La casa de los ángeles rotos, de Luis Alberto Urrea, es la historia de Angelote, el patriarca de una familia mexicana emigrada a Estados Unidos, quien, un día antes de celebrar su setenta cumpleaños, ha de asistir al entierro de su madre, mamá América. A ojos de cualquiera, sería una coincidencia cruel y la fiesta se anularía, pero no para los de Angelote: él sabe que será su último cumpleaños, pues padece un cáncer terminal, y ha de aprovechar que está toda la familia reunida para irse por la puerta grande, con una celebración inolvidable. Esa es, a grandes rasgos, la premisa de la novela y el hilo conductor de una sucesión de escenas trágicas y cómicas. Pero es que el trasfondo de La casa de los ángeles rotos, representado en las múltiples capas del personaje de Angelote, da para hablar largo y tendido.
Angelote es hijo de don Antonio, un policía mexicano extremadamente severo, que lo abandonó y lo olvidó, hasta el punto de llamar Ángel (Angelito) al hijo que tuvo con su nueva mujer gringa, porque ya ni recordaba que antes había tenido otro hijo con el mismo nombre. Es marido de Perla, una mujer que para todos era de segunda mano, pues venía ya con dos hijos, y que, además, para mamá América nunca fue lo bastante blanca para él. Y es un padre frustrado por no conseguir la aceptación de Yndio, su hijastro, y por verse cuidado ahora por Minnie, su hija, como si él fuera un bebé, debido a la enfermedad. Todo esto le hace plantearse qué es ser hombre realmente y si, pese a sus esfuerzos, ha logrado ser uno del que sentirse orgulloso.
Por si dudar de su hombría no fuera suficiente inseguridad, sigue sintiéndose en tierra de nadie, pues, para los estadounidenses, él y los suyos son y serán siempre inmigrantes, y para los mexicanos, se han agringado demasiado. A las puertas de la muerte, se da cuenta de que los años no lo han vuelto más sabio, sino que solo se ha percatado de lo pendejo que ha sido, ya que él, al igual que su familia, se ha pasado la vida tratando de demostrar algo, pero no sabe exactamente qué.
Y este cúmulo de lecturas de La casa de los ángeles rotos aún adquiere una nueva dimensión cuando el autor, Luis Alberto Urrea, nos confiesa al final del libro que se inspiró en su hermano Juan, que asistió al funeral de su madre gravemente enfermo y al que le dedicaron una grandiosa fiesta de despedida. Un episodio de la vida real que le sirvió como excusa para hablar de la imagen que el gobierno de Trump está transmitiendo de los mexicanos, a los que tacha de ilegales indeseables, meros delincuentes. Con la saga familiar de Angelote y Angelito, Luis Alberto Urrea trata de romper con esos tópicos tan dañinos y muestra a los mexicanos con sus virtudes y sus defectos, como seres humanos que son. Y no es esta la única lección de vida que nos da, sino una mucho más importante: lo bueno que es «poder reírnos un poco de la muerte porque, después de reírnos, podremos llorar». Todo esto convierte a esta saga familiar tragicómica en una historia tan actual como universal.
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