La gente feliz lee y toma café, de Agnès Martin – Lugand
¿Cómo se empieza a reseñar una historia de amor sin caer en el absurdo? Cuando una historia de este tipo llega a nuestras manos tenemos la tendencia – yo entre ellos – de empezar a enumerar la cantidad de veces que el amor ha sido objeto protagonista de las novelas, de la historia de literatura, de argumentos que, con más o menos acierto, han llenado las páginas de esos momentos que hemos pasado al abrigo de un libro. Y me propuse, al escribir esta reseña, no caer en esos lugares comunes que al final llegan a ser lugares aburridos, de tan usados y conocidos. Por eso, pese a que La gente feliz lee y toma café tiene en sus páginas el amor pegado a las plantas de los pies y a cada una de las fibras del cuerpo, me pareció interesante no abrigarme del frío a través de ese tema, sino que hablaría, quizás más o menos, de una sensación que recorre el libro en cada una de las páginas: seguir adelante cuando todo se te pone en contra. La vida está llena de supervivientes. Y no me refiero a esos héroes que hacen grandes hazañas, que con actos heroicos convierten su existencia en grandes hombres y mujeres a los que todo el mundo conoce. A lo largo de las aceras, de los jardines que exploramos cuando necesitamos paz entre tanto ruido, de las habitaciones que van tiñéndose de negro cuando las luces de apagan, existen esas personas anónimas, que pueden ser como tú o como yo, y que deciden un buen día que la realidad no podrá con ellos, que serán sus propios protagonistas de una vida que, infame a veces o caótica otras, ha intentado darles la patada, arruinarles los minutos que ven pasar, acurrucados bajo las sábanas, mientras su cuerpo no tiene fuerzas suficientes para seguir, para caminar, para avanzar entre las arenas movedizas de un mundo que – y esto es importante – desconocemos los motivos que tiene con nosotros.
Diane lo ha perdido todo. Hace un año, su marido y su hija pequeña murieron en un accidente de tráfico. Su único anclaje con el mundo es el café literario que regentaba con Félix. Harta de estar tirando su vida por la borda decide desaparecer e irse a Irlanda para olvidar. Sólo que allí entenderá que, cuando se huye, es posible que todo de lo que te escondías vuelva a aparecer y te haga, por qué no decirlo, feliz de nuevo.
Recuerdo a la perfección por qué me interesé por esta novela. Las redes sociales, a veces, hacen que te acerques a la librería y vayas buscando un libro en concreto. Este libro de Agnès Martin – Lugand lo vi tantas veces referido en mi Facebook que fui a leer su resumen y, además, aunque suena a tontería, soy un firme defensor de las dos cosas que aparecen en su título: la lectura y el café. Muchos me dijeron que no iba a encontrar nada nuevo, que de historias así estaba el mundo literario lleno, que había sido una campaña de marketing brutal y que, casi casi, estaba loco si quería hacerme con La gente feliz lee y toma café. Pero suelo desafiar bastante las opiniones que vierten sobre un libro aquellos que – sobre todo aquello, he de decir – ni siquiera se lo han leído, por lo que hace poco vi el título, recordé todo lo que había leído sobre él, y lo compré. Sonará a cliché, pero parapetado tras un libro y un café comencé a leer la historia de Diane que, ya desde el principio, sabemos que algo, aunque sea una mínima parte de nuestro cuerpo, nos va a tocar, acariciar, casi diría que remover como un pequeño terremoto que no destruye nada, pero que al final acaba moviéndolo de sitio.
¿Es difícil sentirnos identificados en un libro? No, afortunadamente no lo es, y por eso La gente feliz lee y toma café ha sido el éxito que ha sido. Una historia sencilla, que encontramos dentro de los pliegues de la gente con la que nos encontramos a diario, que guardan su vida en un cajón cuando la desgracia llega a su casa y deciden recluirse. ¿Quién no ha pensado alguna vez la desgracia que es perder a dos de tus seres queridos a la vez, sin motivo aparente, y que hará que todo tu mundo se derrumbe? La fuerza del libro de Agnès Martin – Lugand radica en eso: en el argumento que gravita todo el rato alrededor de la protagonista, Diane, que saca fuerzas de donde no las hay – al menos yo no las tendría, lo aseguro – para convertirse, como ya decía antes, en esa superviviente en medio del desierto más caluroso, mientras observa la vida pasar sin tener la opción de moverse o virar hacia otro lado. Y sí, es cierto, en esta historia hay amor, hay esa redención que da el volver a sentir algo por alguien distinto, por alguien al que no nos hubiéramos acercado en otras circunstancias, pero como decía, no me parece el centro del argumento. Lo vivo, lo que está por moverse, lo que nos queda por conocer, esas son las verdaderas razones de un libro que, como me dijeron hace poco, puede que no cambie nuestra vida, pero al menos nos deja esa pátina de felicidad que se requiere, de vez en cuando, en la literatura. Porque la vida no siempre es justa, pero eso no quiere decir que no podamos serlo con nosotros mismos. Aprender eso, quizás, sea lo más importante en este novela. Todo lo demás, son los pequeños detalles que harán grande un libro que, en sus dimensiones, parece pequeño pero que, como suele suceder, no lo es.
Es interesante tu visión sobre el libro, ahondando en la idea de “superviviente”. Para mí, es lo único que se salva del libro. A mi modo de ver, no me parece que el personaje sea alguien con quien identificarse: alguien sumamente hundido durante año y medio que se enamora en día y medio de un cliché de hombre. Tampoco me ha gustado que sea la propietaria de una librería y nunca aparezca leyendo, ni se de una sola referencia a un título de libro; más bien parece que su librería-café es un bar de copas nocturno. En fin, a mí no me gustó pero ¿quién soy yo para juzgarlo? Es únicamente cuestión de gustos.