Reseña del libro “La estrategia del cocodrilo”, de Katrine Engberg
En ocasiones todo lo que uno ansía es que las cosas sean como se piensa que van a ser, que no le sorprendan, un deseo que no tiene nada que ver con la monotonía o el aburrimiento y que, de cumplirse, puede traer tanto placer como el descubrimiento más inesperado. Ocurre con los domingos por la mañana, con los bombones rellenos y, por supuesto, ocurre con los libros.
Cualquiera que haya leído algunos thrillers nórdicos no encontrará nada nuevo en La estrategia del cocodrilo, de Katrine Engberg. Se intuye desde el prólogo, una típica primera escena en la que un secundario inocente a más no poder descubre de golpe el cadáver que da origen a toda la trama, y que además viene seguido de la no menos habitual presentación del equipo policial: en este caso un inspector cuarentón en plena crisis existencial tras un divorcio traumático (Jeppe Korner) y su compañera (Annette Werner), despreocupada, parlanchina y puro nervio. Lo siguiente, se imaginan, es la constatación en el piso en el que se comete el crimen de que el caso que se traen entre manos no va a ser precisamente fácil de resolver. No puede ser de otra manera cuando la víctima, una joven estudiante, aparece con un extraño dibujo hecho a navaja en su mejilla, y no hay más huellas del asaltante que su extraño modus operandi. Para terminar de complicar el asunto, pronto se descubre que su casera, vecina del mismo edificio, había vaticinado el asesinato en el borrador de su siguiente novela. Pero con más de sesenta años, resulta difícil pensar que haya tenido algo que ver… ¿o no?
Siguiendo con un desarrollo narrativo lógico, Jeppe y Annette vuelan sin descanso de una pista a otra, con un ritmo vertiginoso que nos va dejando un giro de guion tras giro y algunos saltos mortales entre los que se van intercalando pinceladas de sus historias personales, un par de coloridos desplazamientos por Dinamarca y escenas cotidianas de Copenhague.
¿Ha hecho esta previsibilidad que me aburra con la novela? Al contrario. Una vez metidos en harina es imposible no dejarse llevar por el baile de pistas, jugar a adivinar lo que esconde cada personaje, sorprenderse con los nuevos hallazgos. A pesar de las idas y venidas, la autora mantiene la verosimilitud, no abusa de los clichés (no hay tensión sexual entre Jeppe y Annette, por ejemplo) y destaca sobremanera en la ambientación del trabajo policial. Katrine Engberg, nos dice su biografía, era bailarina profesional antes de dedicarse a destripar personas ficcionalmente; en algunas partes de libro que se desarrollan en el Teatro Real de Copenhague sabe sacar buen jugo a su pasado, pero por las descripciones que hace de las autopsias y del trabajo en la morgue podríamos haber pensado que trabajaba como criminalista o forense. Sus análisis a lo CSI harán las delicias de los aficionados al detalle, así como su ritmo encantará a quienes busquen un thriller nórdico que llevarse al monte o a la playa, que les haga sonreír un poco al leer con cuarenta grados a la sombra que nuestros inspectores se mueren de calor en la templada capital danesa, y que los mantenga despiertos hasta descubrir al asesino en las interminables noches de verano. Para eso, como yo mismo esperaba y quería en este momento, La estrategia del cocodrilo cumple de sobra, lo prometo.