Reseña del libro “La comemadre”, de Roque Larraquy
Pues no sé qué hizo usted, pero yo terminé el año volándome la cabeza con este libro (que es una cosa como muy sensata en estos tiempos y para terminar lo que sea).
(Lo de volarse la cabeza, digo).
El caso es que me encontré con algo (sí, digamos que es “algo”, así en formato neutro) grotesco, absurdo, divertido, espantoso, ¿repugnante? (¡sí, repugnante también!), extravagante, imaginativo, controvertido, satírico y profundamente artístico, lo que también casa bien con lo de pegarse un tiro en año nuevo después de besar a tus hijos.
Para empezar, La comemadre es un título flipante, no me diga usted que no. Vale. Después está la reedición actual, a cargo de la buena gente de Fulgencio Pimentel. Siempre tan cuidada, tan moderna en sus portadas y su típica encuadernación de tapa dura. Otro punto a favor (del libro y de ellos, claro).
La comemadre es un libro único en su especie, fresco, hilarante pero terrible y tenebroso a la vez y está lleno de vanguardia tanto en la forma como en el fondo. Contiene dos historias increíbles, casi alucinatorias y tremendamente imaginativas, conectadas entre sí por el fino y oscuro hilo de la planta patogónica que da título a la novela. Roque Larraquy nos las cuenta con un estilo personalísimo (de frases muy cortas, algunos diálogos extravagantes y un lenguaje sencillo, casi sentencioso, burlón, directo y desenfadado, con mucha mala leche y doble sentido) que me ha recordado a esos postmodernos que tanto me ¿gustaron?
El autor argentino le meterá a usted de lleno en un viaje surrealista y kafkiano, y le hará girar hasta marearse en torno a una reflexión sobre los límites de la ciencia y el arte, el dolor humano, la locura, el amor y el desamor, los recuerdos y la identidad, que a veces nos machaca y de la que querríamos desprendernos, aunque fuera volviéndonos locos y transformándonos en otra cosa.
Y luego está la comemadre, una planta tropical (y la gran metáfora de la novela) que, tras expulsar un extraño polvo negro, metaboliza misteriosamente una serie de bacterias, una especie de microscópicas pirañas que devoran y hacen desaparecer poco a poco cualquier materia viva, incluyendo, por supuesto, al ser humano.
¿Qué? ¿A que es como la nueva novela de J.M.?
Pues mire: la primera historia tiene lugar en 1907, en un sanatorio de Buenos Aires. Allí, unos siniestros médicos juegan un poco a ser Viktor Frankenstein y deciden hacer un experimento demencial para comprobar qué hay después de la muerte, si es que hay algo. Para saber si un cuerpo muerto puede permanecer vivo durante un tiempo (o justamente lo contrario, que viene, a su vez, a ser lo mismo). Una historia fantástica, sorprendente y adictiva donde las haya, y que se lee como si fuera un fabuloso relato breve.
La segunda historia ocurre ya en 2009 y no le va a la zaga a la anterior (aunque quizás sea más profunda y psicoanalítica). Se centra en las reflexiones de un reconocido artista de vanguardia, antes también niño prodigio y conejillo de indias de extraños experimentos televisados, que hace arte conceptual utilizando el cuerpo humano (el suyo y el de otros) como materia prima para sus composiciones, siempre controvertidas. El propio protagonista nos cuenta sus alocadas y terribles peripecias de infancia y adolescencia, así como su tormentosa relación con Sebastián (otro niño extraño que se acaba convirtiendo en su amante) y Lucio (una especie de doble suyo y que también es su compañero artístico).
¡Total ná…!
La comemadre se publicó por primera vez en 2010, que ya es decir y no dejó a nadie indiferente, por supuesto. Creo que lo prohibieron por inmoral y provocador y todas esas mierdas en algún sitio, pero después de aquello, se tradujo a una decena de idiomas y le dieron no sé qué premios, qué también da un poco igual.
Lo que está claro es que todavía hoy hay legiones de seguidores de este maravilloso y extravagante libro y de un peculiar (y joven e interesantísimo) escritor argentino llamado Roque Larraquy. Apúntenlo.
Yo de momento me sumo a la corriente y como aquí se han publicado otros dos libros suyos, intentaré volver a saltarme la tapa de los sesos, a ver si esta vez ya es la definitiva.
Mucho me temo que no, pero si usted lo intenta con el libro y lo consigue, ya me dirá qué cojones hay allí.
Justo en la otra orilla.