Reseña del libro “La desafortunada vida de las lombrices: Breve tratado de historia natural”, de Noemi Vola
A menudo me sorprendo al descubrir que se escribe tanto sobre unos temas y tan poco o nada sobre otros. Al menos en lo que respecta a los ensayos, no está todo escrito. Si le sumamos el filtro que pasan los libros infantiles, la información a esa edad es todavía más escasa y redundante. El caso concreto de las lombrices me tiene perpleja. Quien no las haya visto u oído hablar de ellas no es de este planeta, y sin embargo no encontraréis una alternativa ni tan íntima ni tan artística como La desafortunada vida de las lombrices: Breve tratado de historia natural, de la italiana Noemi Vola, que ha publicado Libros del Zorro Rojo.
Parece que no se puede escribir sobre lombrices sin hablar de la tierra o de fabricar compost. Como si se necesitase una excusa para mencionarlas. Hasta Darwin, que se atrevió a analizar la cognición de las plantas, cayó en esa moda en su libro sobre lombrices. El estudio pasó bastante desapercibido en su tiempo, y no me extraña, estaba falto de reivindicación, falto de glamour. No como el libro de Noemi Vola, que resalta en el catálogo como un chicle de fresa en el salpicadero de un coche. Dispuesto a mostrar, entre el humor y la ironía, el drama de las lombrices en el mundo, con ellas como únicas protagonistas. ¡Al fin!
A lo más personal que ha llegado la ciencia es a exponer sus vergüenzas anatómicas. ¿Pero cómo es la lombriz en su intimidad? Quiero decir… ¿Dónde y cómo vive? ¿Qué come? ¿Tiene amigos? ¿Quizá enemigos? ¿Y a qué se dedica? ¿Hay lombrices famosas? ¿Cómo lleva el desprecio que le hace la sociedad? ¿Para qué le sirve la cola? ¿Qué pasa si llueve o si se parte por la mitad? Preguntas importantes, de peso, como las que se hacen los niños; y otras tan profundas que dejarían a Sócrates temblando.
El libro no solo tiene una cubierta en cartoné adorable, también —nada menos que— 256 páginas ilustradas a rotulador de todos los colores. Es decir, que la autora se ha molestado en dibujar cada brizna de hierba, cada gota de lluvia, cada línea de los segmentos que forman cada lombriz y creedme, porque hiperventilo y me vienen los sudores fríos solo de pensarlo, que eso son MUCHAS rayas. Un trabajo espléndido en un contexto divertido que tiene más de fábula fantástica que de tratado serio. El balance entre el texto y las imágenes está muy bien equilibrado para dedicar a cada página lo que corresponde; respetando los silencios para reflejar el paso del tiempo y llegando incluso a generar tensión e incertidumbre sin necesidad de utilizar las palabras.
Al principio me esperaba que fuese una especie de enciclopedia adaptada, rebajando los tecnicismos, con datos precisos que he echado en falta al comienzo del libro. Aunque eso hubiese bastado para llenar el espacio en blanco literario que tienen las lombrices, me he dado cuenta de que esa no era la intención. Y que añadir esos datos de forma tan académica tal vez hubiese empañado el objetivo principal. Porque tras leerlo me han quedado dos cosas muy claras: la primera, que la próxima vez que vea una lombriz me voy a acordar de este libro porque no hay otro igual. Y la segunda, que no se me ocurrirá soltar un «Uggg» asqueroso, porque bastante tienen con lo suyo. En definitiva, que es un ser vivo al que hay que respetar. Lo merece, ya está bien de prejuicios.
La desafortunada vida de las lombrices me ha llevado por un viaje inesperado a las entrañas mismas de la filosofía. Debí intuirlo cuando citó a Tove Jansson al principio, o por la forma que tiene de resumir los apartados al estilo de la creadora de los Mumin. Pero estaba demasiado ocupada pensando en que podríamos ser compañeras de lectura. Me despistó también que la idea surgiera al ver una lombriz partida en dos, porque me parece maravilloso que de algo tan macabro pueda surgir un arte tan bonito. Así que no vi venir las preguntas existenciales sobre la vida y la muerte, sobre el reconocimiento del «yo» y la búsqueda de identidad. La lombriz es tan polifacética que da mucho juego para convertirla en otras cosas cuando intenta ser lo que no es. Una crisis que la lleva al psicólogo y a intentar buscar su lugar en el mundo —«Zas», en todo el morro—. Si eres adulto puede que te apañes, pero atente a las preguntas si lees con un menor al lado. Por eso me veo en la obligación de avisar, y no a modo disuasorio, sino todo lo contrario. ¡Qué mejor oportunidad de abordar temas tan complejos de explicar, si hasta vienen con dibujos! Todo un regalo imprevisto.
Atractivo, fresco, sorprendente y reflexivo. Lo empecé con la mente cuadrada dispuesta a destripar la biología y me voy con una lagrimilla entusiasta y la sonrisa de arcoíris tras la tercera relectura. Y es que ¿por qué nadie las quiere ni se regalan peluches de lombrices por San Valentín? En serio que no lo entiendo.