Reseña del libro “La historia de las flores y de cómo han cambiado nuestra forma de vida”, de Noel Kingsbury
Para quienes gocen con los recopilatorios serios, de edición elegante en tapa dura, que mezclen la vida con la historia, la ciencia y la sociedad, la editorial Blume es una apuesta segura. Este mismo año me han hecho viajar dando La vuelta al mundo en 80 aves sin moverme del sillón. Fue un recorrido tan placentero que me dispuse a repetir, pero esta vez jugando en una Liga diferente, con La historia de las flores y de cómo han cambiado nuestra forma de vida de Noel Kingsbury e ilustraciones de Charlotte Day.
Siempre he dicho que las aves son las flores del mundo animal. Con esto no me refiero solo a lo llamativo de sus colores, ya que las hay más crípticas incluso dentro de la misma especie, sino a la capacidad que han tenido ambos grupos de influir en el ser humano a lo largo de la historia. Es comprensible, las angiospermas han nacido para atraer el foco sobre ellas, forma parte de su éxito evolutivo y nosotros no somos inmunes a sus encantos. Si las especies tuviesen redes sociales, serían las Influencer con más seguidores, pues la pasión que les profesamos echó raíces en un tiempo mucho más lejano que nuestra propia definición de cultura. Con este libro he descubierto hasta qué punto nuestra historia se enreda con la suya.
El diseñador de jardines británico, Noel Kingsbury, es todo un referente en cuanto a libros sobre plantas que conjugan la experiencia práctica y académica con la afición de sus lectores. En esta ocasión nos trae un compendio de floricultura centrado en el aspecto histórico en lugar de en el práctico. Cien especies de todas las formas y tamaños clasificadas por su relevancia desde antes de Cristo hasta el siglo XX. Y aunque están presentes los dos hemisferios y todos los continentes, dada la temática resulta inevitable que presente cierto sesgo euroasiático y de zonas de América del Norte. Por supuesto, no le falta un índice alfabético que tiene en cuenta tanto el nombre común como el científico. Pues para un mismo nombre común existen especies diferentes.
Las magníficas ilustraciones de Charlotte Day ocupan toda una cara y complementan el texto de la página contigua. Se puede apreciar la buena mano del dibujo en el Geranio de la portada o en la Milenrama de la contraportada, pero en su interior se añaden detalles más pequeños que favorecen la precisión para las raíces, las semillas, los bulbos o el fruto según convenga. Así, he quedado hipnotizada por el color ajedrezado del Tablero de damas y la distinguida composición del Iris o la Corona Imperial. Para cerrar una edición redonda, han añadido para cada apartado, y de forma esquemática, el origen de la planta ligado al tipo de clima, la longevidad, el hábitat en el que se podría encontrar asilvestrada y los colores de las distintas variedades que se han obtenido hasta la fecha.
El libro me ha enseñado que podría acabar antes enumerando las situaciones en las que culturalmente no hemos inmiscuido a las flores en nuestro día a día, pero lo cierto es que no se me ocurre ninguna porque están, de forma literal, hasta en la sopa. Y quien dice la flor, dice las diferentes partes de la planta. Comienzan conquistando nuestro estómago y librándonos de los males físicos, y en un abrir y cerrar de ojos acaban impulsando la economía, generando riqueza y estatus social, transformando mitologías, juntando a la gente en ceremonias religiosas y acompañando movimientos socio-políticos con una simbología cargada de sentimiento. Esto es sin duda lo más divertido dentro de las anécdotas, y por lo que creo que es un libro ideal de referencia para novelistas, porque tiene mucha miga para culebrón. El significado que se le da a una flor varía entre culturas, algo que hay que tener en cuenta a la hora de hacer un regalo, pero incluso dentro de un mismo país puede cambiar con el paso tiempo, de manera intencionada, debido al conflicto de intereses. Cuando altera la percepción de forma que no conviene, es droga; si la adoran los paganos, brujería; si el enemigo la odia, la amaremos de corazón y si se tercia la beatificamos dejando la huella de nuestro capricho en el arte. Entre la atracción que nos producen y la manipulación a la que las hemos sometido, termina creándose ese enredo que liga su vida a la nuestra en un nudo gordiano imposible de deshacer.
Al margen de las curiosidades, este volumen tiene un potencial didáctico tremendo. Resulta que los girasoles no son de Ucrania, ni siquiera tienen origen en este continente. En cambio la amapola, tan sencilla y tan fresca ella, sí está ligada a la guerra. También sirve para asociar. En ocasiones conocía la flor, el fruto, o las hojas por separado, como en el caso del trébol, pero sin relacionarlos como parte de una misma planta. En cuanto a las triquiñuelas para conseguir plantas dobles, híbridas o el esquivo color azul, me ha quedado claro que ya ponían en práctica el juego de la genética desde milenios antes de tener el manual de instrucciones. Sin desmerecer por ello la belleza de las más antiguas como el Loto. Cualquier apasionado de la jardinería sabrá apreciar los datos de su distribución como planta ornamental y el valor añadido que supone, además de la estética.
Tras leer La historia de las flores y de cómo han cambiado nuestra forma de vida se me ha quedado un pensamiento profundo, como de abismo, que trasciende de lo material a lo filosófico. Ya que solo la filosofía se atreve a ahondar en lo que no tenemos métodos para probar. ¿Y si nunca hubieran surgido las angiospermas? ¿Existiríamos nosotros? Desde luego, como poco, la historia hubiese sido muy diferente. Así que por si acaso y siguiendo el consejo de mi abuela que decía que a las flores hay que hablarlas, la próxima vez que contemple la lavanda en el campo o una rosa bajo el sol se lo agradeceré susurrando. «Gracias», sí pero «gracias… por todo».