El mercado de libros continúa girando hacia lo viral, lo que hace que en los últimos tiempos abunden las supernovas: obras y autores que aparecen casi de la nada, que brillan de repente de manera extraordinaria y cuya luz se extiende por todo el firmamento libresco hasta alcanzar todos los rincones. Internet y las redes sociales fomentan estos fenómenos, que antes eran puramente locales. La primera, permitiendo de manera casi mágica que el conocimiento se propague por el globo a la velocidad de un parpadeo; la segunda, llevando el boca-oreja a una dimensión desconocida, la que impone que la tendencia avasalle a la cultura, creando la necesidad de subirse a la ola so pena de quedar sepultado bajo la misma.
2019 nos dejó, entre otros, La chica salvaje, de Delia Owens. La novela de debut de una bióloga de setenta años, nada menos. El gran fenómeno literario de la temporada, según se lee en su faja, más de tres millones de ejemplares despachados, libro más vendido en Estados Unidos, traducido a más de 40 idiomas. Todo completamente cierto y fácilmente comprobable, no es ninguna exageración de la editorial.
En su caso concreto, se me ocurren unas cuantas razones que explican el tirón. En primer lugar, bebe de dos de los géneros de moda entre la ficción: la novela de misterio (thriller, negra, pónganle el apellido que quieran) y la nature writing. Además, cuenta con una protagonista femenina fuerte, independiente, una princesa que no necesita ni ser salvada ni tan siquiera ser princesa, y narra una historia increíble de superación, otro clásico superventas.
¿Nadie se la ha contado todavía? Sin ánimo de estropear la lectura, se puede decir que la chica salvaje se llama Kya, y que la novela recorre su nacimiento, infancia y juventud. Lo particular en su caso es que se cría prácticamente sola en una marisma de Carolina del Norte, al principio de la segunda mitad del siglo pasado. Si esto ya resultaría una aventura mayúscula de por sí, además Delia Owens la hace cruzarse con un asesinato ocurrido en esas mismas tierras cuando la joven Kya solo cuenta veinte años.
Hay que reconocer que La chica salvaje resulta adictivo. Yo he dado cuenta de él en apenas dos días, en los que he procurado buscar todos los recovecos posibles para continuar con la lectura. Un manejo eficaz de la elipsis hace que la narración no se atasque, la intriga y el coming-of-age se complementan bien, y la dosificación del vasto conocimiento de Owens sobre el medio natural de la marisma es perfecta. Ni abruma con descripciones inútiles ni se queda escasa a la hora de situar cada escena. ¿Convierte esto a La chica salvaje en un libro imprescindible? Quizá no. Entre otras cosas porque hacer correr en paralelo la historia de un personaje en pasado y la resolución de un asesinato casi en presente es una estructura bastante clásica de las novelas de intriga, porque muchas de las desventuras por las que atraviesa Kya son esperables y no aporta demasiados elementos extraordinarios más allá del exotismo dado por su impecable ambientación.
Pero sería injusto que alguien rechazara a Delia Owens y a su chica salvaje por haberse convertido en un fenómeno. Al fin y al cabo me parece una obra fantástica para recuperar el placer de pasar páginas, de dejarse envolver por una historia, por un paraje. Un libro para desconectar, para recuperar ese cosquilleo que nos producían nuestras primeras lecturas largas sin necesidad de recurrir a clásicos que quizá ahora nos decepcionarían. Una lectura sencilla, sin dobles y triples interpretaciones, de las que ganan cuando se comparten (¿has visto lo que ocurre en la página 275? ¡Te lo dije!), que vale para lectores y lectoras de todas las edades.
Está claro que bastantes otros libros ahí fuera merecerían alcanzar y no alcanzan una décima parte de las ventas que ha conseguido este. Pero créanme si les digo que son más los que no le llegan a la suela de los zapatos.