La broma infinita, de David Foster Wallace
Una novela innovadora, compleja, crítica, desmesurada, divertida, terrible, mítica… infinita.
Hola, mi nombre es Javier y yo también soy adicto.
Como en tantos otros casos, lo mío comenzó de una forma inocente: cuentos infantiles, libros de fantasía y aventuras para adolescentes… pero una cosa fue llevando a la otra y casi sin querer empecé a probar con novelistas rusos, existencialistas franceses o posmodernistas norteamericanos. Cada vez necesitaba algo más potente y antes de darme cuenta ya le estaba dando a Bernhard o a Pynchon, pero incluso entonces yo siempre controlaba… o eso creía yo. Hasta que me metí en La broma infinita.
Durante años resistí la tentación. Reconozco que me daba algo de miedo, pero creo que mis reparos eran comprensibles: sus más de 1200 páginas (con letra pequeña y márgenes bien aprovechados), 100 de ellas de notas1 (con caracteres más pequeños aún), su fama de compleja o el estrambótico argumento que figura en la sinopsis pueden asustar a cualquiera.
Y además está su título; basta contemplar el imponente aspecto del volumen para entender lo de “infinita”, pero ¿y si al final resulta que esta historia futurista de tenistas superdotados, asesinos televisivos, terroristas discapacitados, adictos, mutantes, deformes… además es realmente una broma?
A pesar de todo, al final caí.
Y además lo hice sin adoptar las debidas precauciones, porque verán, hay dos formas de leer La broma infinita2. Algunos lectores reservan un par de semanas tranquilas, unas vacaciones que puedan dedicar en exclusiva a la lectura, se pertrechan con cuadernos, lápices y papelitos adhesivos de colores para marcar páginas, se dan de alta en alguno de los blogs dedicados a debatir sobre los significados ocultos del libro, descargan el mapa conceptual con las relaciones entre los cientos de personajes y las decenas de organizaciones e instituciones a las que pertenecen, un par de árboles genealógicos, el plano de Boston con todos los lugares mencionados en el libro, la cronología del tiempo subsidiado3, el diccionario, el mapa geopolítico de la partida de Escatón4… y así equipados se internan en la jungla de La broma infinita dispuestos a roturarla, a colonizarla, a explotar todos sus recursos para que no se les escape ni un detalle y no quede ni un secreto sin desvelar. Esta expedición a las entrañas de la obra de Foster Wallace se ha convertido en un ritual con cientos de adeptos en Internet.
A mí nunca me han gustado mucho los preparativos. Intento disfrazarlo de espontaneidad, pero la verdad es que es pura pereza. De todos modos, quiero creer que si un autor tan detallista y puntilloso como DFW5 hubiera creído necesario que sus lectores contasen con una guía de personajes, la habría incluido en el tomo. Así que, satisfecho por haber encontrado una excusa aceptable para no tener que tomar notas, un buen día me interné en la maraña con lo puesto, sin cantimplora ni GPS, armado tan solo con dos marcapáginas (uno para el texto y otro para las notas), dispuesto a leer el libro en lugar de descifrarlo: no quería que me sucediera lo que al turista aplicado que visita la ciudad que siempre quiso conocer y una vez allí sólo la ve a través del visor de su cámara y las fotos de su pormenorizada guía de viaje. Y se me pierdo algo, pues mala suerte, ¿acaso en la vida real disponemos de toda la información en todo momento?, ¿quizá sólo podemos disfrutar de lo que no guarda ningún secreto?
El caso es que yo, que si hay algo de lo que no puedo presumir es de buena memoria, no me quedé con la sensación de haberme perdido nada importante y cada pieza cayó en su lugar en el momento en que debía hacerlo, ni antes ni después, como sucede en la vida, en la que habitualmente nos movemos casi a ciegas. Así que no descarten la posibilidad de olvidarse de las guías de lectura y enfrentarse a La broma infinita a pecho descubierto.
Ahora, después de semanas de lectura casi febril, lo he terminado. Tengo una sensación como ningún otro libro me ha dejado hasta hoy, una experiencia más allá de la mera literatura: como decir “he estado allí, al otro lado, y he vuelto”. He regresado con la impresión de que algo ha cambiado en mi relación con los libros, que no será igual a partir de ahora6, algo similar a lo que me sucedió con Rayuela o 2666. Se van a reír, pero a pocas páginas del final llegué a considerar la posibilidad, que ahora veo absurda, de no leer más. Y al terminarlo, de lo único que tenía ganas era de comenzarlo de nuevo. Las drogas, aunque sean escritas, es lo que tienen.
