Nos gusta creernos especiales, que nuestros problemas son más importantes y distintos a los del resto, que nuestras vidas y nosotros mismos somos únicos y que lo que nosotros hemos o estamos pasando nadie más lo ha pasado. Nos creemos que nadie más ha sufrido tanto y lo mismo que nosotros; en definitiva, nos creemos el centro del universo. Pero además de eso, también creemos que hemos evolucionado enormemente desde las épocas pasadas. Sí, hemos evolucionado una barbaridad en muchos puntos, pero si hay algo en lo que no lo hemos hecho es en lo personal. Nuestras circunstancias y nuestra manera de vivir han cambiado: nuestra casa, nuestra ropa, nuestra educación, nuestro ocio… Sin embargo, nuestros problemas y nuestros sentimientos más básicos siguen siendo los mismos que han tenido a lo largo de la historia todos nuestros antepasados. ¿Cómo lo sabemos? Gracias a los libros. Lo que estos demuestran es que las vidas de antaño no nos son tan ajenas como creemos. Y, por eso, más allá de la narración y el estilo, muchas obras antiguas son eternas e inmortales, porque podemos sentirnos identificados con lo que cuentan, que se aplica tanto a aquella época como a la nuestra. Éste es precisamente el caso de La Orestíada de Esquilo, una de las grandes y épicas tragedias griegas. Temas y sentimientos como el odio, la justicia, el amor, la venganza, la ambición, la culpa, la muerte… no tienen fecha de caducidad.
Colm Tóibín, autor de Brooklyn y Nora Webster, actualiza estos temas y esta historia en La casa de los nombres, una nueva interpretación de algunos grandes clásicos griegos como La Orestíada, de Esquilo; Electra, de Sófocles; y Electra, Orestes e Ifigenia en Áulide, de Eurípides. La historia comienza cuando Agamenón, rey de Argos, sacrifica a su hija Ifigenia para que los dioses les honren con vientos favorables para ir a Troya. Años después, cuando el héroe regresa a casa vencedor de la Guerra de Troya junto con su amante, Casandra, es degollado por su mujer Clitemnestra y su también amante, Egisto, como venganza. Pero la sangre derramada no acaba aquí, ya que Clitemnestra será asesinada por su hijo Orestes, a instancias de su otra hija Electra, para vengar el asesinato de su padre.
Me he familiarizado con el olor de la muerte. El olor nauseabundo y dulzón que se coló con el viento en las estancias de este palacio […]. Es mucho lo que se ha esfumado, pero el olor de la muerte permanece. Tal vez haya entrado en mi cuerpo y este lo haya acogido como a un viejo amigo de visita. El olor del miedo y del pánico. El olor está igual que el mismísimo aire; retorna igual que retorna la luz de la mañana. Es mi compañero constante.
Los Átridas son una de las familias más sangrientas y conocidas de la historia de la literatura, que inspiraron otras grandes obras como, por ejemplo, Hamlet. Aunque La casa de los nombres se basa en esta historia y en estos personajes conocidos por todos, se podría decir que se trata de una obra completamente nueva, que Colm Tóibín ha reescrito rellenando los “huecos” con su propia imaginación. Las reversiones de libros antiguos son complicadas ya que partimos de la base de que es prácticamente imposible superar a la original, por eso, suelen ser mejores cuando se meten elementos nuevos que aportan algo a la obra original. Pero sobre todo, y más cuando lo que se reescribe es una obra tan conocida, hay que hacerlo desde la humildad y el respeto, lo que en este caso, Colm Tóibín cumple con creces. Mantiene los personajes, el argumento y la forma, pero le da un aire fresco que la convierte es una obra nueva, aunque con la fuerza y el sentimiento de la antigua.
Lo más complicado era meterse en la piel de Clitemnestra, Orestes y Electra; conseguir explicar sus sentimientos, sus pensamientos y sus motivaciones sin destrozar la visión que todos tenemos de ellos y, he de decir, que el autor irlandés lo consigue. Utilizando la primera persona en el caso de las dos mujeres y la tercera en el caso de Orestes, permanece fiel a sus retratos originales pero dotándolos de una nueva vida rica en detalles. Y es que, estos personajes son complejos, no pueden dividirse en buenos y malos, porque todos son héroes y villanos, todos están cargados de razones para pensar y actuar como lo hacen. Son personajes reales, crudos y oscuros.
Cabe destacar que además de sentimientos tan poderosos como el odio, el amor, la venganza o la culpa, en este libro también tiene un hueco importante la religión, pero no de la manera en la que lo esperamos. Mientras que la superstición y la fe en los dioses es lo que lleva a Agamenón a sacrificar a su propia hija; años después, en el periodo en el que se centra el libro, Clitemnestra, Electra y Orestes han perdido la fe y actúan por sí mismos, por sus propias razones, y no por lo que unos dioses déspotas y sangrientos les requieran.
Entre los dioses no hay nadie que ofrezca ayuda, que supervise mis actos y conozca mis pensamientos. No hay nadie entre ellos a quien pueda recurrir. Vivo sola con la estremecedora certeza solitaria de que el tiempo de los dioses ha pasado. No les rezo.
La casa de los nombres es una reversión profunda, poderosa y poética, con el espíritu de la versión original pero recreada con maestría para que tanto aquellos que aman la versión antigua, como aquellos que no se han atrevido a leerla nunca, puedan disfrutarla. Es una obra que se centra en la familia y su dinámica; en el poder y en las luchas que este conlleva; en la muerte y en el asesinato, y en las motivaciones que llevan a ello y la culpa que le sigue. Pero, sobre todo, el libro que nos trae Colm Tóibín, es una obra de lenta digestión, de esas que se te meten dentro y días después te descubres pensando y reflexionando sobre ellas. Es, en definitiva, un libro que llega destinado a quedarse entre nosotros recorriendo los laberintos de nuestra mente, de igual modo que los fantasmas de los asesinados entre los muros del palacio micénico de los Átridas, vagan cada noche por sus pasillos.