Siempre he pensado que hay un libro para cada ocasión. Que muchas veces están esperándonos en un rincón preparados para ese momento clave en el que han de llegar a nuestras vidas. Siempre lo he pensado y cada día estoy más convencida de ello.
Hace unos meses, antes de que toda esta locura del Coronavirus ocurriera, Javier Castillo volvió al mercado editorial con La chica de nieve. En cuanto lo supe lo pedí, pues había leído algún libro suyo con anterioridad y tenía muchísima intriga por saber qué nueva historia nos traía. Sin embargo, el mundo se paralizó, y con ello las editoriales, por lo que el ejemplar que pedí no llegó. Hasta hace una semana más o menos, cuando el cartero me sorprendió trayéndome mi ejemplar. Os acordáis de cómo he empezado esta reseña, ¿verdad? Pues sí, llegó en el momento perfecto, justo cuando me dieron una mala noticia y tuve que ingresar en el hospital. Al menos, durante las pocas horas que me ha durado esta novela, he estado distraída y entretenida y el tiempo se me ha pasado más deprisa.
Pero voy a dejar de hacer de abuela cebolleta y a hablaros de lo que de verdad importa. ¿Qué es lo que tienen los libros de Javier Castillo que hace que todo aquel que se adentra en ellos no pueda salir? Bueno, todavía no lo sé. El año pasado leí Todo lo que sucedió con Miranda Huff, y luego decidí que era el momento de leer su debut, El día que se perdió la cordura. Las tres novelas que he leído de él tienen algo en común: son rápidas, ágiles, con una trama que engancha y que hace que llegues al final casi sin darte cuenta. Son adictivas. Quizás porque no se anda con rodeos y mira a la historia de frente, quizás por su estilo sencillo sin grandes rimbombancias que hace que el lector no se detenga ante descripciones grandilocuentes ni florituras. Quizás por esa alma guionizada que caracteriza sus escritos y que hace pensar al lector que está ante una serie de televisión —de hecho, hace poco ha vendido los derechos de esa primera novela que escribió para que llevarla a la pequeña pantalla—. Son varios los elementos que se podrían destacar aquí, pero yo creo que la clave está en el entretenimiento. Javier viene para contarnos una historia que nos sorprenda y nos entretenga, y lo consigue con creces.
En este caso tenemos que trasladarnos a Nueva York. En plena cabalgata de Acción de Gracias una niña de tan solo tres años desaparece. A partir de ese punto iremos recorriendo varios capítulos en los que daremos saltos temporales —tanto al pasado como al futuro— y donde encontraremos una protagonista que hablará en primera persona y otros tantos que lo harán en tercera. En esa protagonista está la clave de todo. Ella es una periodista dispuesta a destapar la verdad sobre la pequeña. Sabe que le costará mucho tiempo, incluso años, pero va a hacer lo posible para encontrarla. Porque ellas dos tienen algo en común que poco a poco se irá desvelando y que hará que el lector comprenda por qué tiene esa obsesión con la niña. Mientras tanto, también seremos cómplices de cómo los padres de la pequeña pasaron por ese duro golpe, cómo los años lejos de ella hicieron mella en sus vidas, antes perfectas.
Esa mezcla de personajes, ese ir y venir en el tiempo, también ayuda a que el lector se enganche a la trama y quiera saber cada vez más. Sin duda, La chica de nieve es un libro perfecto para quienes busquen una historia ágil, entretenida, que les tenga enganchados un buen rato y que les haga olvidarse del mundo.
Como digo, creo que los libros casi siempre llegan en un momento determinado, como si el destino jugara un papel importante en esta partida. Yo doy gracias por haberme topado con Javier Castillo en estas circunstancias porque al menos durante unas horas era su historia la que estaba dentro de mi cabeza, echando a patadas todos los problemas que habitaban entonces en ella y dándome un respiro más que necesario.