Reseña del libro “La campaña escarlata”, de Brian McClellan
Humanos con habilidades especiales que se activan al comer o esnifar pólvora. Magos que tras un buen chute de carbón, azufre y nitrato de potasio en polvo son capaces de ver donde otros ni siquiera intuyen, de lanzar balas con el poder de la mente o de hacer explosionar cargas de pólvora a metros de distancia. ¿Quién se puede resistir a eso? Tal vez el lector que busque un poco más de enjundia, el que no se deje deslumbrar por los fuegos artificiales y que ande a la caza de un buen puñado de nueces más allá del ruido. Ese tipo de lector debió quedar gratamente satisfecho con Promesa de sangre, ya que el primer volumen de la trilogía de Los Magos de la Pólvora aunaba con gran acierto acción desenfrenada y peliculera con tramas ágiles en las que las intrigas políticas y las luchas de poder estaban a la orden del día. Por si fuera poco, el final de esa obra nos dejó a todos los lectores con un cliffhanger descomunal en el que era un imperativo hacerse la siguiente pregunta: ¿Es posible matar a un dios? Con La campaña escarlata Brian McClellan retoma la acción justo donde la dejó para meternos de lleno en una aventura que se mueve con gran dinamismo del flintlock fantasy al grimdark sin dejar en ningún momento de lado lo más épico del género.
Tres tramas vuelven a llevar toda la carga de la novela en La campaña escarlata. El Mariscal de Campo Tamas, su hijo Taniel Dos Tiros y el, ya retirado, inspector de la policía Adamat son el potente triunvirato de protagonistas que gozan de un buen puñado de secundarios de lujo que orbitan a su alrededor. Por un lado tenemos a Tamas metido de lleno en una guerra brutal contra Kez, el país vecino. Un conflicto que, aunque por vestimenta y alguna táctica militar todavía recuerda a La guerra de independencia de los Estados Unidos, nos mete de lleno en la guerra de resistencia, en esas asquerosas trincheras que se utilizaban en La Primera Guerra Mundial. El autor conforma una especie de partida de Risk violenta donde la estrategia militar se vuelve indispensable. Tamas debe estar siempre un paso por delante o sino sus soldados morirán bajo el fuego enemigo. En una de esas aguerridas incursiones, él y miles de soldados quedan atrapados tras las líneas enemigas. El viaje épico está servido. Y el final de ese viaje, en la población de Avlación, es de infarto. Tamas se muestra como un personaje muy inteligente en los momentos claves, pero también falible. Un tipo que cuando la caga, lo hace de forma estrepitosa. Con cada uno de los errores de Tamas, Brian McClellan consigue que queramos más a ese Mariscal de Campo que cada vez se muestra más humano (su relación con Vlora es un ejemplo), que cada vez queda más claro que más allá de guerras entre países existe la venganza personal.
Lo reconozco: en Promesa de sangre Taniel se me atragantó. Tal vez su historia me pareciera más floja, o Ka-poel, su maravillosa compañera, lo eclipsara. O quizá simplemente esa era la estratagema del autor: crear un personaje que era más bien chulesco, alguien que iba de sobrado y que en esta segunda entrega, tras tocar fondo, hundido por los remordimientos de lo acaecido al final de Promesa de sangre, resurge como una persona mucho más humilde. Taniel se presenta en el frente tras recibir la noticia de que su padre ha muerto. Una noticia que desea que sea falsa. Una vez allí se verá envuelto en una compleja trama de corrupción donde algunos traidores intentan que Adro se rinda. Husmear le valdrá un juicio de guerra, el favor de los soldados y descubrir quién es el tipo que se esconde tras una máscara en el ejército de Kez. Si en Promesa de Sangre Taniel y Ka-poel ya formaban una gran pareja, ahora son una pareja adorable. Y sí, Ka-poel de nuevo volverá a “jugar” con sus muñequitos de cera para obsequiarnos con un poquito de acción desenfrenada.
Adamat, salvando las notables diferencias, sería el Sherlock Holmes de esta novela. Se disfraza para investigar sin ser descubierto y se mueve por los bajos fondos donde solo las personas más deleznables se atreven a entrar. En juego está la vida de su familia, aunque a medida que se acerca al misterioso Lord Vetas descubrirá que Adro está en plena transición. Unas elecciones serán inminentes. Aunque la transición de monarquía a república no será un asunto precisamente pacífico. Adamat resulta la excusa perfecta para que Brian McClellan nos muestre al ciudadano de a pie, al hombre que se preocupa por su familia y que hará lo que sea por protegerla, pero también es el pretexto para meternos de lleno en un mundo de intrigas en las que poco a poco iremos descubriendo la complejidad de la política. Junto a él tendremos el placer de descubrir un poquito más de la personalidad del Privilegiado Bo. Aunque el dilema que se le planteó en la primera novela es solucionado de forma facilona (aunque semánticamente válida) en esta secuela deja con ganas de conocer más y más a este misterioso mago. Como último apunte, una vez más Gamon Fantasy, el sello especializado en fantasía de Trini Vergara Ediciones, vuelve a ofrecernos una edición muy bonita y cuidada, salvo en el tema de errores tipográficos.
En resumen, en La campaña escarlata, segundo libro de la trilogía de Los magos de la pólvora, Brian McClellan retoma la acción justo donde lo dejó para doblar la apuesta y ofrecer al lector tramas muy ágiles repletas de acción y de intrigas políticas, así como un buen repertorio de personajes que gozan de grandes dosis de carisma.