Reseña del cómic “La Fortaleza de Papel”, de Osamu Tezuka
A poco que conozcas la obra de Osamu Tezuka te das cuenta de que era un antibelicista de ideas firmes. En algunos de sus mangas hay enfrentamientos entre naciones y el mensaje es siempre el mismo: hay que parar esta locura como sea, la guerra no lleva a ningún sitio. Prime Rose es un ejemplo notorio. Tras ese deslumbrante halo de ciencia ficción que envuelve toda la narración, el subtexto es más que evidente. Donde no maquilló el relato con otro género que lo hiciera más llevadero fue en Adolf, una de sus obras cumbre. Aquí Tezuka fue duro, dramático y descarnado. Contó la historia de tres personas llamadas Adolf en plena Segunda Guerra Mundial con toda la tragedia, muerte y destrucción que aquel conflicto había conllevado. Con todo, fue capaz de escarbar entre las miserias humanas para encontrar un poco de optimismo, un poco de amor entre tanto infortunio. Y es que Osamu Tezuka vivió en primera persona ese conflicto. Una guerra que lo alcanzaría cuando todavía era un adolescente y que lo llevaría a vivir una experiencia de hambruna y miseria mientras intentaba aferrarse a unos pocos retazos de cordura. Y esa tabla de salvación fue dibujar manga. En el cómic La Fortaleza de Papel Osamu Tezuka nos narra cómo fue vivir los bombardeos o la posterior ocupación del ejército norteamericano con él como el principal protagonista de los siete relatos de los que se compone el álbum. Un manga autobiográfico que Planeta Cómic publica en su colección Biblioteca Tezuka y que nos muestra al Dios del Manga como nunca antes lo habíamos visto.
Osamu Tezuka siempre fue dado a hacer pequeños cameos en sus obras, romper la cuarta pared y aparecer dibujando aquí o allá mientras los personajes se preguntaban quién narices era ese tipo. Lo que vamos a encontrar en La Fortaleza de Papel se aleja de eso. El protagonista absoluto desde el principio es Tezuka, aunque en algunos relatos se cambie de nombre. Cada relato es un slice of life de un mismo periodo. Relatos que en ocasiones se yuxtaponen, explicando un mismo acontecimiento en concreto que servirá como ubicación temporal, para desvelarnos vivencias del autor. Con Diario de un patán el punto de partida son los mercados negros que aparecieron en Osaka a finales de 1945 en los que los supervivientes vendían todo tipo de productos. Con veinte años Tezuka ya tenía claro que quería ser mangaka, a pesar de esa carrera de medicina que acabaría cursando y que no le acababa de entusiasmar demasiado. Un relato que cuenta de forma pormenorizada, y guiado por un personaje peculiar (metáfora tal vez de en lo que se podría haber convertido si el asunto no hubiera funcionado), la carrera de Osamu Tezuka hasta mediados de los años 60. En La fortaleza de papel (relato que da nombre a la obra) volvemos atrás en el tiempo para regresar a 1944. En una época en la que en Japón estaba prohibida la edición de cualquier libro que no se considerase esencial, Osamu Tezuka dibujaba manga a escondidas. En ocasiones lo hacía en el arsenal al cual fue movilizado para servir a su país. Tezuka vuelve a sorprender rescatando un poco de humor, de situaciones graciosas y surrealistas, tras los escombros del drama, de superiores violentos y de bombardeos que se llevarían por delante la belleza del mundo.
De La Fortaleza de Papel hay dos relatos que me han sorprendido muy gratamente y que sobresalen por encima del resto por la sensibilidad e intimismo que muestra el autor. En La historia del Tokiwa-so la narradora es una vivienda, una casa con varias habitaciones que explica, no sin cierta nostalgia, cómo se convertiría en la cuna de dibujantes afamados como Osamu Tezuka, Shotaro Ishimori, Hiroo Terada o Fujiko Fujio. La propia casa sería testigo de la creación de grandes obras así como de las trastadas que podían llegar a hacer todos aquellos mangakas. Un relato corto pero muy profundo que destila amor y respeto por un lugar y una época. Podría decirse exactamente lo mismo sobre Ensayos ociosos sobre animales. En dicho relato el autor lleva su dibujo al trazo más simple mientras su narración alcanza las cotas más bucólicas. Un caballo y una familia de mapaches sirven para mostrarnos ese choque entre tradición y desarrollo que conllevaría el fin de la guerra. Dos relatos que ejemplifican el mensaje antibelicista y la búsqueda de la esperanza que Osamu Tezuka siempre ensalzó en su trabajo.