La gigantesca barba que era el mal, de Stephen Collins
El orden. La rutina y los mismos pasos. Una y otra vez. Tenerlo todo controlado. Que nada se salga de su sitio, de su lugar. Los mismos viajes, las mismas personas, el mismo trabajo. Todo igual, todo lo mismo. Todo en un mismo mundo, que no cambia ni varía por mucho que lo pretendamos. El orden. O lo peor que le puede pasar a la humanidad. Eso es vivir Aquí. Pero hay un lugar, más allá, a lo lejos, donde no abarca la vista, donde ni siquiera el mar parece llegar, donde te dicen que todo es caos, que no existe orden, que no hay rutinas, que las personas cambian y los que intentan acercarse no vuelven a aparecer. Eso es vivir Allí. Dos mundos, uno seguro, demasiado seguro. El otro desconocido, nadie sabe lo que sucede, pero todos saben que es malo, que es el mal, que cuando no puedes imaginarlo es porque tiene algo diabólico en su interior. Y un buen día, zas, te das cuenta de que el mal crece en tu interior, que se va trenzando, que se va anudando en tu cara y que allí, en esa barba inmensa está todo por lo que habías intentado mantenerte bajo control. Ya no hay rutina, ahora sólo hay caos, la variedad, los días cambiantes, las personas que son distintas, y así es como La gigantesca barba que era el mal llega a tus manos, se convierte en tu vida, y te descubre que el caos está dentro de nosotros, que lo podemos acabar creando, que después de Aquí está Allí, y que cuando algo termina, en realidad empieza, no se acaba nunca. Porque aunque los dos mundos estén separados, se encuentran más cerca de lo que nosotros nos pensamos.
De acuerdo, lo diré alto y claro, sin miramientos: esta novela gráfica es una puñetera maravilla. Así, sin más. Puedo decir, y lo digo con todas las consecuencias, que esta historia me ha calado hondo, me ha llegado dentro y que, aunque fuera simplemente por su factura artística, ya merecería la pena. El trazo certero, los blancos y los negros, la maquetación, lo que guarda en su interior, en fin, todo, para qué me voy a engañar a estas alturas, hacen de La gigantesca barba que era el mal se convierta en mi novela gráfica favorita, así, con todo lo que ha llovido desde que empecé a reseñar. Pero es que no lo puedo evitar. Veo el trabajo de Stephen Collins y me pregunto por qué no lo he conocido antes, por qué no he sabido de su existencia, por qués y más por qués, que quizá no tengan respuesta nunca, o tal vez sea sólo necesario que ya, por fin, se haya materializado esta maravilla y su lectura sea suficiente para dejarme de preguntas y disfrutar como lo he estado haciendo hasta ahora. Porque, a pesar de lo que muchos de vosotros podáis pensar, esta historia no es una tontería, su título quizá pueda parecer que contiene dentro una historia humorística que no tenga mucho sentido, pero ay, suspiro, tiene todo el sentido del mundo, lo tiene y yo me quedo sin palabras, se me agotan, se me escapan de la garganta y me da rabia, porque yo quiero seguir enumerando todo lo bueno que hay aquí. El mundo necesita tener esta historia entre sus manos. Debiera ser imperativo legal.
Vale sí, estoy exaltándome, pero eso sólo me sucede cuando estoy tan emocionado con algo que yo no puedo describirlo con exactitud. La gigantesca barba que era el mal es todo lo que necesitaba en estos tiempos. Buen dibujo, buena historia, un “buen” bien grande que se convierte en esta novela gráfica de Stephen Collins que me ha arrebatado los latidos de mi corazón, cansado de todo un día de trabajo. ¿Cuál es la única pega? Que se termina. ¿Qué es lo bueno? Que puede volver a leerse tantas veces como se quiera. Yo necesito en mi vida historias como esta, como la que acabo de leer, como la que os acabo de mostrar. Es lo único que puedo decir. Que sí, que igual pensáis que yo me he vuelto loco y que padezco de verborrea, pero es que no lo puedo describir de otra manera. Es una sensación, una emoción, esas que se tienen dentro, pero que no se pueden describir exactamente. Sólo con la primera página, con esa delimitación de Aquí y Allí, ya parece que estamos ante algo destinado a ser un clásico, con ese manejo de los contrastes, de las sombras, y después, zas, de nuevo la historia, la de una rutina frente al caos, transformado en una barba que simboliza tan bien lo que guardamos dentro, lo que escondemos dentro de nuestra costumbre, que yo suspiro, lo sigo haciendo sí, tan fuerte que a veces hasta me sorprendo, porque he vuelto a leerla, tranquilamente, y he vuelto a enamorarme. Eso me sucede pocas veces en esta vida. Esta es una de ellas. No lo puedo evitar, y ahora que lo pienso, tampoco quiero evitarlo.