Se conoce como “escuela poética de Nueva York” a un grupo de poetas estadounidenses asociado a su vez a un grupo de artistas plásticos de los años 50 y 60 del siglo XX. Robert Motherwell, pintor, es quien acuña el nombre, y a su vez lo toma de la escuela de París, el grupo que reunió en la época de entreguerras a Picasso, Matisse y Braque entre otros. Fuera del paraguas de cualquier institución, al igual que ellos, los componentes de la escuela de Nueva York se agrupan por sus afinidades, por su gusto por la poesía moderna francesa y el expresionismo abstracto y su estrecha relación con grandes figuras de esa primera expresión pictórica puramente norteamericana, como Jackson Pollock y Willem DeKooning. No tanto porque estuvieran influenciados por ellos (de hecho sus poemas se acercarían más al pop), sino porque les caían bien y les “invitaban a bebidas”, como el propio John Ashbery, uno de sus componentes, llegaría a afirmar en 1968. En lo formal, a sus principales componentes los une un estilo irónico, urbano y conversacional, de clase media ilustrada, que captura momentos del día a día con espontaneidad e integra elementos de la cultura popular.
Una primera generación incluye como nombres principales, además del mencionado Ashbery, a Frank O’Hara, Barbara Guest, James Schulyer, Kenneth Koch, aunque también se suele citar a Alice Notley y Bernadette Mayer. Con posterioridad llegarían Ted Berrigan, Ron Padgett o Anne Waldman.
Los primeros cinco son los que conforman la edición que publica Alba con ese mismo título, La escuela poética de Nueva York. Un libro singular, con una llamativa cubierta llena de los plátanos que Warhol, muy amigo de Ashbery, hizo para la portada de The Velvet Underground and Nico, y que es casi la primera antología dedicada a este grupo en castellano. De hecho más allá del omnipresente Ashbery, el resto de componentes del grupo apenas estaban traducidos a nuestro idioma. Llama la atención que tiene una introducción ligera, decorativa, y aparte de las biografías de cada autor solo añade a los poemas un epílogo de Juan F. Rivero que habla sobre el proceso de traducción. Resulta curioso porque Gonzalo Torné, el director de la colección, ya había escrito sobre estos mismos poetas (al menos sobre Ashbery, que yo sepa) y quizá al libro no le hubiera venido mal un prólogo más extenso. El ejercicio de dejar sin un aparato crítico mínimo una recopilación de un grupo poético relativamente poco conocido y en algunos casos “injustamente soslayado”, como se comenta en el epílogo, hace que la responsabilidad de que estas quinientas cincuenta páginas de poesía caigan en territorio fértil corresponda al lector o lectora, que también tendrá que arreglárselas para saber a qué libros concretos corresponden los poemas escogidos y cuál ha sido el criterio de selección.
A pesar de ello, no se puede dejar de alabar este arriesgado artefacto, que además viene en edición bilingüe. Son cinco poetas jóvenes los que traducen para una colección reconocida, un milagro en estos tiempos, y trabajan con unos poemas brillantes, inteligentes, que en sus versiones siguen sonando muy frescos medio siglo después de ser escritos y nos llevan a una celebración de la poesía y de la vida urbana. Con las diferencias lógicas en un grupo, el original, sin dogmas ni manifiesto, toda la obra destila alegría de vivir y de vivir escribiendo, imaginación e inventiva. Y, cómo no, se convierte en un paseo único por Nueva York en el momento preciso en el que comenzaba a convertirse en capital cultural del mundo.