La bruma verde, de Gonzalo Giner

La bruma verdeEn los compases iniciales de la novela, Colin Blackhill, un veterano voluntario, lleva a Lola Freixido en su avioneta a la zona en la que había desaparecido su amiga Beatriz, a la que va a buscar, y le pide que mire por la ventanilla cuando están sobrevolando el río Congo. “Te va a parecer pura magia”, le dice. Y en efecto, así es. Es en ese momento cuando Lola comienza a dejarse seducir por la belleza de la naturaleza africana, cuando empieza a respirar esa Bruma verde, aunque la inhale por los ojos. “Esas aguas tejen la vida”, le dice, y ahí es cuando también al lector le pasa como a Lola, empieza a caer rendido ante la belleza natural de una de las zonas más hermosas, pero también más peligrosas del planeta, porque las letras, al menos las que contienen tanta sensibilidad y talento, tienen ese mismo efecto, tejen vida y emociones, y el lector mira a través de esa ventanilla con Lola y se queda atrapado en su retina hasta la última página del libro.

Tengo que decir que no es la primera vez que me ocurre, ya me contagié de la magia de África y concretamente de los chimpancés a través de las palabras de Rebeca Atienza, veterinaria y primatóloga que dirige en Centro de Chimpancés de Tchimpounga, mano derecha de Jane Goodall en su instituto, y también de las de la propia Jane Goodall, a cuya investidura como Doctora Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid, a iniciativa de su Facultad de Veterinaria, tuve el privilegio de asistir. Ha sido por tanto una increíble satisfacción terminar el libro y comprobar que Rebeca ha sido una de las inspiraciones del autor a la hora de escribir La bruma verde. Vistos estos antecedentes no les sorprenderá que diga que de las muchas caras de esta novela, la que me ha resultado más fascinante es la que tiene que ver con la selva y los chimpancés. Conociendo además la capacidad de Gonzalo Giner para documentarse tan exhaustiva como rigurosamente, se puede asumir que además de sumamente entretenida, tiene una faceta divulgativa que incrementa notablemente su valor. 

Tanto me ha gustado esta parte que corro el riesgo de ponerme a hablar de chimpancés y olvidar que esto es una reseña y que debo hacerle justicia a un libro con muchos aspectos en los que detenerse, porque es una obra ambiciosa, así que haré lo posible porque el reseñista le gane la batalla al veterinario frustrado que hay en mi y haré algo que no haría un autor de la proverbial generosidad de Gonzalo Giner, recordar que he venido a hablar del libro.

Uno de los aciertos de La bruma verde, ganadora del premio Fernando Lara de novela, tiene que ver con la ambientación, con el hecho de que el thriller y la historia de amor que conforman el armazón narrativo se incrustan en una realidad con una fuerza visual y evocadora inmensas y que el autor no cede a la tentación de edulcorar o de presentar solo en los aspectos más seductores. No esconde Gonzalo Giner la terrible realidad social de las zonas del Congo en las que se ambienta la novela, no esconde el dolor, las guerrillas, la injusticia, la brutalidad, como no esconde la brutalidad del mundo natural. Sin ese contraste entre belleza y crueldad, entre luz y sombra, no se entendería la novela, como no se entendería la realidad.

Independientemente de la opinión que se tenga del papel de las ONGs en África (recomiendo fervientemente el libro La gran grieta de Alex Perry) uno no puede sino admirar el coraje y el compromiso de los voluntarios que dedican su vida, que a menudo ponen en riesgo, a la defensa y el conocimiento del medio natural y contribuyen al desarrollo sostenible de esas zonas que convierten en su hogar y con el que establecen lazos que van mucho más allá de su desempeño laboral.

La bruma verde no esconde, como decía, los problemas de ese otro pulmón verde del planeta que es la selva del Congo, desde el genocidio de la colonización belga hasta el actual expolio de sus recursos, Coltán incluido, lo que es un caldo de cultivo magnífico para esa otra faceta de la novela, la que podría calificarse de thriller. Es una de esas historias que conviene leer con el libro en un atril para tener libertad para llevarse las manos a la cabeza con la frecuencia que la historia impone. La venta de vastas extensiones de selva para deforestarla y dedicarla al cultivo de soja o palma, con las consecuencias medioambientales que conlleva y las consecuencias para la población local, que no se puede talar y transformar en muebles, las guerrillas locales, las fuerzas paramilitares, la caza furtiva, en fin, las consecuencias de poner el beneficio a corto plazo por encima de cualquier otra consideración. Sin ánimo de generalizar, por supuesto.

Uno tiene la idea preconcebida de que la caza furtiva existe para el comercio de especies, en su versión más organizada, o para la alimentación de la población local, que se puede comprender y combatir proporcionando alternativas, pero resulta impactante leer que se cazan chimpancés, por ejemplo, para suministrar carne a restaurantes de lujo que ofrecen productos exóticos a precio de oro. Supongo que la novela se escribió antes del estallido de la pandemia y no se puede sino sonreír (por decirlo de alguna manera) cuando en uno de los momentos en los que se habla del consumo de animales salvajes se habla del pangolín, que parece ser delicioso pero que es un animal peligroso. La capacidad anticipatoria de la ficción no deja de ser sorprendente.

Beatriz es una voluntaria que trabaja para una ONG que desaparece mientras investigaba algunas de esas actividades ilegales y a la que secuestran, en principio una guerrilla que pide un rescate por ella, y La bruma verde es la historia de cómo Lola, su gran amiga, y Colin, su superior en la ONG, emprenden su búsqueda en una aventura que se complica cada vez más según avanza la novela e introduce al lector en la realidad congoleña y en la de las empresas que expolian sus recursos. 

Y junto a esa trama está la aventura de Bineka, una joven con la selva en los ojos cuyo poblado es arrasado y que es acogida por un grupo de chimpancés. Una narración fascinante, como dije, pero no solo desde el punto de vista de la etología sino también desde el emocional, porque es una de esas historias de las que no se puede despegar los ojos. Por muchos y muy importantes descubrimientos que hagan en esta novela, les aseguro que si hay uno que no les abandonará fácilmente es el de esta niña, no sólo sus peripecias entre chimpancés sino su forma de ver la vida.

Las tramas de La Bruma verde se complican mucho, incluso la romántica, que no es en absoluto evidente como sin duda se puede uno imaginar al leer una reseña o un resumen, hay muchos y muy diferentes actores en las mismas y es francamente digna de admiración la capacidad del autor para manejarlos a todos sin perder el pulso narrativo. 

Pero por encima de todas las cosas, así lo he sentido yo, es un hermosísimo alegato ecologista, una defensa de la naturaleza como lo que es y como lo que debe seguir siendo, y un sentido homenaje a quienes dedican su vida a la defensa de sus ideales no sólo conservacionistas, sino también humanitarios. Da la sensación de que no es una historia que el autor eligiera contar, sino que necesitaba hacerlo. Poder disfrutar de esa lectura dentro de una historia trepidante, con ritmo, de esas en las que aunque el sueño te venza cada página es siempre la penúltima, es un verdadero privilegio. Respiren La bruma verde, dejen que las aguas del río Congo tejan la vida a su alrededor, verán cosas que merecen ser vistas, conocerán cosas que deben conocerse, dejen que tiñan de verde su mirada y recorran de la mano de Bineka una aventura que puede cambiar su vida. No lo lamentarán. 

Andrés Barrero
@abarreror
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