Cuando pensamos en el acto de la caza, siempre lo hacemos estando situados en la parte del cazador, por el lado de madera de la escopeta o de la cuerda del arco. No existe, sino es en esas pesadillas nocturnas, la posibilidad de pensar que somos la parte cazada. Es labor de la literatura ponerse y ponernos en la piel del cazado, del que está en el centro del punto o la cruz de la diana o en el pegamento de la telaraña. Pero existen más posibilidades que el de ser cazador o ser cazado; podríamos pensar que puede existir un tirador que es acosado y una presa que se revuelve contra su destino, y un pueblo que descubre que los pasos del perseguidor y del perseguido son los mismos, que se confunden hasta, casi, parecer uno sólo; existe también la posibilidad de que la caza solo sea la alegoría del propio mundo y la verdadera realidad sea la que se encuentra, más allá de las balas, entre lápices afilados y, acaso, es eso lo que se halle entre las historias de “La confesión de la leona”.
Si a algo apunta Mia Couto, si a algo busca colgar en el desolladero y mostrar sus entrañas y sus despojos, es a esa parte de la sociedad de Mozambique que deja que la mujer sea el lado que más sufre, el atacado, la parte desgarrada de la cuerda, y que no permite que salga de su existencia como cautiva y trofeo de cualquiera que piense que es superior por género o nacimiento. Y ambas cosas pueden suceder tanto en la sociedad tradicional. en la que nada debe ser cambiado porque las costumbres y los ritos exigen que sea de un modo y sólo de un modo; como en la sociedad más moderna, la de las ciudades, que conservan, en algunas situaciones, comportamientos heredados de lo tradicional. Pero no, el que piense que el libro es un pasquín para iniciados concenciados, que se tranquilice, es más que eso: es la posibilidad de descubrir a través de los diarios de una mujer, perteneciente a un pueblo perdido y los de un cazador de la ciudad, toda una realidad tan diferente en las creencias, en los pensamientos y en los ritos a la nuestra, como igual en muchos aspectos de los comportamientos. Así que puede que nos descubramos entre las páginas del libro, entre fantasmas, entre almas que cambian de género o ríos que saben por donde surcan sus aguas, entre desiertos sagrados, huesos sin herencia, de árboles que cuidan de las personas, de partos de entre la arcilla, de muertos que cuidan del pueblo, y de leyendas donde el cielo era más que el sol… Y veamos que fuera de nuestras dispares leyendas y certidumbres somos iguales en nuestras ruinas y nuestros enconos.
“La confesión de la leona” es la narración a dos voces, la de Arcángel, el cazador, y la de Mariamar, de los hechos que sucedieron y suceden en un pequeño pueblo que bordea la selva, Kulumani, en un momento en las que unas leonas rodeaban el pueblo y devoraban a las mujeres. El libro te lleva por un laberinto en espiral hasta desembocar -caer-en un lugar que no esperas, allí donde se explica cuál es el momento último, en ese en el que se encuentran las preguntas, las respuestas y las razones de todo: ¿por qué las mujeres?¿por qué nadie ve a las leonas cuando entran al pueblo? ¿se puede morir antes de estar muerta? ¿de qué sirve un cazador? ¿se está muerta por ser mujer? ¿hay lugar para el amor entre la sinrazón? ¿habrá solución para algo? ¿para alguien? Y de entre las preguntas, y las respuestas, y entre las verdades que todos saben y nadie grita, surgen lugares que revientan todo lo que creías pensar que ocurría, todo lo que parecía apenas un rechazo ahora es un puñetazo, lo que era desapego es odio, lo que se insinuaba era verdad… Saber llevar el paso recto por los caminos, aprender a hacerlo, es lo que hace del Cazador y de Mariamar dianas para los que no quieren que nada cambie. Él como representante de lo urbano, de lo moderno -incluso de lo extraño e invasivo- , ella como ejemplo del mundo rural y tradicional, se encuentran en ese instante en el que se soportan las cosas porque son como siempre han sido, porque siguen el rumbo que está prefijado, o buscan un modo de alterar las cosas-al menos las suyas- y poder salir del círculo que se va encerrando entorno a ellos y que va sugiriendo que todo lo que ha ocurrido, volverá a ocurrir, que todo lo que fue lo fue por que debió ser así, y que acaso nada cambia aunque lo intentes.
Nada escapa de entre los ojos y las fauces de las leonas, puede que los tambores y los gritos de los hombre de la aldea suenen en la selva, puede que se oculten entre las sombras de árboles o entre las paredes de las casa, pero nada dejará el camino sin que ellas lo vean y dejen vivir o no. Acaso solo son agentes de un ser superior, de esas diosas-mujeres que permitieron que el mundo naciera y serán ellas las que acaben con él; porque en la oscuridad de la noche, como en la del seno materno, o en la del interior de la boca de la leona se resume toda la vida: inexistencia-vida-muerte… Confesar lo que era y dónde encontrarlas es el reconocimiento de las leonas para con quien sepa buscar el sentido último al libro y descubrir que aun bajo la apariencia de presa siempre volverá a ser una cazadora.