Escribo esta reseña después de haber digerido durante unos pocos días el empacho de buenas vibraciones que ha dado la última edición del festival de literatura fantástica y de ciencia ficción Celsius 232. Han pasado autores de renombre que han colapsado la pequeña ciudad de Avilés, eso incluye dos horas y media de cola para la firma de Brandon Sanderson o una para la de Albert Monteys. Se han sucedido un sinfín de actividades desde el desayuno hasta largas horas de la noche (benditos búhos que me permitieron llegar a Gijón de madrugada); las charlas literarias y frikis con gente que he ido conociendo no han tenido precio; y entre sidra y cachopos ha habido tiempo de llenar la maleta de nuevos comics y libros. Ahora, si hay algo que me ha tocado la fibra sensible, sin duda, ha sido el descubrimiento de una autora de la talla de Anna Starobinets.
Aquí te presento su segunda antología de cuentos La glándula de Ícaro, pero la escritora rusa se hizo un hueco en la literatura distópica hace algunos años cuando Nevsky editó su primera antología de cuentos Una edad difícil (2012) a la que siguió la novela El vivo (2012). Yo estaba completamente ciego y sordo ante esta Gigante de la literatura de ciencia ficción. La desconocía por completo y al ver su nombre entre las conferencias del festival decidí acercarme a probar. Quien prueba a Starobinets no la suelta, ya te lo advierto. Una advertencia para bien si lo que quieres es gozar de buena ciencia ficción y perturbadoras historias psicológicas que revolucionan todo cuanto te rodea. Su estilo es directo, cercano como sus historias. Y a la vez, y esto es lo genial de sus cuentos, estás deseando que la vida real jamás se convierta en lo que ella parece estar anticipando. Sí, podría catalogarse su género de aquel que se llamaba de anticipación, por la capacidad de adentrarnos en un futuro no ya tan lejano, aunque a priori, imposible, como «cosa de ciencia ficción».
Coincido con uno de mis compañeros reseñistas, que ya tuvo el placer de leer a Starobinets y escribir sobre Una edad difícil, en que su fuerza reside en conseguir que, al leer sus cuentos, el lector se vea a sí mismo y a los demás en situaciones de su entorno real, como si tuviera el poder de adentrarnos en las historias que inventa. Va más allá de romper la cuarta pared, que se dice en teatro; no es el mundo ficticio representado el que avanza hacia el público, sino al revés, nosotros somos los que estamos completamente inmersos en el cuento. Y por lo que ahí se narra, créeme, asusta mucho.
La glándula de Ícaro lleva por subtítulo “El libro de las metamorfosis”. He aquí el elemento que mantienen en común, el marco que envuelve los siete cuentos que componen la antología. El proceso de cambio, la metamorfosis como en Kafka, referente en la narrativa de Starobinets. Transformaciones físicas, psicológicas, insectos, suplantación de cuerpos, transformaciones que producen en nosotros el entorno, como las ciudades, la tecnología. Siete relatos cortos —extensión donde la ciencia ficción se defiende mejor, ya que en el concepto es donde despliega sus virtudes—, sobre el proceso de cambio de una bellísima factura y un gran poder de atracción; como decía el maestro y su compatriota Nabokov sobre que el buen escritor es ante todo un embaucador que posee las tres cualidades necesarias: magia, narración y lección.
El cuento que da título a la antología desarrolla una sociedad en la que, a las personas de sexo masculino, por recomendación del Estado, se les extirpa la glándula que genera hormonas que derivan en un comportamiento agresivo, primitivo, casi animal. Así, se evitarán, entre otras cosas, las infidelidades, la violencia que descargan fruto de esa explosión hormonal y otras malas prácticas que serían erradicadas y ayudarían a fomentar un estilo de vida sano y pacífico. Parece una sociedad perfecta. Parece. De una transformación, surgen otras, como las más instintivas e irracionales: los celos, las inseguridades, el sentimiento de culpa, la desinformación en internet. Grande este cuento.
Por no desgranar mucho el resto de cuentos, he de decir, y ya a modo de cierre, que el nivel de tensión para el lector es elevadísimo. Hubo un momento que tuve que parar la lectura y cerrar de golpe el libro porque estaba leyendo uno de los cuentos en los que, y no es broma, tuve que gritar: «¡Dios! ¡Esto está pasando!». Maldito “Spoki”… ya lo leerás. La literatura de ciencia ficción, y más aún, aquella que ahonda en el subgénero de anticipación, suele dejar un regusto amargo, como el beso que te da al entrar en casa la persona a la que amas y que, un instante antes, te diste cuenta de que no llevaba puesto tu anillo. Quieres besarla, quieres más de esa literatura, pero esconde algo oscuro que te rondará en la conciencia durante mucho tiempo.
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