Quien piense que la sucesión de acontecimientos de los que se compone la historia, pudiera haber sido provocada por el azar, o por hechos que rompen la lógica del sistema causa-efecto, no tienen más que leer libros como este de Georges Duby para comprender que nada está creado por la casualidad; ver que un comportamiento, una construcción, una razón, una guerra, una decisión real, un acontecimiento dado, siempre tiene una causa última concreta, definida, que, en este ensayo, Duby nos muestra separándola de la multitud de probables y de las erróneas.
Pero más allá de un libro sobre arte, política, religión, sociedad o demografía, es un recorrido por las mentes de las personas que habitaron aquellos tiempos y aquellas tierras (Francia e Italia especialmente). Más allá de que el libro aporte fechas o cite acontecimientos y nombres, en realidad es un análisis de la sucesión de ideas y hechos que hicieron que la Edad Media evolucionara, que aquellos tiempos y comportamientos fueran como fueron.
Duby habla en sus textos sobre casi toda Europa, desde el norte y centro, hasta el sur español o las islas británicas, pero sobre todo tiene dos centros concretos a estudiar, ambos capitales para el movimiento cultural, económico y de las ideas de la época. Uno será Francia -entendido con la amplitud del imperio carolingio- y el otro la península itálica. En el primero, Francia, describe todo el movimiento político, social, religioso y artístico que apareció desde la Alta Edad Media, en las que el Imperio de Carlomagno, y sus sucesores, se apoyaron en un poder dirigido desde la distancia, en el que los duques y los obispos eran la representación territorial de su autoridad. Todo lo que le ocurre posteriormente se sucede con una lógica aplastante: la caída de la influencia real del Imperio Carolingio -Capetos- provoca en sus ducados la aparición de los feudos, pequeños reinos en manos de nobleza local. Con ellos comenzará la disminución del poder del episcopado en favor de las órdenes monacales, en especial la Orden de Cluny y más tarde la del Cister. A través de ambas nacerán y crecerán el Románico y el Gótico. Entrada la Baja Edad Media, debido al crecimiento económico, el poder volverá a la ciudades, y es en ellas donde se alzarán las catedrales. La expansión demográfica, generada por ese desarrollo, provocará un exceso de población, y con él las hambrunas y la peste que harán retroceder la demografía y la economía. Por ese motivo se eliminará el impulso de crecimiento y se convertirá en un movimiento, como mucho, pausado hasta bien entrado el siglo XVI. En Italia -denominándola así para encuadrarla geográficamente en la actualidad- la historia estará regida por otros condicionantes: el poder papal, el del Emperador germano y la influencia del imperio Bizantino. Todo esto crea una región muy compartimentada políticamente y en la que la evolución es diferente a la Franca. Por este motivo, generará movimientos sociales, políticos y artísticos, propios, y desembocará en el poder de las ciudades-estado de origen comercial, como Venecia, Pisa o Florencia. Roma será, en cambio, centro de luchas, anhelos, guerras y actividades destinadas a, por un lado, retener o recordar el poder del Imperio Romano, y, por otro lado, defender y expandir el Trono de Pedro y su influencia en el mundo Cristiano.
Todo ese marco político, demográfico o económico, es apenas una parte del camino que recorremos buscando la génesis de las catedrales como expresión no sólo de la espiritualidad de aquel momento y tiempo, sino como enseñas del avance económico, cultural, artístico, científico y religioso de cada época. Ellas eran exaltaciones del poder divino que comenzó en el Románico como una representación del Cristo – del Patoncrátor,- como Juez, como Príncipe que decide en el Fin del Mundo; para pasar en el Gótico a la imagen de Cristo como expresión del maestro que enseña y muestra el camino al mundo, y que lo rige con su sabiduría; y acaba en los siglos finales de la Edad Media, como el Cristo que ha bajado a la tierra, y que se movió junto a sus seguidores por este mundo, y así siguió siendo un Dios humano. No será esta evolución un reflejo inútil y sin importancia de un hecho residual, no. Es el reflejo de la trasformación y el crecimiento del pensamiento no solo religioso, sino también de las propias ideas; de la filosofía, de la ciencia, de las creencias que, incluso deja su legado en la actualidad.
Es imposible describir todo lo que aparece en “La época de las catedrales”, es imposible unir en pocas palabras los términos cruzados, los hechos paralelos, los ejemplos que confluyen, las circunstancias que atañen a cada momento, que en este libro aparecen para crear una autentica y fascinante historia sobre un pueblo que trabajaba y moría en la mismo sitio -y en pocos años-; esa porción mayoritaria de las sociedad que aportaba beneficio y riqueza a la nobleza y a la Iglesia, que la gastaba en lujos, la invertía en arte, liturgia o mecenazgo; o la empleaba en diezmos, limosnas o en gastos suntuarios. Aparecerá una burguesía, de la que pronto se distinguirán y se separarán grandes comerciantes o banqueros prestamistas, al servicio de aquella riqueza nacida de la multitud de campesinos pobres. Dinero que también permitirá el surgimiento de pensadores, de arquitectos, de escultores, de literatos, de teólogos o de filósofos ( Tomás de Aquino, Ockam. Scoto..); así como el crecimiento de toda una clase de Caballeros que pululan por la campiña y la vida de aquellos tiempos.
Resulta claro, siguiendo los escritos de Duby, seguir todos los atajos o rodeos que hicieron de la cultura y la religión lo que fueron, y así encontrar las cosas que las unieron, la razón por la que se acompañaron durante siglos, deudoras una de la otra. Resulta hermoso ir viendo la visión que aparece en el libro de las necesidades religiosas que provocaron la aparición de los hechos artísticos, como el de la propias catedrales. Duby muestra el origen inmaterial de alguna de las formas que adoptaron las catedrales, persiguiendo el vano, o las alturas o la luz, en busca no de un resultado arquitectónico o una razón únicamente bella, sino que en la expresión de un significado teológico o litúrgico en las formas y en las edificaciones. Resulta claro, también, descubrir a través de estos escritos, la evolución de la figura de la Virgen como modelo cristiano a seguir, y compararlo con el progreso de la presencia de la mujer en la sociedad de aquella época -en lo cultural, en lo social o en el reflejo de la vida diaria-. Esa trasformación aparece, distinta, en la perdida de poder de la Iglesia -en parte por la aparición de herejías, en parte por el surgimiento de nuevas formas de expresión religiosa, como la de San Francisco, o los mendicantes- que conlleva el florecimiento de nuevas formas sociales, o artísticas alejadas de la religión, o, como mucho, paralelas a ella, puesto que aún habiendo nacido dentro de las representaciones de la Fe, se van desligando para crear temas y estilos profanos, sea en el teatro, la literatura, la pintura o en la escultura.
Todas estas personas, ideas, construcciones, guerras, herejías, basamentos, teologías, libros, esculturas… se van cosiendo entre ellas a través de las letras de Duby, que crea algo similar a un entramado de canales que se unen, se separan, se parasitan, se alimentan, se desaguan, se pierden en la nada, y que al final, la suma de todos esos elementos, crean un río único; resultado inseparable de lo que sucedido en su recorrido. La descripción de ese itinerario, con palabras y hecho exactos, es lo que da valor a este libro.
“La época de las catedrales” es un texto para lectores apasionados por la historia, por el arte, la evolución del pensamiento y de la religión de la época medieval . Por lo tanto es un libro para el cual debes de tener conocimientos, aunque sea básicos, de esos temas. Y que no solo profundiza en ellos, sino que lo hace con una discurso ameno, distintivo y docto como pocos.