La espada de los cincuenta años, de Mark Z. Danielewski
Desde que leí La casa de hojas tengo a Mark Z. Danielewski en cuarentena, entiéndaseme bien: digamos que tengo en suspenso mi particular juicio literario sobre este autor porque siendo como es la citada obra una novela bastante buena (de hecho el compañero que la reseñó, cuyo criterio probablemente sea más de fiar que el mío propio, la considera una obra maestra), tengo mis dudas sobre si el verdadero talento del autor lo es para la narración o para el artificio y el marketing literario. Quise leer La espada de los cincuenta años para llegar a una conclusión al respecto, y ya les adelanto que no lo he logrado. Lo cual, en justicia, debe considerarse mérito suyo, porque lo es.
Si no logro entender a Mark Z. Danielewski no es porque sea un autor especialmente complicado, no creo que lo sea en absoluto, sino porque me resulta incomprensible que se decante por utilizar recursos que no sólo no aportan gran cosa a la buena historia que cuenta, sino que distrae al lector de lo esencial e incluso le irrita si es especialmente maniático, como es mi caso. Entiendo que él mismo se impide sacarle todo el partido que podría a su propio talento.
Pero tal vez deba decir claramente y cuanto antes que La espada de los cincuenta años es una buena historia. Incluso una muy buena historia si me apuran. Un buen cuento de misterio, diría yo, con una trama inquietante, un buen ritmo, personajes logrados y sorpresas y terror allí donde debe haberlos. Pero al contrario de lo que ocurría en La casa de hojas, todos los artificios a los que recurre el autor no aportan nada a la historia. En el primer caso hay que admitir que ayudaban a modular eficazmente el estado de ánimo del lector, especialmente cuando éste era la angustia, pero aquí me atrevo a decir que lo único que logran es romper el ritmo, que si este libro es bueno, lo sería más si simplemente las palabras estuviesen colocadas una detrás de otras con sus signos de puntuación en su lugar apropiado en lugar de disolverse en un mar de comillas de colores, páginas en blanco y en fin, recursos paraliterarios que sólo logran irritar a un lector cascarrabias como yo. Lo que no significa que a otros muchos lectores no les resulte un valor añadido, incluso un signo de brillantez que mejora la experiencia lectora. A mí personalmente me parece que Mark Z. Danielewski se haría un favor a sí mismo si se limitara a escribir lo mejor que puede en lugar de a tratar de demostrar que es un genio en cada página, si se preocupase menos del envoltorio y más del regalo, siendo como es un regalo de gran valor.
Finalmente no quiero ser injusto con la edición. Que a mí me gusten más o menos determinados recursos no significa que éstos no se puedan plasmar con buen gusto y más calidad. La edición es una edición muy cuidada, las ilustraciones son magníficas y el valor de este libro como libro-objeto es muy grande. Mis discrepancias son con el autor, no con la edición, y son únicamente cuestión de gustos. En todo caso se disfruta con su lectura, que recomiendo encarecidamente y no sólo por si me da la razón o no, sino porque la que cuenta La espada de los cincuenta años, es una historia estupenda y realmente poco común.
Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es