Dice uno de los lemas promocionales de este gran ensayo que es un libro con polvo en las botas, lo que es extraordinariamente indicado dado que Alex Perry, el autor, parece haberse pateado gran parte de África. Yo sin embargo prefiero decir que es un libro con polvo en las voces, porque no son las botas del autor sino las voces de los africanos lo que realmente lo hacen grande. Es intención de Alex Perry, y así lo declara él mismo, lograr en el libro lo mismo que entiende que debería hacerse en África: lo que quieran los africanos. El autor investiga, expone los resultados de sus investigaciones y opina sobre lo que ve, opina con pasión, diría yo, pero el valor de La gran grieta es que no es un libro sobre lo que Alex Perry piensa sino sobre lo que piensan aquellos con quienes habla, que son los verdaderos protagonistas del libro y del futuro de África.
Hay dos almas en La gran grieta, ambas nacidas del análisis y la investigación. La oscura es la de la imagen que a menudo tenemos en occidente, que responde sólo en parte a la realidad, y nuestras responsabilidades en esa situación que criticamos y la del futuro, la parte luminosa, la de aquello que está funcionando sin que siquiera lo sepamos y que constituye una esperanza no sólo para África, sino para el mundo.
El primero de los aspectos, las guerras, el hambre, la inestabilidad, probablemente crea que lo conoce, pero La gran grieta le demuestra que no es así y aunque son muchos y muy variados los ejemplos, el que probablemente mejor resume lo que acabo de decirles es el de la hambruna no como desgracia inevitable derivada de un clima duro y una mala planificación, sino como arma de guerra. Debilitar hasta la muerte a la población en zonas dominadas por grupos terroristas con el apoyo, la planificación y el aplauso de occidente. Es, como ven, un libro incómodo que dice lo que cree que debe decir independientemente del rechazo que pueda generar. No todo es culpar a occidente, los propios africanos tienen su parte de responsabilidad y por tanto de denuncia en el libro y dado que el análisis es amplio hay páginas suficientes para todos, pero las acusaciones son objetivas, no de basan en paternalismos ni en supuestas superioridades morales. Y de ellas no se escapa el actual modelo de cooperación, tanto institucional como de ONG, del que no sólo se pone en evidencia su hipocresía, sino también su ineficacia. Su hipocresía porque se revela como un negocio rentable (se cuantifica lo que aporta y lo que obtiene occidente y el saldo le es notablemente favorable) aunque las buenas intenciones que lo hacen posible sean indudables y dignas de elogio e ineficaz porque resulta bastante sorprendente el porcentaje del dinero que se genera que se destina al sostenimiento de la propia infraestructura de la cooperación. Desde los sueldos desorbitados de algunos cooperantes (incluso en estándares occidentales) a los recursos necesarios para vivir en condiciones de lujo rodeados de miseria: urbanizaciones seguras, coches de lujo, discotecas, etc. Lo cual no significa que haya cooperantes sobre el terreno, dignos, honestos y comprometidos, los hay y muchos, pero el modelo de cooperación “oficial” se pone en cuestión y se hace con datos y suficientes pruebas como para no dejar indiferente al lector. Pero no se hace simplemente como crítica, hay alternativas y se muestran, los propios africanos lo hacen y esa es la parte luminosa del libro.
Alex Perry nos muestra en La gran grieta suficientes ejemplos de iniciativas surgidas de la propia África, de la gente, sin ayuda internacional y a veces tampoco nacional, y sobre todo que funcionan. Menos caridad y más inversión sería uno de sus lemas, pero al final todo se resume en hacer lo necesario y no lo que desde fuera y desde una atalaya moral por lo demás construida sobre el aire, se considera sin conocer el terreno. Las cifras son mareantes, los chinos lo han comprendido y están logrando unas contrapartidas extraordinarias con una inversión menos que Europa, Estados Unidos y, lo que es más importante, aunque obtienen beneficio también las poblaciones locales los obtienen. También tiene su lado oscuro, y no es el ejemplo destacable este de la cooperación china, pero es necesario decirlo porque deja en evidencia la gran ineficacia (en términos puramente económicos) del modelo occidental. Si uno invierte diez veces más dinero y cinco veces más tiempo en construir 12 kilómetros de carretera de lo que precisa otro para hacer cientos de ellos, incluso terminar el proyecto, es que algo hace mal.
Pero el verdadero motivo de esperanza es de las cosas que han hecho los africanos por sí mismos, desde un sistema económico basado en la tecnología (tiene más sentido en África que en ningún otro lugar ya que la tecnología compensa el tamaño) hasta dar valor económico a las personas sin recursos pasando por el urbanismo o, algo que yo desconocía y que me ha resultado de vital importancia, el reverdecimiento de zonas desérticas basándose en métodos agrícolas tradicionales. Más de cinco millones de hectáreas de desierto recuperadas para la agricultura, con árboles y barreras naturales que no sólo convierten la tierra baldía en productiva sino que combaten el calentamiento global (zonas en las que han logrado disminuir la temperatura media cinco grados). Hay un milagro económico en marcha en África y sus consecuencias bien podrían ser en el medio o largo plazo que en lugar de preocuparnos por alimentarlos bien podríamos ser nosotros los que consumiésemos sus excedentes. Alex Perry nos muestra el camino por el que África no sólo puede dejar de ser un problema, sino que puede ser una solución, y por alguna extraña razón son cosas que nos pasan desapercibidas en occidente.
Andrés Barrero
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