La habitación oscura, de Isaac Rosa
Entra. Cierra los ojos. En realidad no hace falta que lo hagas, pero aun así ciérralos. Olvida todo lo que hay fuera. Sólo estáis tú y la oscuridad. Olvida que alguna vez tuviste un trabajo que no te gustaba, olvida las obligaciones con la familia, esas pequeñas miserias de las horas que conforman un día entero. Por un momento, mientras los ojos permanecen cerrados, olvida que hoy te levantaste, que caminaste por las mismas calles, te cruzaste con las mismas personas y pronunciaste los mismos “hola, ¿qué tal?” de cada mañana. Olvídalo todo. Sólo estáis tú y la oscuridad. Ahora concéntrate en lo que te sucede, en cómo los músculos dejan de estar agarrotados, en como la piel se eriza y un escalofrío recorre tu cuerpo. Eso es la libertad. Ahora abre los ojos. Nada es diferente realmente. La oscuridad y tú. Pero escuchas con atención y oyes un leve crujido en el suelo, el roce de una mano que no es la tuya en la pared y lo sabes. Hay más gente aquí, contigo, rodeándote, luchando contra la realidad, contra lo que creíamos todos que estaba escrito desde el principio. Ya no sois sólo la oscuridad y tú, ahora sois más los que acompañáis a la oscuridad que lo inunda todo. No hay nada de luz que pueda enturbiar tus sensaciones. Y sigues batallando, olvidándote, y creando un mundo diferente. Esto es La habitación oscura y estás a punto de descubrirlo con tus propios ojos…
Si se pudiera ralentizar el tiempo y los minutos duraran horas, la nueva novela de Isaac Rosa es como esos vinos que disfrutas con serenidad, con la calma que da olerlos en primera instancia, y que te desbordan la garganta y la boca al probar el primer sorbo. Después, cuando uno se introduce de lleno en la historia de La habitación oscura sabe que lo que le sigue es un tortazo, un golpe directo y certero al cerebro y a los ojos que están leyendo y ya no hay redención, ya no puedes dejarlo, se convierte en esa obsesión con la que te levantas con los primeros rayos del sol que se filtran por las rendijas de la persiana, y se convierte en las ojeras que a la noche se marcan en tus ojos porque no puedes dormir sin leer una página más, siempre esa última página que nunca es la última sino la primera de un largo número. Estamos ante una de las mejores novelas del año. Y lo digo sin temor, no tiemblan mis dedos al consumar la anterior frase a esta porque es así, porque no he leído nada parecido en mucho tiempo, porque el autor ha sido un descubrimiento, porque ahora necesito más, porque la oscuridad en esa habitación protagonista de esta novela me ha llenado por completo y he recibido el aviso, la advertencia, de que por mucho que lo niegue tengo que despertar, como sólo pueden hacerlo los seres humanos: a base de un buen golpe en nuestras costumbres. Removiéndolas como si la batidora de la vida nunca hubiera sido suficiente.
Una novela necesaria, esta La habitación oscura que rezuma sudor, que rezuma dolor, que se convierte en tensión y calma al mismo tiempo, que te eleva y te hace descender en un minuto, que te descubre la compasión, pero también el odio más extremo, que es la lucha entre un bien y un mal abstractos, ficción frente a realidad, estado policial frente a ciudadanos, capitalismo frente a libertad, imagen frente a oscuridad. Isaac Rosa es un maestro, de la ficción, de la prosa, de las comas bien utilizadas, de los puntos finales y los seguidos, de las imágenes transformadas en letras y las letras transformadas en dardos. Aquí hay presión, aquí hay vidas truncadas por la vida misma, existencias blancas que se funden con la negrura absoluta, la que da la libertad en esta habitación que a todos engulle y que los vomita de otra manera, diferentes, sin posibilidad de volver a su vida anterior. Y descubres que el precio de la libertad está dentro, aquí dentro, y quieres entrar, lo necesitas, y sigues leyendo como si no hubiera un mañana, como si no tuvieras elección alguna, las cartas echadas, esta habitación te posee, y lo hace el autor, porque elimina tu libre albedrío, lo encorseta, y te obliga a leer, a descender las escaleras que te llevan a un mundo que poco tiene que ver con el que conoces, que es lo contrario a lo que has vivido fuera, bajo la luz del sol, o la lluvia más inclemente, o tras las palabras que no se dicen acompañado de la luz de la lámpara de escritorio. Hay futuro aquí, en la literatura, y pasa por las manos de un autor en gracia, de un autor que cautiva, que me cautiva, que supone un precio muy bajo el hacerse con este libro, que golpea, con fuerza, como deben hacer los maestros, aunque no quieran serlo, porque serán ellos y no otros los que desfiguren la cara perfecta de la hipocresía y nos hagan levantarnos para combatir los fantasmas que no se esconden en la oscuridad, sino que nos persiguen a la luz del día.