Que levante la mano el que no se haya imaginado estudiando una escena de un crimen mientras ve CSI o Bones en la tele. Desde que comenzó el boom de las series policíacas, como bien nos cuenta J. M. Mulet, las aspiraciones a ser criminólogo, médico forense o investigador han subido como la espuma entre los más jóvenes. Lo de tener un maletín lleno de cachivaches de última tecnología para investigar una escena criminal es de lo más suculento. Y es que todos, en mayor o menor medida, nos sentimos atraídos por el mal, por el morbo que tienen detrás todas estas historias. Quién no se ha interesado por Hannibal Lecter, quién no ha sentido curiosidad por Jack el Destripador, quién no ha seguido en los telediarios historias como las de José Bretón o Asunta Basterra. Que lo diga, porque no me lo creo. Y es algo completamente normal, nada psicótico ni preocupante. Nos genera curiosidad lo desconocido, esas cosas que no vemos día a día (por suerte) y que nos llevan a descubrir el lado más macabro de las personas.
Pero detrás de toda esta parafernalia que nosotros vemos en la tele, hay cientos de personas que hacen posible la investigación y que intentan esclarecer los hechos que después van a servir de prueba en un juicio. Yo me dedico al mundo del Derecho y he visto muchos casos en los que los testigos son volubles y sus recuerdos llegan a ser manipulados fácilmente. Está comprobado que una persona puede versionar sus recuerdos para que cuadren con los hechos del caso. La gente cree lo que quiere creer. Pero, en cambio, las pruebas son las pruebas. Sí, tendrán su margen de error, pero os aseguro que en la mayoría de las ocasiones, porque no se puede decir que sea en todas, son más fiables que una prueba testifical.
La ciencia en la sombra nos cuenta cómo se lleva a cabo una investigación, paso por paso. Desde cuál es el proceso físico por el que pasa un cadáver hasta que se convierte en “polvo”, hasta cómo se realiza una prueba de ADN. Todo esto, entremezclado con las leyendas criminales más famosas de la historia, de las que J. M. Mulet nos hace partícipes. Desde la “desaparición” de la Gran Duquesa Anastasia, hasta la exposición de la calavera de Hitler, este profesor universitario nos explica algunos de los mitos más explotados por los medios. Y es que al final la ciencia le encuentra una solución a todo; o a casi todo, porque, por suerte para algunos o por desgracia para muchos, hay pequeñas excepciones que se escapan a las reglas generales y que generan verdaderos quebraderos de cabeza.
Leyendo el libro me he dado cuenta de cuán poco sé acerca de la investigación criminal, y eso que he hecho varios cursos sobre ello. Todo es mucho más minucioso de lo que nosotros creemos y hay muchísimo trabajo detrás que necesita de auténticos expertos. Pero como bien recalca J. M. Mulet, la ciencia en España es algo que queda relegado a un segundo plano y, aunque tenemos un potencial increíble, con tanto recorte ha sido imposible explotarlo.
A través de sus páginas descubriremos que no solo Julio Verne fue un visionario, sino que, en materia de criminología, ya hubo algún escritor que dio ideas para lo que hoy en día es una realidad, como la identificación mediante huellas dactilares o la acusación de una persona por tener restos de pólvora en sus manos. Y en cuanto a esas series que tanto nos gustan, veremos que hay cosas que sí que representan medianamente bien, pero hay otras a las que no se acercan ni por asomo. A partir de hoy creo que voy a ver estas series desde otro punto de vista y, en vez de dedicarme a buscar al asesino, contaré todas las veces que los policías/forenses la pifian, dando lugar a la nulidad de las pruebas; como cuando nuestra querida forense de CSI se pone a inspeccionar los cuerpos con toda la melena danzando por encima del cadáver. Pero quitando estos despistes garrafales, en la realidad nos encontramos con la premisa de que siempre nos llevamos alguna traza de los sitios donde estamos y también dejamos algún resto nuestro, por lo que, con los avances tecnológicos que hay hoy en día, hablar del crimen perfecto es imposible. Y si todavía te quedan ganas de cometer un delito, échale un vistazo a estas páginas y te darás cuenta de que, o eres un ser incorpóreo, o vas a tener muy difícil el que no te acaben pillando.