La dama del viento sur, de Javier García Sánchez
Javier García Sánchez es un escritor de pura cepa. Utilizo aquí ese término, “escritor”, en contraposición a “autor”, el cual, para mí, es un nombre más apropiado para aquella persona que vende lo que escribe y que tiene una imagen pública relacionada, al menos en parte, con esa actividad, pero que no necesariamente es escritor. Para mí, el escritor es propiamente alguien que, aun de no existir la industria editorial, aun si estuviera en una isla desierta, escribiría, porque no podría ni querría dejar de hacerlo. Evidentemente, no conozco a Javier García Sánchez, pero mentalmente lo encuadro en esa categoría. A ello contribuye el hecho de que se prodiga poquísimo en los medios de comunicación, y también el hecho de que haya escrito una obra como La dama del viento sur.
Desde que la leí por primera vez, hace muchos años, La dama del viento sur ha sido, para mí, un referente. Puede llamarse quizá obra de culto. No considero que sea una novela redonda, pero tiene algo, una autenticidad, una fuerza, un mensaje, un puñado de preguntas que nos propone para que cada uno de nosotros indague en su interior, da igual que tampoco obtenga respuesta, porque son los misterios de toda vida humana los que aquí se conjuran en su grado más intenso y más fascinante.La dama del viento sur es un viaje al fondo de la mente de un hombre. Se llama Hans Kruger, pero podría tener cualquier otro nombre. La historia de Hans no la cuenta él, sino un amigo llamado Andreas Dörpfeld, quien ya desde el principio nos hace adivinar que Hans no ha tenido un final feliz. La dama del viento sur es la reconstrucción, hecha en parte de suposiciones, en parte de certezas, de la desgraciada historia del amor de Hans por una compañera de trabajo, Olga Dittersdorf, quien no le corresponde. El enamoramiento de Hans es tal, que deriva en otra cosa: en obsesión, en locura, en pérdida de uno mismo y de toda referencia o interés en la vida a excepción del objeto de su amor. ¿O quizá no? ¿Quizá es el recurso fácil tachar a Hans de loco, cuando sólo se trata de amor? ¿Dónde está la línea divisoria entre amor y enajenación? Y si el amor es una forma de locura, entonces ¿no es su conclusión lógica e inevitable la destrucción del sujeto?
La dama del viento sur es un libro fascinante, no tanto por el tema que aborda, sino por cómo lo hace: con un lenguaje minucioso y un detallismo exacerbado, con un ojo y una pluma propios de un científico centrado en el análisis desapasionado del objeto de estudio, pero en el cual late el afán por diseccionar el alma enamorada, el sentimiento más irracional del ser humano y el más abiertamente contrario a su propio interés, a su propio bienestar y su supervivencia. Se trata de una narración absorta en sí misma, muy intensa, fría pero a la vez apasionada, racional pero también abocada a asomarse al subconsciente, a aquello que sólo intuimos pero jamás llegamos a ver de frente.
La dama del viento sur forma parte coherente del universo literario de Javier García Sánchez, un escritor valiente que no teme ahondar en los recovecos más ocultos del alma humana pero sin alardear de poder descifrarlo, sino sólo mostrándolo, compartiéndolo con nosotros.
La dama del viento sur es un libro fascinante, no tanto por el tema que aborda, sino por cómo lo hace: con un lenguaje minucioso y un detallismo exacerbado, con un ojo y una pluma propios de un científico centrado en el análisis desapasionado del objeto de estudio, pero en el cual late el afán por diseccionar el alma enamorada, el sentimiento más irracional del ser humano y el más abiertamente contrario a su propio interés, a su propio bienestar y su supervivencia. Se trata de una narración absorta en sí misma, muy intensa, fría pero a la vez apasionada, racional pero también abocada a asomarse al subconsciente, a aquello que sólo intuimos pero jamás llegamos a ver de frente.
La dama del viento sur forma parte coherente del universo literario de Javier García Sánchez, un escritor valiente que no teme ahondar en los recovecos más ocultos del alma humana pero sin alardear de poder descifrarlo, sino sólo mostrándolo, compartiéndolo con nosotros.
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