¿Creen que puede existir un “entretenimiento” (un producto de ocio: una película, una canción, un libro, un videojuego) que produzca tal satisfacción que cree una dependencia equiparable a la de una droga química? No es impensable, teniendo en cuenta la natural tendencia del ser humano a la adicción y la cada vez mayor sofisticación de la industria del ocio. Llevándolo al extremo, este entretenimiento podría estimular de tal manera los centros del placer del cerebro que el receptor perdiese por completo el control de su voluntad, capaz de hacer cualquier cosa por lograr una nueva dosis de entretenimiento y llegando, al final, incluso a olvidarse de comer y beber.
No se asusten, no es esto lo que me ha sucedido al leer La broma infinita, pero uno de los ejes de su argumento es la supuesta existencia de una película cuyo visionado puede llegar a tener consecuencias como las descritas. Sin embargo, sin llegar a estos extremos, es cierto que este libro engancha, y mucho.
Pensarán: “Todo esto está muy bien, Javier, me interesa mucho saber que te dan miedo los libros gordos y que eres un vago tomando apuntes, pero te estás yendo del tema: llevo un rato leyendo la reseña y lo único que me has contado sobre el libro es que engancha”.
Me temo que a estas alturas ya es evidente que soy incapaz de ordenar mis ideas y escribir una reseña coherente y concisa sobre una novela tan desmesurada. Quizá sería mejor ir por partes, comenzando por un pequeño resumen del argumento.
Simplificando mucho, hay tres líneas argumentales principales en La broma infinita. Por una parte están la familia Incandenza y la AET (Academia Enfield de Tenis), un elitista y extraño colegio para promesas del tenis dirigido por Avril Incandenza. A su difunto marido, James O. Incandenza, fundador de la AET, genio de la óptica aplicada y cineasta conceptual, se le atribuye la creación de una película tan perfecta que puede reducir a quien la vea a un estado prácticamente vegetativo. Esta filmación, de existir, puede convertirse en un arma terrible y detrás de ella andan los servicios secretos de la ONAN (una especie de Unión de Estados Norteamericanos que incluye a México, los EE.UU. y Canadá) y varios grupos terroristas bastante poco conformes con esa unión, entre ellos los sanguinarios secesionistas quebequeses Assassins des Fauteuils Roulants (los Asesinos de las Sillas de Ruedas). Un medio hermano de Avril de dudosa filiación y los tres hijos de ésta con James, —Orin, Hal y Mario, cuya similitud con los hermanos Karamazov no puede ser casual7—, completan la extraña familia. Los hermanos Incandenza, especialmente Hal, se cuentan entre los protagonistas más relevantes de la novela y a su alrededor se va aglutinando la trama a medida que avanza la lectura.
La surrealista intriga de espías en persecución de la misteriosa película asesina constituye el segundo hilo narrativo de la novela y permite a Foster Wallace retratar un futuro (tan inmediato que para nosotros ya es pasado) distópico y delirante, una fantasía que si no fuera tan terriblemente parecida a nuestra realidad podría tomarse por una desquiciada parodia (como muchas películas de James O. Incandenza) de la política y la sociedad actuales.
El tercer hilo, el más humano, se va enrollando alrededor de la Ennet House para la Rehabilitación del Alcohol y las Drogas, una sórdida institución de desintoxicación por la que pasan buena parte de los personajes dispersos de la trama y hacia la cual gravitan todas historias que constituyen el libro.
Durante el desarrollo de estas tramas y sus innumerables ramificaciones aparecen decenas, quizá centenares, de personajes: los niños prodigio de la AET, los fanáticos agentes secretos ONANistas y sus archirrivales quebequeses y los pobres diablos —ladrones de poca monta, chaperos, adolescentes deprimidos, contables alcohólicos— de la Ennet House. Todos ellos, hasta el más estrambótico, hasta el menos relevante, están definidos como si se tratara del protagonista; aquí no hay secundarios, todos están vivos.
