La buena Suerte, de Rosa Montero… Imagino que a ella le gustará jugar con el título como le gusta jugar con las palabras, y así poder leer, sin esas comas que tanto interfieren en la felicidad humana, La buena suerte de Rosa Montero.
Quien me lee sabe que poco o nada contaré de la historia del libro, algo que imagino que les alegrará, tanto a ustedes como a la propia Montero. Pero les hablaré del libro en sí y sobre todo de las emociones que despiertan en el lector los personajes. Porque la novela, naturalmente, tiene una historia, pero siendo la misma una especie de novela negra en la que nos atrapa la autora desde el primer párrafo, no es, a mi entender, el valor máximo de esta última obra de Rosa Montero. Es una de esas historias profundas que, por su sencillez, puede interesar y atrapar incluso a aquellos que leen por puro entretenimiento. Recuerden que hay quienes en la gran obra de Flaubert, Madame Bovary, vieron tan solo una novela romántica.
Mientras leía y conocía a los personajes, como pasara en La carne, los veía tan humanos que reconocía que son los que dan el verdadero empaque a la historia, personajes que en sí mismo tienen cada uno un libro por escribir, una historia por contar.
“Ese hombre lleva sin levantar la cabeza del portátil desde que hemos salido de Madrid. Y eso que es un AVE de exasperante lentitud con paradas en todas la estaciones posibles en su camino a Málaga. Podría parecer que ese hombre está inmerso en su trabajo, casi abducido por él; pero cualquier observador meticuloso o al menos persistente advertirá que, de cuando en cuando, sus ojos dejan de vagar por la pantalla y adquieren una vidriosa opacidad; que su cuerpo se pone rígido, como suspendido a medio movimiento o medio latido; que sus manos se contraen y sus dedos se arquean, garras crispadas….”
Este es el arranque de la novela, de la historia, y muchas veces de la vida.
Tengo que decir que estoy acostumbrada a que Rosa Montero me atrape con la primera frase de sus libros, porque esa primera frase siempre muestra algo de ella. En este caso también. No me imagino a una Rosa Montero que no mire, aunque sea disimuladamente, a sus compañeros de viaje en el AVE. Una mujer que se ha nutrido de vidas ajenas para mostrarnos la vida a través de los ojos y los pensamientos de sus personajes no puede pasar por alto ningún detalle de la vida real.
La maestría de la autora en este tipo de novelas es tomar personajes aparentemente reales y contarnos ficciones que también podrían ser absolutamente reales. En esta ocasión, además mezcla perfectamente ficción y realidad, dejando que la realidad supere en horror a la ficción, pero consiguiendo que finalmente sea la ficción la que cale con dolor en nuestra alma lectora.
Rosa Montero no se cansa de decir que ella hace ficción, y es cierto, es absolutamente cierto. Y hacer ficción y conseguir que el gran público piense que es una historia real, o incluso hacernos pensar siempre que ella se esconde detrás de un determinado personaje, hace que la escritora pueda estar más que satisfecha con su trabajo literario… Y así se le ve a esta altura de su vida, libre en la escritura, llamando Pablo al personaje que sufre, sacándolo del pozo más negro en el que el ser humano se puede hundir, y al mismo tiempo creando la luz a través de una persona como Raluca para poder iluminar la vida de aquellos que tienen el valor de acercarse a ella..
Lo mejor y lo peor de la vida.
Lo más bello y lo más oscuro,
como sus personajes.
Una novela bien hilada, capa sobre capa para interactuar con el lector en la dimensión hasta la que éste se quiera o se pueda sumergir. Ya saben que leer a Rosa Montero en ocasiones puede causar dolor, pero una mujer como ella siempre deja que gane el bien, que sintamos que hay esperanza. Esperanza, incluso cuando uno cree que ya no hay un ápice de suerte en su vida llega ella para decir que hay luz y que si la buscas la puedes encontrar, ya saben… Se puede salir de “Pozonegro” pero hay que mirar a nuestro alrededor para encontrar a aquellos con los que nos merece la pena estar y andar hacia la luz, que solo hay una vida, y que es posible vivirla si nos arrimamos a lo bueno de ella…
Pero créanme, ni una gota de ingenuidad en el texto, incluso cuando parece que no dice nada está diciendo cosas que pueden escocer en el alma y que sin duda alguna nos llevarán a la reflexión, y cuando un ser humano reflexiona, es más humano, y cuando decide amar por encima de todo y a pesar de todo, es mucho más humano, y desde luego muchísimo más feliz.
Otra gran historia de Rosa Montero que, junto al resto de su obra, está pidiendo a gritos que se le otorgue de una vez, ese único gran premio que le falta en su inmenso currículum, el más grande de esas letras castellanas que tan bien maneja: El Cervantes.
solo me han dado más ganas de ir corriendo por el libro.
excelente reseña.