¿Pensábais que después del buen sabor que me dejó La japonesa calva no iba a investigar al Jesús Tíscar ese que en la foto se parecía al Migoya? Ilusos… Lo lleváis claro porque aquí vuelvo a la carga con el Tíscar y con sus hits más hits. ¿Cómo iba a dejar escapar a un autor con una fuerza y una forma de escribir (iba a decir prosa, pero no, mejor digo forma de escribir) arrolladora y barriobajera, envolvente, subyugante, familiar y con un vocabulario callejero bajofondil (esta me la he inventado) reconocible? ¡¡No puedo!! Y menos al descubrir que el Tíscar tiene un libro titulado así. ¡Joder! ¿Pero quién en su sano juicio podría resistirse? Y más aún cuando lo que tenemos en este libro son dieciséis relatos o cuentos que en su día (entre 2001 y 2013) fueron presentados a concursos o certámenes literarios y que, o ganaron el primer premio (la casi totalidad) o quedaron en segundo lugar. Lo dicho, ¡sus putos hits! Ahí es nada…
Bueno. ¿Y qué tenemos aquí? ¿Qué nos cuenta La camarera que me escupía en los chupitos de whisky y otros 15 relatos pellejos? ¿Son tan pellejos esos otros 15?
Pfff… ¿Que qué cuenta? Sería mejor decir qué no cuenta… ¿Cómo decirlo así, de manera fácil, para que se entienda todo y de un tirón, de una parrafada, si larga mejor? Pues un cuento de Navidad en el que la Navidad es un mero decorado de algo que podría ocurrir en cualquier época del año; una mujer de provincias que vomita la tortilla francesa y los dos quesitos que su hija le obligó a cenar anoche y que emprende un viaje a la capital sin despegarse de su cesto, con una obcecación admirable a pesar del calor y de lo poco que le gusta a esa pobre mujer la ciudad; la boda de Anita la Cuajos e Isaías Talavera, “hijos de la desgracia, la noche, el alcohol, el hambre y, en fin, la miseria”, que bien podría ser un spin-off de la cena de Viridiana; otro cuento de Navidad en el que al protagonista le gustaría otra cosa, pero va a tener que joderse y conformarse con lo que le toca; la triste tristísima historia de la recién coronada Miss Barrio de Las Peñas 2005, con sus aspiraciones y sus realidades chonis y trágicas; el cuento de Mari Pepa, de una chica con un don y de Fulgencio, el sepulturero con una televisión en blanco y negro porque, para qué la va a querer ya con colorines si su mujer murió; el cuento de unos vecinos que solo intercambian miradas que se malinterpretan, pero que a ella le provocan que su vagina sea una fuente que destile como una endemoniada porque aunque se ponga caliente como una perra lo que está es enamorada y él… él acabará el relato de una manera inesperada porque el cerebro se le está pudriendo y no hace carrera con la Tiburcia; el tipo que busca y encuentra un perro al que secuestrar y lo secuestra; la petición de un moribundo en su lecho de muerte para que acuda a confesarle “esa descarriada y extraña mujer” de mala reputación; dos chavales intercambiando gayolas en un lavabo con una puerta que no cierra ni tiene pestillo y que se abre sorprendiéndolos; una cuadrilla de adolescentes que pretenden que la Manme, la prima tetona de uno de ellos, les masturbe a todos y se sienta como una reina; un niño que para luchar contra el frío no tiene otra ocurrencia que colarse bajo el vestido de Anamari la Mulona y meter su congelada cara en su culo; la historia de Gloria Redajo, “esa canija que pide” pero que no tiene dinero para lo que pide; un día en la vida de Poblalánguida, pueblo en el que todos sus habitantes saben que ese día algo malo va a pasar y en el que ciertamente van a pasar muchas cosas; y por último la narración del cliente enamorado de la camarera que le escupía en los chupitos de whisky porque cuando la mala vida pretende afear a una mujer bonita, afearla, apelmazarle el pelo, sacarle ojeras, guarrearle la piel, rendirle las piernas, y lo consigue, pero no la afea, y sigue bonita tras el disfraz de aperreada… qué preciosa.
En fin. He hecho lo que he podido y creo que se entiende, pero sino, me la trae flojísima. Todos los relatos son adictivos y, como todos los buenos cuentos, cuando comienzan parecen que van a tirar por un sitio y a seguir un camino marcado pero no puedes fiarte de que así sea. Y no es que tengan un giro inesperado (a pesar de no esperar en muchos de ellos para nada el final con el que nos encontramos). Es el desarrollo de la historia el que va girando los hechos hasta desembocar en ese final. Y ahora tampoco vayáis buscando un giro de la hostia porque no. No es ese el objetivo. El objetivo es dejarse llevar. No son relatos policíacos, (a pesar de que algunos de ellos sí parecen ser una crónica de sucesos negra y sucia, –sucísima como el suelo de una tasca de barrio en la que las paredes chorrean grasa–) así que no hagáis cábalas y simplemente leedlos y disfrutad.
Además, en toda antología siempre hay unos relatos que gustan más o menos y otros que sobran. En este caso, y no es peloteo, me han gustado todos, cada uno en su estilo y temática.
Sobre la forma de escribir (que no prosa) del Tíscar este, creo que ya lo he dicho. Escribe como los putos ángeles (o como los putos demonios) ya sea en formato corto o largo. Buen ritmo narrativo, historias que atrapan y gustan y que bien pueden haber pasado o podrían pasar.
La camarera que me escupía en los chupitos de whisky y otros 15 relatos pellejos merece muy mucho la pena y el Tíscar, dará que hablar. Tiempo al tiempo y veréis. Os lo he avisado.
¡muy buena reseña! los relatos son magníficos, si. Pues si te ha gustado este y “La japonesa calva”, no te puedes perder “Memorias de un gusano”. Advertido quedas…
Lo quiero. Con ese titulo y esa portada tengo que tenerlo