La dama del perrito, de Antón Chéjov
Un clásico que, tras su aparente sencillez, oculta una historia profundamente humana.
Poco importa que se trate de uno de los momentos más intensamente vividos, o de una de esas situaciones que por su trascendencia deberían permanecer para siempre en la memoria; cuando intento recordar, los rostros se desdibujan y las palabras se confunden. Sin embargo, ciertos detalles sin importancia permanecen intactos: el olor de una sala de espera, el estampado de un vestido, la tibieza del sol en una tarde de invierno…
Pero no se asusten, no voy a hablar de la magdalena de Proust, sino de La dama del perrito, un cuento de Chejov en el que detalles como los que les acabo de mencionar tienen una gran importancia.
En La dama del perrito, como en tantos cuentos del autor, no pasa casi nada, apenas una anodina aventura entre dos veraneantes burgueses, una insulsa historia sobre un adulterio con personajes comunes e incluso aburridos; no hay buenos ni malos, ni golpes de efecto, ni sorpresa al final. Además de partir de una trama muy sencilla, Chéjov no se detiene a describir con detalle los acontecimientos de forman la historia, sino que la va construyendo a base de pequeños detalles intrascendentes; anécdotas sin relación aparente con el hilo principal de la narración que poco a poco van completando un puzzle de una fuerza y una densidad inesperadas. En tan solo unas pocas páginas, Chéjov condensa tantos sentimientos, tantos conflictos, tanta humanidad que el desarrollo del argumento y su desenlace quedan en segundo plano.
Ya desde el comienzo se hace patente esta forma de narrar: “Había corrido la especie de que en el malecón había aparecido un personaje nuevo: una dama con un perrito” Menos de veinte palabras y el lector ya respira el aire decadente y aburrido de una pequeña ciudad balneario, los paseos por el malecón donde todos se conocen y las terrazas donde cualquier novedad es comentada como un acontecimiento.
Gúrov decide combatir el tedio de los lentos días de reposo en Yalta conquistando a Anna, la solitaria y atractiva joven a la que ha visto en varias ocasiones paseando con su perrito. Maduro y educado, no es la primera vez que hace algo parecido. De hecho sabe muy bien qué tiene que hacer para conseguir su objetivo y añadir una nueva conquista al palmarés con que se resarce de un matrimonio que no soporta. Él se presenta ante el lector como un elegante seductor, cínico y con pocos escrúpulos, mientras que ella, mucho más joven, vulnerable e inocente, parece ser una versión burguesa de Emma Bovary, debatiéndose entre la pasión de una aventura que quiere imaginar romántica y un arrebatado sentido de culpa a causa de su infidelidad al aburrido marido. Pero las personas son más complejas de lo que parecen ser y Chéjov, gran conocedor de la naturaleza humana, va más allá de las apariencias y muestra de manera sutil y eficaz los infinitos matices con que ambos personajes viven su relación.
Chéjov, con cuatro trazos rápidos pero precisos, dibuja la psicología más íntima de los protagonistas; aquellos pensamientos que Gúrov jamás se atrevería a confesar a nadie, como su aburrimiento ante las lágrimas de culpabilidad de su confundida amante o la franqueza descarnada con la que él reconoce, sólo para sí mismo, que ninguna de sus conquistas ha sido dichosa a su lado.
Del mismo modo que Chéjov renuncia a desarrollar el argumento, también evita emitir juicio alguno sobre el comportamiento de sus personajes: no hay moraleja. El autor, gran observador de la naturaleza humana, se limita a narrar con el objetivo de plasmar la verdad, de reflejar la experiencia de la vida y, por tanto, su ambigüedad, su absurdo.
Por su parte, Javier Zabala capta con sus ilustraciones, cuya sencillez refleja la austeridad de la prosa de Chéjov, la poderosa corriente sexual que en el texto queda amortiguada, aunque siempre patente, tras los modales decimonónicos, dando una nueva dimensión a este texto tan clásico como actual.
Al final, como sucede con otros títulos de la colección Ilustrados de Nórdica, La dama del perrito no sólo se disfruta mientras se lee, sino que, con el tiempo, las sensaciones de su lectura permanecen en la memoria como el estampado de aquel vestido o el sol de aquella tarde de invierno.
Javier BR
Enhorabuena, con unos pocos comentarios sobre un cuento describes a la perfección la obra y el estilo del autor, quien tiene doble mérito porque pocos antes que él escribieron de esa forma.
Gracias por la reseña, magnífica como siempre.
He encontrado una pagina de literatura bastante interesante: http://www.infiernoazul.wordpress.com
Gracias a ti por tu comentario, Andrés. Quizá Chejov sea uno de los escritores rusos menos “rusos” y, como dices, un gran innovador.
Me alegro de leerte por aquí.
Vi una película donde mencionan varias ocasiones este libro y tenía curiosidad de saber la trama y en pocas palabras me enteré de lo que trata,gracias