Reseña del libro “La cabaña del fin del mundo”, de Paul Tremblay
¿Reconoces esa sensación de leer un libro y que tu corazón vaya a mil por hora? ¿Esa de no poder soltarlo porque sabes que en la página siguiente va a suceder algo horrible y aun así no puedes parar de leer? ¿Terminar un libro casi hiperventilando por todo lo que acaba de ocurrir y no poder quitártelo de la cabeza en varios días? ¿La necesidad de seguir leyendo aunque la madrugada ya haya hecho acto de presencia? Eso es lo que me ha pasado a mí con La cabaña del fin del mundo, la nueva publicación de Paul Tremblay que llega a España de la mano de Nocturna.
Seguramente a estas alturas quieres saber de qué va esta historia, qué es lo que tiene que ha hecho que mi pulso se elevara hasta el infinito, pero lo cierto es que no quiero contarte demasiado para no romper la magia. Lo que sí te puedo decir es que todo empieza en una cabaña. Dos padres con su hija pequeña deciden desconectar de la ajetreada vida en la ciudad yéndose unos días a una cabaña perdida en mitad de la nada. Sin cobertura, sin ordenadores, sin trabajo y con la única obligación de disfrutar. Hasta que un desconocido aparece. Wen, la niña, lo conoce cuando está cogiendo saltamontes en el jardín. Es enorme, aunque amable. Sin embargo, Wen nota algo extraño en él. Y sus sospechas se confirman cuando ve aparecer a otras tres personas equipadas con extrañas armas y un gesto indescifrable en sus rostros.
Todo esto que te he contado ocurre en el primer capítulo y es hasta donde puedo desvelar. Lo que pasa a continuación es mejor que suponga un misterio para ti, pero te adelanto que el fin del mundo, como su título indica, estará muy presente.
Ese primer capítulo me parece una obra maestra. Ya solo por leerlo merece la pena sumergirse en esta historia. Aunque casi todo el libro está narrado en tercera persona (allá por el final veremos, casi de forma imperceptible, que esto cambia en ocasiones y pasa a tratarse de una narración en primera), el autor le da protagonismo al personaje que le apetece. De manera que vamos viendo la misma historia desde los ojos de los distintos personajes, aunque siga estando narrado en tercera persona (como inciso diré que este recurso me ha parecido superinteresante y creo que no me había encontrado con él hasta la fecha). Ese primer capítulo está narrado desde la perspectiva de Wen, por lo que el lenguaje es más infantil, inocente y cándido. Sin embargo, tanto el lector como la propia Wen, pronto se dan cuenta de que algo raro está pasando. Lo que nos está narrando el autor es algo inocuo: una niña jugando en su jardín. Pero pronto las cosas empiezan a cambiar, y la atmósfera se torna oscura y el lector solo quiere gritarle a la niña que se vaya de allí, que huya cuanto antes de ese desconocido que le acaba de regalar una flor.
Ay… Ni te imaginas cómo me ha dejado este libro. Si bien es cierto que durante el crucero de la historia esperaba un poco más de acción (visto cómo empieza) pronto comprendí que era necesario dejar reposar las sensaciones en la medida de lo posible para que la tensión no estuviera por las nubes durante las trescientas páginas que dura el libro. Es necesario para que el corazón vuelva a acelerarse cuando se acerca el final. Cuando se ve que todavía quedan muchas dudas que resolver y que es posible que no haya tiempo para dilucidarlas. En este sentido, he leído varios comentarios negativos sobre el final y, qué quieres que te diga, a mí me ha parecido perfecto. Me ha gustado mucho cómo Paul Tremblay ha jugado con el lector con las cartas que tenía en la mano y cómo ha desarrollado una historia que, en principio, podría parecer que no tiene ni pies ni cabeza.
No conocía al autor, pero después de haber leído La cabaña del fin del mundo estoy segura de que volveré a encontrarme con él en otra de sus historias. Al fin y al cabo, esa sensación de montaña rusa y pulso acelerado no deja de ser una de las razones por las que me quedo hasta las cuatro de la mañana leyendo.