intenta conseguir algo más que una pequeña sección en el periódico en el que trabaja. Acompañado por Donoso Gual, un policía y antiguo celador real, desengañado de la vida desde que su mujer le fue infiel y a consecuencia de ello perdió un ojo en un duelo.
Lucía y Clara, dos hermanas que viven al otro lado de la Cerca, la muralla que rodeaba Madrid y en donde fueron trasladados los más pobres de entre los pobres, tienen que sobrevivir tras la muerte de su madre. Lucía robará y hará lo que sea por llevar comida a Clara y en uno de estos intentos Clara desaparece. ¿Habrá caído en manos de la bestia?
Tal vez tenga ciertos altibajos pero en general la novela posee un ritmo vertiginoso y la convierte en una lectura difícil de abandonar, en un Madrid ambientado estupendamente, con una violencia salvaje y aterradora made in Mola, con la inclusión de hechos verídicos, con una denuncia del machismo imperante en la época, con ciertos pasajes que recuerdan a Dickens, con unos personajes muy definidos y creíbles, una novela adictiva que, en definitiva, es de los mejores premios Planeta que he leído en los últimos seis años.
La bestia es un thriller histórico que te mantiene pegado al sillón pasando hoja tras hoja, sorprendiéndote con los giros de la trama y con el corazón en un puño.
Esta vez Planeta ha acertado de pleno, y me da igual que sea un autor o tres firmando con nombre de mujer.
Total, ya habíamos quedado en que a Planeta le da igual que se hable mal de ellos, ¿no?
«La Bestia» muestra una de sus mayores virtudes, en mi opinión, en ser un thriller histórico que se lee con facilidad, al punto de que, pese a sus voluminosas 541 páginas, pude concluirlo en pocos días. La capacidad de enganche que posee se debe, entre otras razones, al hábil empleo del «cliffhanger» dentro de su estructura. La técnica del cliffhanger, o sea de un final de episodio que queda «colgado de un precipicio», implica un suspenso obtenido gracias a una frase o situación que deja al espectador ansioso por saber qué ocurrirá después. En esta obra, los tres autores que se sirven del seudónimo «Carmen Mola» utilizan, sin excederse, ese potente recurso narrativo. Tal vez el paradigma de final de episodio donde se advierte ese recurso se encuentre en el capítulo 22. Allí veremos cuando la adolescente Lucía descubre, con horror, que el cliente que se filtró de improviso en su burdel es el brutal asesino conocido como «La Bestia» («…En la habitación está el gigante de la piel quemada. –¡Qué creías, que no te iba a encontrar?…»).
A su vez, la técnica de las «vueltas de tuerca» es moneda corriente en la trama. Este otro recurso ayuda a que el capturado lector siga con deleite esa cabalgata alocada que los escritores imprimen al relato. Morirán personajes con los que el lector se había encariñado (el golfillo Eloy y el periodista Diego Ruiz entre otros). Morirá incluso bastante pronto el asesino que inspira el título del libro. Personajes que parecían nobles como Ana Castelar se descubrirá que pertenencen a la orden malévola de «Los carbonarios». Tras la investigación se sabrá que estos sediciosos son los verdaderos culpables de secuestrar a niñas púberes para sacrificarlas cuando alcanzan su primera mentruación. El argumento parece perder su credibilidad al paso de las páginas. Sin embargo, y he aquí la virtud esencial de la novela, los autores saben mantener con maestría el ritmo y la intriga.