Recuerdo que la primera novela que leí de Hanya Yanagihara me dejó destrozado. No sólo a mí, claro. Medio mundo se rendía ante la dureza y la necesidad de contar una historia que no se ahorraba detalle alguno. Tan poca vida fue un antes y un después en mi vida como lector. Puso en entredicho todo lo que yo creía saber sobre la literatura y su poder para cambiar la forma que uno tiene de estar en el mundo. Las dinámicas que establecemos con otras personas. Y la gestión de los propios medios como base fundacional de una personalidad sana. Aunque suene grandilocuente, lo cierto es que me quedo corto a la hora de lanzar alabanzas sobre una obra que ha quedado para siempre dentro de mi canon personal. La buena gente de Lumen, ante tal despliegue palpable de talento, decidieron volver atrás en el tiempo y recuperar la primera obra de Yanagihara. Una historia que, si bien deriva por otros derroteros, podemos presenciarla con perspectiva y ver cómo la autora usó esta novela como campo de experimentación para ciertos temas y determinados recursos estilísticos que la lanzarían tiempo después a la fama internacional. Pero que no se me malinterprete, La gente en los árboles es una historia con personalidad propia que ahonda en ciertos temas delicados y pone en entredicho las sentencias irrevocables sobre lo correcto y lo incorrecto.
La historia comienza con una noticia que da la vuelta al mundo: el científico y ganador del Premio Nobel Norton Perina es acusado por abusos sexuales por parte de uno de sus hijos. Ya desde la cárcel, Perina decide contar su versión de los hechos. Y lo que a priori podría parecer una simple defensa de su nombre, va tornándose en algo muchísimo más complejo. La vida del protagonista se nos narra desde sus comienzos en un pequeño pueblo de Indiana hasta llegar a convertirse en el gran descubridor de lo más cercano que como especie hemos estado de la inmortalidad. Y es que en sus viajes a un archipiélago perdido de la Micronesia, Perina descubre un poblado cuya imposible longevidad radica en el consumo de una especie de tortuga autóctona. Será cuando lleve a Occidente su descubrimiento cuando su fama lo catapulté a los anales de la historia. Y justo será ése el punto de partida de las múltiples adopciones a niños de dichas islas, estableciéndose el escenario en el cual años después será acusado.
Como en la novela que hizo famosa a Yanagihara, aquí volvemos a encontrarnos ante diversas tesituras éticas que ponen en jaque al lector y le obliga a decidir si es lícito aplicar el juicio o dejarse arrastrar por el relativismo moral. Nada puede pecar de simple cuando los preceptos que sustentan a una civilización no coinciden con los del lugar de procedencia del que partimos. Y es justo por ello que la autora coloca a una científico en el ojo del huracán, para analizar desde la ciencia y la antropología aquello que nos cuesta asimilar. Como un bisturí, Yanagihara disecciona rituales y comportamientos sin aplicar juicios o ideas preconcebidas. Nos mueve las entrañas en aras de la ciencia, exigiéndonos a los lectores que dejemos de lado los puntos de vistas radicales y entendamos las raíces de lo que se nos presenta en cada página. Aunque aviso desde ya que ciertos pasajes son muy difíciles de digerir o tan siquiera hablar de ellos.
Hay algo hipnótico en La gente de los árboles. Algo que te obliga a andarte con ojo a cada vuelta de página. Su narrador, Norton Perina, aboga por el positivismo. Una fe en la ciencia que lo hace abanderado de la más absoluta objetividad. Sin embargo, como humano está condenado a una subjetividad de la que no puede desligarse. Una subjetividad que oculta al lector de forma intencionada. Siempre hay algo sucediendo en un segundo plano en esta novela. Algo que su protagonista se niega a mostrar. Y de esa sospecha mutua entre lector y narrador se establece un vínculo poderoso. Yanagihara consigue que reflejemos nuestra propia visión alterada de los hechos en su personaje, poniéndonos en una tesitura complicada. ¿En qué momento nos creemos poseedores de ideas como la verdad y la justicia?
Esta novela es una clase maestra sobre narradores poco confiables. De esos que te obligan a encontrar la historia justo en esos lugares que no están expuestos a la luz, bajo tierra, en el fango. Uno no puede salir de este libro sin entender que para hallar la verdad es necesario ensuciarse de principio a fin. Y que la confianza, como todos aprendemos en un algún punto de nuestra vida, es un asunto que exige cuellos con capacidad para rotar, cuellos que nos permitan mirar hacia otro lado.
Pues habrá que leerla. Tan poca vida me encantó, me destrozó y me hizo renacer. Volví a creer en los libros y es, hasta ahora mi lectura favorita.
Tan poca vida me ha fascinado es un libro que no se lo prestaría a nadie “lo amo”lo llevo en el corazón . He comprado la gente en los arboles ,todavía no he empezado pero me da que me va a gustar lo presiento. Siento fascinación por esta escritora .Espero que nos siga sorprendiendo