Reseña del libro “La ciencia de contar historias”, de Will Storr
Es curioso. Me sigo considerando un aprendiz de escritor —creo que toda mi vida me seguiré considerando un aprendiz de escritor—, por lo que esta inseguridad innata mía hacia la vida en general y hacia la literatura en particular hace que haya trasegado varios de los muchos manuales o guías de escritura con que el mercado nos oferta. Desde el archiconocido “Mientras escribo” del señor King al último, el “Curso de escritura creativa” de Brandon Sanderson. Pensé que este sería una más. Pero no. No al uso, al menos. Porque con “La ciencia de contar historias”, de Will Storr, nos encontramos ante un peculiar (y brillante) artefacto simbiótico; una mezcla de curso de narrativa, manual de psicología y tratado de neurociencia. Y aquí radica su gracia. En vez de focalizarse tan solo en la manidas cuestiones ontológicas acerca de la literatura—estructura de las tramas (cinco actos, etc.) importancia y construcción de personajes, detonantes dramáticos, diálogos…— , que el autor también recoge, mencionando y parafraseando a popes de esto como Joseph Campbell o John Yorke, y ofreciendo al lector además un interesantísimo anexo titulado “El enfoque del defecto sagrado”, una práctica sobre cómo construir el protagonista y la forma en que él y la trama deben formar un todo indivisible, enhebra estas con un enfoque científico, que muchas veces predomina sobre el puramente estilístico.
Este es el enfoque original de esta guía que, como digo, es práctica de por sí deteniéndonos tan solo en las cuestiones puramente pragmáticas para un escritor. Porque los que nos dedicamos a esto sabemos que para crear historias creíbles es necesario crear personajes creíbles y, a su vez, para esto es condición sine qua non descubrir cómo actúan las personas en la vida real. Aunque para esto no basta con sentarse en un banco del parque a hacer de voyeur. Hay que ir un pasito —grande, de esos que aúnan raciocinio y salto de fe— más allá: es impepinable saber si lo que llamamos “vida real”… es tan real como parece. Y para eso necesitamos la ciencia. Concretamente esta “Ciencia para contar historias”.
Y esto es lo más mollar que nos cuenta el autor en ella, a mi entender: que la realidad que cada uno ve es una invención del cerebro, una historia que nos narra y en la que nosotros somos los protagonistas, los héroes arquetípicos. Insisto: el mundo es una reconstrucción de la realidad que el cerebro produce dentro de nuestras cabezas, dado que él, encerrado en al bóveda oscura y silenciosa de nuestro cráneo, no puede experimentarla directamente. Igual para algunos esto es perogrullo. O que se vale para esto de nuestro sentidos (muy limitados, por nuestra propia evolución hacia seres tan civilizados como adocenados), nuestra memoria y nuestra imaginación. Y que, por tanto, la realidad es la experimentación de una alucinación individual y subjetiva, conocida como “modelo cerebral del mundo”, de la que tú, lector, ocupas un lugar central cada segundo de cada día.
Pero lo que no resulta tan evidente es que, en conclusión, el cerebro es el verdadero narrador de historias, nuestro procesador de narraciones. Ergo el ser humano está hecho o encauzado para contar historias. Somos, de hecho, narraciones. Es lo que nos hace humanos y lo que dio origen a los clanes, a la cultura, a las sociedades y, posteriormente —nos guste o no— a las religiones, que mantuvieron cohesionadas a esas incipientes sociedades. Es un nexo universal entre todos los seres humanos. Tiene una capacidad para conectar una mente con otra que no tiene parangón ni siquiera con el amor. Nos aporta la sabiduría y la esperanza de que no estamos solos en esta oscura bóveda de huesos. Nos enseña que, bajo nuestras distintas pieles y nuestras diferencias, seguimos perteneciendo a la misma especie.
Y, sobre todo, nos enseña que, cuando nos esforzamos por alcanzar un objetivo difícil pero significativo, prosperamos. Y lo hacemos porque lo que alimenta la vida es la búsqueda. ¿Y qué es también, casualmente, la búsqueda?
Lo que alimenta una trama.