Todos son, además, tremendamente humanos, todos son vulnerables, están perdidos o heridos de alguna manera. Todos tienen algún tipo de deformidad, todos son adictos a algo —esto suena raro, pero ¿no somos todos nosotros así?—: adictos al alcohol o a las drogas (inyectadas, fumadas u orales, tranquilizantes o antidepresivas, sintéticas o naturales), al trabajo, al sexo, al deporte o al triunfo (que puede parecer lo mismo pero no lo es), a la crueldad y la violencia, a la televisión.
Hay muchas drogas en La broma infinita; se habla de ellas, se consumen, se intentan dejar o se trapichea con ellas, pero no se trata en absoluto de la típica novela de intención provocadora en la que el autor trata de lucirse8 presumiendo de lo mucho que sabe de sustancias prohibidas y lo bien que se maneja por el submundo de los narcóticos o del alcohol. No es una novela sobre drogas. En todo caso lo es sobre la adicción, incluso me atrevería a afirmar que DWF emplea la adicción como una triste metáfora de la sociedad occidental moderna (o de la necesidad de huir de ella).
“A veces, últimamente, me parece un milagro que la gente pueda preocuparse de verdad y enormemente por algún asunto o por algún objetivo y pueda seguir haciéndolo durante años y años. Dedicarle toda la vida. Parece admirable y al mismo tiempo patético. Todos nos morimos por entregar nuestras vidas quizá a Dios o a Satán, a la política o a la gramática, a la topología o a la filatelia; lo que sea es secundario para esa voluntad de entregarse de forma total. A los juegos o a las jeringuillas o a otra persona. Hay algo patético en ello. Una huida de algo bajo la forma de hundirse en algo.”
Esto (y mucho más) es lo que hay en La broma infinita. Pero el conjunto es mayor que las partes. Quizá por eso la mayoría de los comentarios sobre esta obra que se pueden encontrar terminan convirtiéndose en una especie de diario de lectura, y es que durante la misma se llega a desarrollar un cierto vínculo con el libro —por su complejidad9, por el esfuerzo que exige su tamaño y, sobre todo, la densidad de su detalle, por la complicidad necesaria entre el lector y el autor—.
En cierto sentido, La broma infinita es uno de esos libros formado por muchas historias que bien podrían ser independientes.
Al principio los hilos narrativos aparecen y se multiplican y, durante los primeros centenares de páginas, cuesta creer que todos esos personajes vayan a tener algo que ver al final los unos con los otros. Todo parece algo caótico; algunas tramas desaparecen durante cientos de páginas y regresan cuando casi se las había olvidado, en ocasiones una historia toma el control, en otras, se desarrollan tres o cuatro al mismo tiempo. Para que la fórmula de construir una novela a partir de la unión de cuentos convergentes funcione ―más aún teniendo en cuenta la magnitud de la empresa― es imprescindible una sólida estructura que permita un encaje perfecto y un dominio total del ritmo narrativo.
Continúo la lectura y los hilos narrativos convergen, comienzan a trenzarse, los acontecimientos se precipitan, las piezas encajan –no cada una con la de al lado, como en un puzle, sino todas con todas, en una estructura magistral y perfecta-. Comienzo a sentirme intranquilo a medida que se aproxima la conclusión del libro. Ahora que todo encaja, que la narración fluye y contemplo maravillado el prodigioso laberinto edificado por DFW desde una posición en la que puedo comprender su trazado y su arquitectura, compruebo que queda poco, que se va a acabar y me desespero.
“Por favor, aprende la pragmática de expresar el miedo: a veces las palabras que parecen expresar en realidad invocan”.
Termino. Muy a mi pesar, la novela se ha acabado. Me queda una extraña sensación de vacío. Esta es una historia de adicciones y también de desintoxicaciones10, no en vano buena parte de la trama se desarrolla en un centro de rehabilitación. El proceso de desintoxicación de cualquier sustancia el largo y doloroso, y además nunca es completo: la dependencia deja huella en el cuerpo y en el alma para siempre. La lectura de La broma infinita también.
El libro me llama, me cuesta devolverlo a la estantería. Uno, dos días después, en lugar de ponerme a escribir la reseña, vuelvo a leer los primeros capítulos; como un yonkie cualquiera compruebo que no puedo dejarlo. El texto cobra un sentido distinto ahora que sé lo que sé. En un momento dado, leo una frase que podría cambiar toda la historia y caigo en la cuenta de que la novela no ha terminado: como una cinta de Möbius, admite infinitas relecturas.
