Reseña del libro “La doble muerte de Unamuno”, de Luis García Jambrina y Manuel Menchón
Aunque no recuerdo la primera vez que oí mencionar el encontronazo entre Miguel de Unamuno y Millán Astray en el acto del 12 de octubre de 1936 celebrado en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, lo cierto es que siempre me ha llamado la atención. Por eso fui a ver Mientras dure la guerra, la película de Alejandro Amenábar, y gracias a ella me interesé más por el Unamuno hombre, ya que el Unamuno escritor lo conocía desde la adolescencia por obras como La tía Tula o San Manuel Bueno, mártir. De ahí que me haya leído La doble muerte de Unamuno, de Luis García Jambrina y Manuel Menchón, que complementa la película documental Palabras para un fin del mundo, que, por el momento, no he tenido el gusto de ver.
Según los propios autores, La doble muerte de Unamuno es una crónica, una reflexión, una indagación histórica y biográfica acerca de las circunstancias que rodearon la muerte del célebre escritor vasco. Además, incluye testimonios, documentos poco conocidos y un álbum fotográfico donde se recogen muchos de los hechos que relatan. Incluso hacen una recreación de su muerte, y la prosa literaria los invade en algún que otro momento más, quizá porque es inevitable cuando se habla de un escritor de la envergadura de don Miguel.
El objetivo de La doble muerte de Unamuno no es ofrecer un relato alternativo, pues no hay evidencias para afirmar o negar nada, sino hacer un contrarrelato. Es decir, ponen de relieve las contradicciones, lagunas e imprecisiones de la versión oficial, aunque dejan que el lector saque sus propias conclusiones.
Con esta intención, recuerdan que las desavenencias entre Unamuno y Millán Astray venían de antes, que hay versiones diferentes de la frase más famosa de aquel 12 de octubre (Muera la inteligencia, viva la muerte) y que ha caído en el olvido el verdadero motivo que encolerizó al militar, que fue que Unamuno aludiera a José Rizal, ejecutado por el gobierno colonial español tras la revolución de Filipinas. Por supuesto, analizan al detalle cómo supuestamente murió Unamuno aquel 31 de diciembre de 1936 y quién era Bartolomé Beltrán y por qué lo acompañaba en el trágico momento. Y como la historia de Unamuno no acabó con su muerte física, también abordan su muerte simbólica, que comenzó en el propio entierro.
Lo que deja claro la obra de Luis García Jambrina y Manuel Menchón es que la posverdad no es solo cosa de nuestros días. La historia siempre la escriben los vencedores, ellos son los que deciden qué se olvida, qué se recuerda y cómo, y no dudo que Unamuno se removería en su tumba si supiera cómo se apropiaron de su figura.
Tras saber más detalles sobre sus últimos meses de vida, me apena que uno de los mayores intelectuales de nuestro país acabara condenado al ostracismo, derrotado y confinado tras mucho batallar, como su adorado Quijote. Siempre fue una rara avis en España, un país tan dado al «estás conmigo o contra mí»; él prefería los argumentos y no le temblaba el pulso si tenía que cambiar de parecer. Era un hombre fascinante, lleno de matices y contradicciones, por lo que no es de extrañar que Borges afirmara que valía más su figura que sus obras. La doble muerte de Unamuno es una buena forma de corroborarlo y, aunque hayan pasado ochenta y cinco años desde su muerte, no es tarde para hacerle justicia a su memoria.