Reseña del cómic “La bibliotecaria de Auschwitz”, de Antonio Iturbe, Salva Rubio y Loreto Aroca
Auschwitz, “la fábrica de muerte”, “la solución final”, “la mezquindad humana extrema”, albergó en su seno una zona “familiar” para prisioneros, donde podías ver a niñas y niños correteando entre personas adultas con pelo y ropa de calle. En lugar de ser ejecutadas rápidamente conforme llegaban al campo de exterminio o aniquiladas de forma más lenta, por inanición o trabajos forzados, quienes se encontraban allí podían vivir “en familia”, con algo más de comida y otros “privilegios”. ¿Por qué esta deferencia entre tanta crueldad? Esto es lo que se pregunta Dita, la protagonista del cómic La bibliotecaria de Auschwitz, cuando la deportan con tan solo 14 años. No fue, desde luego, por compasión o humanidad.
Basado en la novela homónima de Antonio Iturbe, La bibliotecaria de Auschwitz cuenta la historia real de Edita Adlerova, “Dita”, una niña que tiene la mala suerte de vivir en Varsovia durante la ocupación nazi. Al contrario que otros checos, que eran germanizables a ojos de Hitler, la familia de Dita fue considerada inferior por ser judía, y confinada en un gueto. Aunque en el cómic apenas aparece más que como un breve flashback, la Alemania nazi encerró en los guetos a más de 88.000 personas en condiciones tan extremas, que un tercio murió devastado.
Tras esto, Dita es enviada a Auschwitz junto con su padre y su madre, al “campo familiar” Bllb. Los nazis pretendían, con ello, engañar a organismos internacionales, como Cruz Roja, para hacerles creer que los prisioneros vivían en condiciones dignas y de esta manera lavar su imagen ante la opinión pública mundial. Una historia que se repite, también hoy en otros contextos. Lo burdo de algunos engaños da fuerza a la afirmación del filósofo Eric Hoffer, de que “la propaganda no engaña a las personas, sino que simplemente les ayuda a engañarse a sí mismas”. ¿Y a ti? ¿Te engaña? ¿O te engañas? ¿Por qué crees lo que crees?
En los momentos más horribles de los seres humanos suelen brotas islas milagrosas de esperanza y belleza. En este caso, los prisioneros convierten uno de los barracones en una escuela clandestina, con profesores que dan clases a las criaturas. Con unos pocos libros rescatados de la prohibición y destrucción, incluso construyen una biblioteca secreta, de la que se hace cargo Dita. De ahí el título de la historia: La bibliotecaria de Auschwitz. No había muchos libros, desde luego, apenas unos nueve. Pero la escasez se suplía con imaginación y entusiasmo, y no faltaba quien hacía de libro viviente, al más puro estilo Bradbury. Fahrenheit 451, por cierto, se publicó unos diez años después, demostrándose así nuevamente que la realidad supera a la ficción. Por desgracia, tras la visita de los organismos internacionales, los nazis abandonan la farsa y cierran el campo “familiar”. Dita es trasladada al mismo campo de concentración al que fue a morir Ana Frank. Dita lograría sobrevivir, aunque ahora sola, sin padre ni madre. Tras perder Alemania la guerra, “rehace” su vida.
Con un dibujo sencillo, algo caricaturesco, que logra expresar muy bien lo que sienten los personajes en cada momento, La bibliotecaria de Auschwitz muestra el holocausto desde una nueva perspectiva. Alejada del enfoque tradicional de Maus y más accesible a los peques que el durísimo Deportado 4443, ensalza la literatura como resistencia, siempre en lucha liberadora frente al horror.