Notas
1. La lectura de las notas, escritas por el autor, forma parte del juego de La broma infinita. Algunas de ellas son simples aclaraciones fruto del amor de Foster Wallace por el detalle y la exactitud; así, cuando se menciona una droga, una nota nos aclara la fórmula y el nombre del laboratorio que la comercializa. Otras notas, en cambio, contienen largos fragmentos (anotados a su vez con nuevas referencias) imprescindibles para comprender la trama de la novela. También se aprecia en ellas el particular sentido del humor del autor, como cuando una nota al parlamento de un personaje aclara que “ella no dijo exactamente eso” o, por el contrario, esconde un capítulo completo. (Volver al texto)
2. En realidad debe habera muchas más. (Volver al texto)
a. Supongo.
3. En este futuro inmediato imaginado por Foster Wallace, en una sociedad dominada por un consumismo compulsivo y controlada por grandes corporaciones que desde la sombra participan activamente en las decisiones de un gobierno más preocupado por las encuestas que por los ciudadanos (¡qué imaginación la del autor!) los años han dejado de numerarse y se nombran con la marca que las patrocina (el Año de la Hamburguesa Whopper o el año de la Ropa Interior para Adultos Depend, por ejemplo). (Volver al texto)
4. Un complejo juego de guerra termonuclear global que combina política, estadística avanzada y tenis. (Volver al texto)
5. También es notoria la afición de Foster Wallace por los acrónimos. (Volver al texto)
6. Ni mejor ni peor, sencillamente diferente. (Volver al texto)
7. El que sí es evidente (y explícito) es el paralelismo de Hal con Hamlet. (Volver al texto)
“Parece un poco ridículo que Hamlet, con sus dudas sobre todo, jamás dude de la realidad de los fantasmas. Jamás cuestiona si su propia locura pudiera no ser de hecho genuina. (…) Es decir, si Hamlet tal vez sólo fingía fingir.”
8. Premiado escritor, filósofo especializado en lógica y matemáticas, prometedor tenista y profesor universitario, David Foster Wallace sufrió durante 20 años una terrible depresión que pudo controlar gracias a la medicación. Cuando la medicación dejó de funcionar, a los 46 años, se suicidó. (Volver al texto)
9. Foster Wallace abarca todos los registros del espectro literario; lo mismo hace gala de un sentido del humor ácido, negro y absurdo que alardea de una gran erudición o de una afilada profundidad psicológica. En una misma página es capaz de expresar de una forma tan concisa, plástica e intuitiva la grandeza del tenis:
“(…) tenía claro que el tenis de verdad no era la mezcla de orden estadístico y potencial expansivo que reverenciaban los técnicos, sino de hecho todo lo contrario: era el no-orden, el límite, los lugares donde se rompen las cosas y se fragmentan convirtiéndose en belleza.”,
para despeñarse poco después, alargando el mismo razonamiento, por los profundos abismos de la reflexión más abstracta:
”Parecía sentir intuitivamente que no era de ningún modo una cuestión de reducción, sino —perversamente— de expansión: que el revoloteo aleatorio del crecimiento incontrolado y metastásico, cada pelota bien lanzada admite n posibles devoluciones, 2n posibles devoluciones a esas devoluciones y así hasta lo que Incandenza describiría ante cualquiera que compartiera sus conocimientos científicos como un continuum cantoriano de infinitos de posibles movimientos, ese infinito diagnato de infinitas opciones y ejecuciones posibles, matemáticamente descontrolado, pero humanamente contenido, limitado por el talento y la imaginación de uno mismo y de los rivales, concentrado en sí mismo por las fronteras que enmarcan la habilidad y la imaginación y que finalmente hace caer a un jugador porque no permite que los dos ganen, finalmente, representando los límites del ser, constituye un deporte”.
Estas frases son algo más que un ejemplo de los pasillos que encontrará el lector en el laberinto de La broma infinita; hay muchos fragmentos autoexplicativos dentro del texto y esa definición del “continuum cantoriano” le cuadra bien al texto. El ruso Georg Cantor (filósofo, matemático y depresivo como Foster Wallace) fue el primero en formalizar el concepto abstracto de infinito. Además estableció que el infinito no sólo se extiende indefinidamente hacia adelante, sino que entre dos puntos cualesquiera de un conjunto infinito, caben infinitos puntos más. Así funciona La broma infinita; el argumento parece capaz de expandirse hasta alcanzar el tamaño de todo el universo, pero además, entre dos hitos de un argumento, o entre dos personajes, aparecen inumerables hechos, detalles, explicaciones, ramificaciones, nuevos personajes, que llenan un espacio que parecía inexistente. La broma infinita es el paradigma de la novela totala y, a la vez, es una parodia de la misma.
