La personalidad y el comportamiento del ser humano están determinados por sus genes y por el ambiente en el que vive. Nature and nurture, naturaleza y crianza, o lo que es lo mismo, herencia y entorno. Nacemos con una herencia genética fija que nos predispone a ser tímidos, adictos a las drogas o propensos a sufrir una depresión. Este saco de genes regalado por nuestros padres interacciona con el entorno que nos ha tocado vivir, con los amigos que nos encontramos o nos encuentran, con el brillante profesor de matemáticas del instituto que descubre algo en ti que nadie más había visto, con la natación del jueves y con el ballet de los martes. Pero también y por encima de todo, nuestra estructura genética choca con sus donantes originales, con cómo son, cómo viven y cómo nos educan nuestros padres. Tras un tira y afloja de varios años entre estos dos grandes mecanismos reguladores, se genera un adulto más o menos inteligente, motivado, extrovertido, neurótico, atrevido, voluntarioso, optimista y empático (por mencionar solo algunos de los muchos aspectos que configuran la personalidad).
Los genes son bastante invariables (de momento, de momento), así que lo único que se puede controlar para generar un adulto sano es evitar que la influencia del ambiente sea muy negativa. La infancia debería ser una etapa sagrada ya que en ella se forman la gran mayoría de los esquemas mentales que nos van a permitir luego enfrentarnos con cierta soltura en un mundo complejo. La infamia es que en muchos casos no es así. Muchos adultos se encontrarán con que están más o menos incapacitados para tratar con lo que les rodea, precisamente por haber encajado en un mundo peligroso o terrible en su niñez.
La Flor Púrpura es un libro que nos habla del final de la infancia de dos hermanos, Kambili y Jaja, que viven en un ambiente muy particular creado, principalmente, por su padre. La atmósfera en la que viven se sale de lo corriente. A mí me ha recordado al mundo tan extraño en el que viven los hijos en la película Canino. En esta extraordinaria película de Yorgos Lanthimos, se podría decir que los padres han secuestrado a los hijos del mundo real, obligándolos a vivir dentro de casa sin que entre ni una pizca del mundo exterior en sus vidas. Este encierro induce en sus hijos una ingenuidad y una pureza no habituales en niños “corriente y molientes” (si es que existe tal cosa). Sin embargo, la consecuencia atroz de este experimento es que, si alguna vez fuesen más allá de los muros de su casa, estos niños, ya adultos, serían completamente incapaces de entender nada de lo que les rodea. Los personajes de Canino son ficticios, pero existen casos reales equiparables, como el descrito en el documental Wolfpack (2015) de Crystal Moselle, que cuenta cómo los hermanos Angulo pasaron encerrados catorce años en su casa porque su padre tenía miedo de que Nueva York los “contaminase”.
Kambili y Jaja, viven una situación singular, no tan extrema como la de los niños de Canino o los del documental Wolfpack, y desgraciadamente mucho más habitual. A otra escala, la educación restrictiva de Eugene, el padre de Kambili y Jaja, transporta a los niños a un espacio cuyas únicas referencias son las que el padre permite. El factor externo “educación” choca con la carga genética de Kambili y le produce miedo, confusión y silencia su voz, mientras que el mismo factor provoca en Jaja frustración, culpa y finalmente determinación. En la historia que cuenta La Flor Púrpura, el entorno es una bomba que determinará las personalidades de Kambili y Jaja para siempre, a no ser que algo lo impida. A no ser que se les exponga a otro mundo lleno de risas, de flores de otros colores, de comidas más baratas pero más sabrosas. A un mundo de relaciones flexibles y naturales en el que conviven con armonía la tradición y la modernidad, la rebeldía y la supervivencia. Un mundo como el de la Tía Ifeona, la hermana de su padre.
Hasta ahora no he dicho que La Flor Púrpura se desarrolla en Nigeria y que todos los personajes del libro, a excepción de algún sacerdote europeo, son africanos. Y no lo he hecho a propósito. Precisamente para no incidir en lo que Chimamanda Ngozi Adichie llama el “peligro de la historia única” en su lúcida charla TED. Si tenemos muy poca información sobre una persona, un país, un continente, lo poco que sabemos los define de manera exclusiva.“La historia única” nos limita, fomenta los estereotipos y transmite la sensación de que somos muy diferentes de aquello que no conocemos. “La historia única” es la que hace que muchos europeos y americanos hablemos de África como si fuese un país en vez de un continente; un país además pobre, enfermo, analfabeto y violento. Solo eso. Chimamanda Ngozi se queja y nos recuerda que sus habitantes también son ambiciosos en sus trabajos, quieren conocer a la pareja de su vida o se preocupan por la rebeldía de sus hijos en su adolescencia. Todos somos muy parecidos en lo esencial y “la historia única” fomenta las diferencias y la oposición del “yo” frente al “otro”. Chimamanda Ngozi propone luchar contra la generación de esquemas tan pobres, sumando historias que nos permitan ver con más claridad. Y la materia de la que está hecha La Flor Púrpura, su primera novela, se podía extrapolar a Francia, Canadá o China. Es verdad que el clima político que ella describe es inseguro y peligroso y, obviamente, esta realidad como parte del entorno que los moldea tiene un gran impacto en sus vidas.
Pero la vida está en muchas otras plazas. En la contradicción emocional en la que vive Kambili con respecto a su padre, que parece ser un héroe y un monstruo a la vez; en la lucha por la democracia y la libertad de los medios de comunicación en la que lidian Eugene y Ade Coker; en el papel de la religión, tanto la de los dioses Igbos con sus exóticos rituales como la de la religión católica mostrada a través del antagonismo de Eugene y del padre Amadi; incluso en las preparaciones de comidas dónde se pela, se trocea y se cuecen verduras, tubérculos, frutos y se mezclan, si se puede, con algo de carne (el okpa, las hojas de orah… palabras hermosas no traducidas, probablemente directas del Igbo).
Chimamanda Ngozi, con su prosa limpia y bien estructurada, lucha contra la historia única no solo mediante un cuento sobre Nigeria que se suma a lo que conocemos, sino que predica con el ejemplo y puebla su historia con personajes complejos y contradictorios, que percibimos que están hechos de lo mismo que nosotros. Después ha escrito obras mejores como Medio Sol Amarillo o Americanah, pero su primera novela contiene ya los ingredientes y el buen hacer que le hicieron recibir el premio “Commonwealth Writer´s” al “Best First Book”.