La emoción de las cosas, de Ángeles Mastretta
La memoria es como una habitación blanca, un habitáculo al que se le llenan las paredes de color, inundando cada centímetro con aquello que hemos vivido, que hemos sentido, que recordamos haber aprendido. Pero la memoria, como todo bien que se precie, es traicionera y nos devuelve, en ocasiones, retazos de una vida que no se vive, que sólo se intuye, a la que no podemos poner las palabras adecuadas porque en realidad nunca hemos sabido qué era exactamente. Quizás nuestra memoria sea ese juego tramposo al que jugábamos de pequeños, el pañuelo, y por mucho que corramos para asir con nuestras manos el pedazo de tela que son los recuerdos, no podamos hacer nada por evitar que sean otros los que se los lleven con ellos. Quizás sea eso lo que siento al recordar “La emoción de las cosas”, un título que ya nos previene, que nos pone en evidencia, que las cosas que llevamos con nosotros, tienen una emoción adjudicada. Porque por mucho que lo intentemos, no seremos libres nunca de nuestra memoria, de los juegos macabros de los recuerdos, y de la vida que queremos inventar.
A través de imágenes, Ángeles Mastretta nos lleva de la mano por su infancia, por la vida de sus padres, y por un secreto que intentar descifrar, para conocer lo que permanecía invisible.
Desconocedor como es uno de la prosa de esta autora, y temeroso a partes iguales de encontrarme con un diálogo interno más cercano al aburrimiento que a la belleza, cogí este libro con temor. Quizás sea excesivo coger un libro con el miedo a que no te guste, de hecho hay muchos con los que nos puede asaltar tal emoción, pero en este caso lo considero inapropiado, no sólo porque Ángeles Mastretta nos pone la carne en el asador para contarnos aquellos momentos de su vida que recuerda como si los estuviera viviendo en ese mismo instante, junto a nosotros, susurrándonos las palabras al oído, sino porque además, su lectura nos sumerge en un oasis de cuasi perfección que sólo las grandes damas de la literatura, aquellas que se consagran a lo que mejor se les da, esto es escribir, pueden conseguir con el simple hecho de comenzar una frase. Pocas son las veces en las que una lectura invita a conocer más de cerca a la autora, pocas, incluso diría que casi ninguna, cuentan la verdad de una forma descarnada, de una forma que sería imposible relatar con las palabras adecuadas por cada uno de nosotros. Lo decía al principio: la memoria es tramposa, y nuestro propio cerebro intentar salvaguardarnos de aquellos recuerdos que no son agradables. Pero, ¿acaso no vivimos, acaso no nos creamos también de momentos desagradables?
He sido siempre una persona a la que le gusta indagar en el pasado. No en vano, el concepto de regresión en la psicoterapia siempre ha ejercido sobre mí un poder inmenso, un poder de atracción tan brutal que estoy convencido que hoy no sería la misma persona si no hubiera deseado tan fervientemente meterme de lleno en él. Y no estoy hablando de esos momentos chuscos en los que la televisión ha llevado al histrionismo estas técnicas, sino a las de verdad, a las que se producen en un contexto propicio. Podríamos decir que “La emoción de las cosas” es un ejercicio de, precisamente eso, regresión hacia aquellos pasajes que permanecen en blanco y que sólo la memoria, las emociones, y las palabras, pueden sacar a la luz a través de las páginas que son escritas con devoción, con alabanza a un dios extraño, pero certero. Escribir, leí una vez, es producirse una automutilación consentida, es canalizar el dolor a través de la escritura y, de alguna forma simbólica, dejarlo ir para que impregne el papel y no nuestras venas. No sé si Ángeles Mastretta nos regala estas palabras como un ejercicio de sanación, o simplemente como un deber hacia sí misma, lo que sí puedo hacer ver con mi reseña es que, a pesar de que la nube del tiempo empañe la memoria, ese juego tramposo al que todos jugamos en nuestras tardes de melancolía y gris ceniza, ser escritor hace girar un engranaje mucho mayor de lo que nos imaginábamos.
Tengo en mi poder la palabra para terminar esta reseña. Y se me hace cuesta arriba porque, ¿cómo decir con palabras que esta lectura es imprescindible? ¿Cómo hacer ver a la gente que entrar en una vida ajena es un mazazo para el alma? ¿Cómo, me lo podéis explicar, os hago entender que cuando se sobrepasa la vida para llegar a la memoria, es el momento de dejarnos llevar por completo?