Tengo un prejuicio – que, afortunadamente, con el tiempo va desapareciendo – y es el siguiente: no suelo salirme de los circuitos más “oficiales” (por llamarlos de alguna manera) del sector editorial. Esto quiere decir que es muy raro que yo mire en la sección de libros autopublicados o que haya algún libro que me interese especialmente. Supongo que el tiempo ha hecho que me vuelva vago, que no me entre la curiosidad por otro tipo de publicaciones o que la desidia – y cierta crítica que hago siempre a ciertos sectores de esta industria – hayan hecho que prefiera centrarme en lo que una editorial que ya conozco de sobra vaya a ofrecerme. Cuento todo esto porque hoy traigo un libro que, por razones que no vienen al caso, es muy posible que yo no hubiera reseñado, que no me hubiera llamado la atención, y que hace referencia a lo que decía al principio sobre mi prejuicio: ha hecho que vayan bajando mis humos y que me acerque a La cita mortal con una sensación de entretenimiento y buen rato que dejan en evidencia varias cosas que, por no extenderme mucho en esta introducción, iré desgranando más adelante. Hasta entonces, la historia es la que sigue…
Roma, 21 de agosto de 1280. Abraham Abulafia, es encarcelado en los calabozos del Vaticano acusado de la muerte del Papa Nicolás III. Será allí donde narre su injusticia y donde la historia que encierra este libro tejerá de acción e intriga aquellos parajes de la Historia que quizás no hayamos sabido nunca.
Hablaba hace poco con un amigo sobre las novelas de entretenimiento. No es la primera vez que hago referencias a ellas en una reseña, pero con La cita mortal me permito repetirme por una simple razón y una pregunta que aparece todo el rato en mi mente: ¿acaso es necesario que una novela tenga un estudio pormenorizado del ser humano, una complejidad extrema, o se convierta en todo un acontecimiento generacional para que esté bien? David Berniger ha escrito un thriller histórico que acompaña al lector y le propone un juego histórico entretenido y lleno de momentos de tensión que, aunque no aparezca en los carteles publicitarios ni tenga una campaña llena de miles de euros detrás, convierte la literatura, la novela, la Historia, en un juego del y con el que participar sin sentirnos mal por ello. Esta es una de las cuestiones a las que hacía referencia en la introducción y que se agradece en los tiempos que corren: que a uno le den una bofetada, aunque sea liviana, para enderezarle un poco y permitir que pueda ver más allá de lo que las librerías nos pueden ofrecer o de lo que editorales que llevan copando los top de ventas durante años publican. No pretende ser, a pesar de lo dicho, un ataque hacia lo que hoy se publica o se deja de publicar. Esa es otra cuestión de otro debate. Lo que quiero plasmar es que son novelas como la que hoy traigo las que muestran que la literatura, sin entrar en los debates de la dicotomía entre buena y mala que me parecen absurdos, puede llegar a un público y hacer que el tiempo que se pase entre sus páginas sea aprovechado en el simple – y noble, si se me permite – arte de entretener.
La cita mortal es una novela, ya lo he dicho antes, en la que no me hubiera fijado. ¿Quiere esto decir que si yo no me fijo en una novela no merece la pena? A la vista de lo que me ha sucedido a mí la respuesta es obvia: no. David Berniger nos traslada a otra época, a los pasadizos de un momento histórico, a las traiciones e intrigas de otra ciudad, y lo hace con cierta elegancia, casi sin que nos demos cuenta, como si fuera sencillo escribir ya que, para nosotros, la lectura se tornará rápida y habremos llegado al final casi sin que nos demos cuenta. Quizás la única crítica que yo pueda hacerle vaya para su contraportada, en esa necesidad imperiosa que se tiene de comparar novelas y autores, unos con otros, cuando la propia voz de uno debiera ser lo suficientemente interesante como para que tuviéramos que establecer las similitudes y diferencias entre las lecturas. Pero entiendo de marketing. Sé que eso hace que la gente tienda a comprar más novelas. Pero sin embargo sigo creyendo que esta novela puede interesar al lector por sí misma, bien sea por las palabras que los que la leemos vayamos diciendo o escribiendo sobre ella, o porque tú, que has investigado sobre lo que nos propone su autor, hayas decidido elegir un buen thriller histórico que está dispuesto a una cosa que a mí me parece que ya es para estar satisfecho: divertir y entretener al personal mediante la palabra.