“Vivir, morir: no son más que consecuencias de lo que se ha construido. Lo importante es construir bien. Por ello, me he impuesto una nueva obligación: voy a dejar de deshacer, de derribar, y me voy a poner a construir. Yo quiero morir construyendo.”
Había leído todo tipo de opiniones sobre esta novela (la mayoría de ellas, negativas), pero decidí dejarme llevar por la recomendación de mi hermana, que me dijo que había llegado a llorar al llegar al final de este libro. Creo que finalmente acerté con mi decisión. Pero también entiendo por qué a una gran cantidad de personas le puede parecer aburrida, insistente y “pretenciosa”. Cualquier obra que ahonda en el verdadero sentido de la vida puede pecar de ello. En este caso, personalmente no creo que lo sea. Pero reconozco que puede parecerlo.
Si por algo destaca La elegancia del erizo entre el resto de los libros que tratan esta profunda temática es por la narración y la singularidad de sus maravillosos personajes principales. Renée y Paloma son dos personas muy diferentes que, sin saberlo, tienen muchas en común. Al comenzar la novela, descubrimos que viven en el mismo bloque de edificios, pero no parece que se conozcan o que sepan muchas cosas la una de la otra.
La primera es la singular portera del edificio: una mujer de mediana edad, viuda, a la que le gusta pasar desapercibida y no hablar demasiado, pero que esconde un secreto. Pese a sus orígenes humildes y su “pobre” formación, sobre todo a vista de los demás, es extremadamente inteligente, tiene una sensibilidad especial y aprecia y conoce muy bien la cultura, la música, el arte o la filosofía. Sin duda, un personaje muy interesante. La segunda, en cambio, es una niña de una inteligencia superior a la normal, que tiene la intención de suicidarse porque no soporta el mundo que la rodea. Me ha encantado esta, en particular, por su ironía, ingenio y ocurrencia. Tengo que admitir que me he reído muchísimo con las partes del libro narradas por ella, pero también me ha conmovido, intimidado y me ha hecho reflexionar en casi todas ellas.
Si algo tienen en común ambos personajes, además de la amistad que las une a lo largo de la novela y a través de los acontecimientos que van sucediendo, es la crítica social ante (casi) todo lo que les rodea. Después ahondaremos en ese casi… Ambas reflejan la superficialidad y la enorme importancia que tiene el poder, el dinero y las apariencias para sus familiares, allegados o conocidos.
Y puede parecer una cuestión nimia o una visión que muchas personas compartimos, en mayor o menor medida, pero es increíble cómo la narración te permite empatizar con todas las vivencias, recuerdos y situaciones que ellas comparten con nosotros. Cómo nos transmiten sus secretos, emociones y pensamientos más personales y profundos. Incluida la valoración de la belleza real de la vida, de los pequeños detalles que nos permiten avanzar día tras día:
“La verdadera novedad es lo que no envejece, pese al tiempo. La camelia sobre el musgo del templo, el violeta de los montes de Kyoto, una taza de porcelana azul, esta eclosión de belleza en el corazón mismo de las pasiones efímeras, ¿no es acaso a lo que todos aspiramos? ¿Y lo que nosotros, civilizaciones occidentales, no sabemos alcanzar? La contemplación de la eternidad en el movimiento mismo de la vida.”
Y, si volvemos a ese “casi” del que habíamos hablado antes, comprobamos que hay algo que no les repugna, les enfada o les hace sentir tristes y abatidas. Una persona que aparece en sus vidas como por arte de magia, una especie de milagro, que les ayuda, sobre todo, a sentirse comprendidas. A partir de esta aparición creo que este libro se vuelve aún más interesante. No quiero contar más porque creo que es algo que se debería descubrir a medida que vas leyendo.
Como comentaba antes, creo que lo más especial que tiene este libro es la manera tan sutil y elegante (valga la redundancia) que tiene de tratar y narrar la superficialidad y trivialidad del día a día y de las personas que nos rodean a través de capítulos cortos y bastante concisos. Detenernos en esos instantes para reflexionar y darnos cuenta del sentido real de las cosas que nos suceden. Porque todos debemos ser capaces, en algún momento de nuestras vidas, de hablar sin pelos en la lengua de la vida, la muerte, los traumas y los recuerdos desde un punto de vista objetivo. Sin miedo. Ni trabas. Tal y como son. Reconociendo y valorando lo verdaderamente importante. Y a mí me ha encantado haberlo compartido con Renée o Paloma, sobre todo con esta última.