Un trampantojo es un engaño. Literalmente, una trampa para el ojo. Algo que parece ser una cosa pero que en realidad es otra muy distinta. Algo así me ha pasado con La espora, el libro del que vengo a hablaros hoy.
Parecía una historia de asesinatos, pero ha resultado ser algo muy diferente.
Pero vayamos por partes. La novela, escrita por Joaquín Planchuelo —autor de Teules—, comienza fuerte. Álvaro, nuestro protagonista, tiene que proceder al levantamiento de un cadáver. Cuando llega a la escena del crimen se da cuenta de que quien está tendido en el suelo con un balazo en el abdomen es uno de sus mejores amigos. Su profesionalidad le impide hacerse preguntas en ese momento, pero cuando todo acaba, comienza a repasar su pasado para averiguar quién ha podido hacerle eso a su amigo.
Así que pronto abandonamos el presente para viajar al pasado y conocer la historia con más profundidad. Dejamos atrás la historia de polis y cacos, para centrarnos en los personajes y sus relaciones. Conoceremos a varias personas entrometidas tanto en la vida del futuro cadáver como en la del protagonista y pronto nos daremos cuenta de que no solamente esta novela es un trampantojo, sino que todos los personajes lo son también.
Una vez establecidas las relaciones, volveremos al presente y acompañaremos a Álvaro en esa investigación que no parece tener ningún sentido. Todo avanza lentamente, como si de un buen caldo se tratara. Todos sabemos que para que un vino sea bueno se requiere paciencia y tiempo. El lector navegará entre viñedos, no solo de manera figurada, y se dará cuenta de que el asesinato ha dejado de importar un poco y que lo que le interesa es saber más sobre la relación que tienen los personajes.
Aquí viene la trampa. Podríamos pensar que lo importante de una novela negra es saber quién es el asesino. Y lo es, todos queremos saber quién ha sido el desalmado que ha acabado con la vida de Eduardo. Pero la cosa va transformándose lentamente, tanto, que el lector no se dará cuenta de que el estilo ha cambiado por completo hasta que no se ha metido de lleno en la novela. Momento en el que ya no podrá parar de leer.
Joaquín Planchuelo nos trae una novela muy original y muy entretenida que está escrita con mucho cuidado y dedicación. Habría que analizarla profundamente para darnos cuenta del trabajo que ha depositado aquí el autor. Por ejemplo, el principio para mí ha sido delicioso, ya que el protagonista se explaya en el levantamiento del cadáver y da información técnica que a mí me ha parecido una barbaridad. Puede que esto se deba a que fui estudiante de Criminología en su día y que las ciencias forenses me encantan, pero a nivel literario me parece muy complicado hacer ese primer capítulo donde se explica con pelos y señales la muerte del hombre. Y no solo por los tecnicismos usados, sino también por encontrar el ritmo preciso para no aburrir al lector con el lenguaje técnico y con la habilidad de que parezca una escena sacada de una película de asesinatos de Hollywood.
Pero la cosa no se queda ahí —sigo analizando la narrativa—, y es que hay un punto de la novela muy divertido en el que los personajes deciden formar una especie de club de caballeros, así que todos hablan como si fueran señores escritos por Cervantes y el lector llega a pensar que está dentro de una novela de caballerías. Ese momento para mí fue muy gracioso porque me pareció muy original meter algo así en un libro de asesinatos y me pareció todavía más increíble ver que funcionaba, que pegaba con la historia, que encajaba a la perfección.
Esos detalles en la narrativa, que vuelvo a repetir que está muy cuidada y estudiada, es lo que hace que esta novela sea distinta a todo lo que uno se pueda encontrar hoy en día en el mundo de la novela negra. Historias de asesinatos hay a patadas, solo hay que echar un vistazo a las novedades editoriales de todos los meses, pero una que consiga que el lector llegue a olvidar al muerto porque hay otras cosas más interesantes en la trama… es algo muy complicado de encontrar.
Y a estas alturas de la reseña os preguntaréis que a qué viene ese título. Qué tiene que ver La espora con todo esto. Pues bien, diré que es una pequeña clave que habrá que descifrar a medida que avanza la historia y que luego tendrá todo el sentido del mundo. Pero no os dejéis llevar por falsas imaginaciones o suposiciones, porque no acertaréis.
Me gustaría decir que ha habido un detalle que me ha llamado mucho la atención. No sé si a ti, lector, te servirá de mucho o de poco esta información, pero creo que deberías saberlo. Hay un momento de la novela en la que aparece un caballo —como buenos caballeros, deben tener sus equinos—, y uno de ellos es bautizado con el nombre de un caballo que sale en una novela llamada El usufructo. Ante tanta referencia a El Quijote y tantas otras menciones que el autor va dejando caer, me quedé un poco confusa al no encontrarle sentido a esa referencia. Así que me puse a buscar en internet y cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que esa novela, El usufructo, ¡es una obra del propio Joaquín Planchuelo! Me quito el sombrero por esta metaobra o como queramos llamarlo, porque me ha gustado muchísimo.
En definitiva —voy a ir terminando esto porque sino veo que os cuento el final con pelos y señales—, La espora me ha parecido un libro muy original que, aparte de enganchar por el suspense que tiene implícito sus líneas, consigue hacernos llegar esas historias entre los personajes que son inherentes a todo lo que pasa y que hace que, una vez cerrado el libro, el lector se dé cuenta de por qué es tan importante que la gente siga escribiendo y apostando por cosas como esta.
Coincido totalmente con la reseña publicada sobre La Espora, de Joaquin Planchuelo.
Un libro muy ameno y entretenido, y que como en otras obras del autor, la muy acertada introducción de vocablos o frases de otra época, hacen que la lectura resulte muy amena sin desentonar con el fondo de la obra.
Muy recomendable, y por el formato elegido, perfecto para llevar casi en el bolsillo.