No conocía a TVBoy pero tras la lectura de este libro ya he puesto remedio a tamaña afrenta y he hecho a mis ojeadores que le sigan por Instagram. ¿Ni siquiera había visto alguna de sus obras así, de refilón, sin quererlo, en alguna búsqueda por Google que no tuviera nada que ver con lo que estuviera buscando? Pues no. No le conocía y he llegado a plantearme el porqué. Y creo que sé cuál es la respuesta: en el mundo hay casi la misma proporción de gente como de artistas y es imposible conocer a todos; casi cada persona alberga en su interior un genio. Esa es mi conclusión. Soy brillante, lo sé.
Pero, al margen de mi reconocida brillantez, ¿por qué he querido leer este libro? Simple. Me gusta el mundo del arte, y sobre todo el del pop art. Ese rechazo a lo abstracto, esa elevación a los altares de productos tan cotidianos como un tambor de detergente, las repeticiones, los colores vivos, alegres, chillones… En mi adolescencia tenía en la pared la lata de sopa Campbell y una vaca. Ambos de Warhol. Sí, ya sé que el pop art no se reduce a Warhol, pero en aquellos tiempos no era tan fácil hacerse con las láminas de las que uno se encaprichase. Por eso, cuando vi el dossier de este libro, en seguida capté reminiscencias pop art, y lo cierto es que el propio TVBOy reconoce que lo que él hace, el urban pop, es la unión de dos movimientos: el pop art y el street art: lo que viene siendo la estética cercana al cómic, publicidad e iconografía moderna expuesta, no en galerías comerciales, sino en la calle.
TVBoy La calle es mi museo empieza explicándonos qué es el street art. No es nuevo, dice, expresarse sobre una pared, ya se hacía en Altamira, en los foros de Roma… Pero si a pintar una pared se le añade algo de protesta antisistema (las temáticas más habituales son el consumismo, la desigualdad social, el feminismo, los derechos de los colectivos homosexuales, la guerra, el medioambiente,…) y no se pide permiso (lo que implica exponerse a sanciones en el caso de ser pillado) tenemos una definición bastante aclaratoria.
Se nos cuenta la evolución de la técnica. Si al principio el trabajo era más de calle, ahora conlleva más desarrollo de estudio; si antes eran aerosoles, ahora la urgencia de no ser atrapado ha propiciado la aparición de las plantillas, pósteres y pegatinas. Se gana en rapidez, pero es posible que a veces la obra acabe en casa del primero que se la quiera llevar (aunque también se habla de la evolución de las colas adhesivas y de otras técnicas). Es paradójico pero estamos ante un arte “sancionado en la calle y cotizado en las galerías”.
Y una vez acabado el graffiti, pegatina, póster o el elemento elegido para el arte, ¿su durabilidad depende de su estética y del nombre (y eso que es anónimo) del artista? Pues sí y no, porque las redes sociales ayudan a difundir estos pedacitos de arte.
Entramos después en un capítulo en el que ya sí se nos presenta al verdadero prota. Su vida, sus inicios, sus hitos, su descubrimiento de por qué unas obras triunfan y otras no…
Y ya por fin, la chicha buena. La obra, divida en cuatro parcelas: política, hípsters, celebridades y activismo. Hay que tener en cuenta que no solo importa la obra en sí, sino el lugar en el que esta se planta. Son famosos, y polémicos (y de duración más o menos breve), sus besos (Trump-papa Francisco, Trump-Merkel, Rajoy-Puigdemont, Messi-Cristiano).
Pero no voy a analizar cada obra. Estas ya vienen bien explicadas, con sus polémicas, anécdotas y lugares al lado de cada foto.
TVBoy La calle es mi museo es un libro para entender no solo el arte, sino también la actualidad a través de la implicación social, la ironía, la creatividad y la capacidad de poner el foco en aquellos temas de relevancia en los que TVBoy, además, pone el dedo en la llaga.
Un libro para comprender que a veces no hace falta ir a museos para ver arte, porque el arte puede asaltarte en la calle, al doblar cualquier esquina, si nos fijamos bien.