Quizá por eso, mientras leía, tenía la sensación de que ya no necesitaría ningún otro libro nunca más; puede ser lo más cerca que ha estado un escritor de ese inalcanzable borgiano del libro que contiene todos los libros posibles. (Volver al texto)
a. También se puede elaborarse una teoría cantoriana de la literatura: al narrar una historia, a cada paso se abren infinitas nuevas posibilidades para continuar la narración, un conjunto estadísticamente infinito tan sólo limitado por el talento y la creatividad del autor. No es de extrañar entonces que un autor con el talento de DFW haya alumbrado una obra tan descomunal.
10. Otro curioso efecto secundario del consumo de La broma infinita es la continua revelación de la huella que ha dejado en la literatura posterior. Como en una epifanía, mientras avanzaba por sus páginas iba descubriendo situaciones, personajes, formas de narrar que ya había encontrado en libros escritos después, aunque leídos antes, y que en su momento me parecieron hallazgos muy originales de sus respectivos autores. En muchos sentidos el texto de DFW es una obra seminal, una de esas que aparecen de cuando en cuando y que abren nuevos caminos para otros escritores. (Volver al texto)
Javier BR
@javierbrr
Extraordinaria reseña, la mejor que he leído sobre este libro. A mí La broma… no sólo me daba un poco de miedo, sino que me producía sobre todo un fuerte rechazo debido al primer tipo de lector que describes, ese que va pertrechado de lápices, cuadernos, mapas y enciclopedias. Esos lectores me parecían una secta, por su forma de hablar sobre el libro y porque todos parecían tener el mismo aspecto y edad. Con tu reseña has conseguido que me libere de esos prejuicios tan tontos, y ahora sólo me quedará la excusa del tiempo. Porque yo sí necesito un par o tres de semanas tranquilitas para atacar este libro.
Un saludo.
Me gustan esas novelas que una vez terminadas te dejan esa sensación de vacío y soledad.
P.D.: Veo que pones que la novela tiene 1208 páginas, pero en la reseña nos hablas de más de 2000
Como siempre, una fantástica reseña Javier
Un fuerte abrazo !
No sabía de la existencia de este libro pero ahora que me lo has descubierto no veo el momento de irlo a comprar. Enganchará no solo por su contenido sino también por la reseña que de el se haga? tan fuerte es su influencia? Felicidades por la reseña, es de las mejores que he leído últimamente.
A mí me sucedía algo parecido con el mito que se ha formado alrededor de “La broma infinita”, por eso en la reseña cuento que yo leí el libro de otra forma. Al final me decidí y es una de las novelas de las que más he disfrutado. Si te animas con ella en vacaciones, ya me contarás. Gracias por tu comentario.
Muchas gracias por tu comentario, Susana. Efectivamente cometí un error y escribí 2000 en lugar de 1200… y eso que se supone que lo mío no son las letras, sino los números. Ya está corregido.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario, Interrobang. Si te refieres a la influencia de “La broma infinita” sobre la literatura posterior, es grande. Si preguntas por la influencia en el lector, creo que depende de la medida en que el lector se implique y decida entrar en el juego.
Una fantástica reseña Javier BR, imaginativa, aclaratoria y personal.
No sé si me atreveré a leer el libro pero, en cualquier caso, he disfrutado con tu reseña.
Por cierto, Rayuela también cambió mi mundo literario 🙂
No me sonaba para nada este libro, pero ahora me asusta… ¿Me enganchará tanto también? ¿Me convertiré en otra adicta? ¿Me atrevo o no me atrevo? Me temo que va a ser que sí, porque con una reseña tan fantástica, es imposible pensar en lo contrario.
Besotes!!!
Rayuela y La broma infinita tienen en común lo transgresor de sus formas y, sobre todo, que precisan de un alto grado de complicidad por parte del lector. Gracias por el comentario, Sonia.
No debe asustarte, Margarita, todos los buenos libros enganchan y me temo que nosotros ya no tenemos remedio 🙂 Gracias por el comentario.
maravillosa reseña, me encanta,