La compasión es un sentimiento muy peligroso. De hecho, sentir compasión por alguien a veces tiene una connotación negativa. Que alguien te dé pena es malo. Es incluso ruin. Porque solo se siente compasión por alguien es inferior a otra persona en alguna circunstancia en concreto. Y eso puede dar lugar a que nos creamos superiores y nos haga mostrarnos vanidosos. Y eso algo que es así. Cuando pensamos en una persona que nos da pena, es porque no tiene la suerte que tenemos nosotros. “Pobrecillo, no viste de marca, no tiene pareja, sus hijos no le quieren, ha tenido un accidente, no tiene trabajo, tiene un trabajo de mierda…”. La compasión, como vemos, se puede aplicar a diferentes ámbitos pero siempre implica una cosa: el que la siente, se cree (voluntaria o involuntariamente) mejor que el otro.
Esta es la idea con la que Stefan Zweig juega cuando narra La impaciencia del corazón, o La piedad peligrosa, título con el que también se conoce a esta obra. Y este último título quizá sea incluso más adecuado que el primero que he nombrado, porque esta obra habla de la piedad que siente el teniente Anton Hofmiller cuando conoce a Edith, hija del gran magnate de origen húngaro Lajos von Kekesfalva. Y siente esa compasión por ella porque esta joven sufre una grave parálisis que le impide andar. Ella se enamora perdidamente de él y con el paso del tiempo el teniente empieza a corresponderla, pero lo que no sabemos es dónde empieza el amor y dónde termina la piedad. No sabemos si está con ella porque es incapaz de decirle que no a una pobre chica paralítica o si realmente la ama con todo su corazón. Toda esta historia, por si fuera poco, está contextualizada casi al comienzo de la Primera Guerra Mundial, por lo que la decadencia del Imperio Austro-Húngaro —que parece inminente— inunda la atmósfera con un tinte trágico. A pesar de ello, contra todo pronóstico, lo importante de este libro no es la Gran Guerra en sí. No es un libro histórico en el que la guerra sea el eje principal. De hecho, cuando estalle la batalla, nosotros apenas nos daremos ni cuenta, pues Zweig la introduce en la narración de una manera muy sutil. Lo importante son los personajes, desarrollados exhaustivamente y que abren su alma al lector.
De este escritor austriaco se ha dicho que “su habilidad para comprender el sufrimiento de las personas era formidable”. Y yo añado: no solo para comprenderlo, sino también para transmitirlo. Porque su narración es desgarradora. Crea una atmósfera perfecta con lo que parece una facilidad innata.
Lo que está claro es que los humanos somos compasivos. No podemos evitar sentir pena por los demás. Incluso muchos la sentimos por los animales. Parece que tiene una connotación negativa, como decía al principio. De hecho, no sé si el teniente Hofmiller se hubiera prometido con Edith si esta no hubiera estado enferma. No lo sé y ¿sabéis qué? Prefiero no pensarlo. Porque la compasión también ha movido montañas. De no existir esta, nadie habría fundado jamás una ONG; las perreras serían cosa de la ficción. Y no hablemos de los orfanatos. Será que yo intento buscarle la cara amable a todo lo que me rodea. Pero Hofmiller tendrá que batallar con estos sentimientos, desgranarlos hasta reducirlos al mínimo, para poder comprender si realmente ama a Edith o si ha sido la presión social y el estado de la joven lo que le ha llevado a ese enamoramiento.
Es una novela para leer sin impaciencia, poco a poco. Es densa a ratos pero llega un momento en el que se convierte en algo que no podemos dejar escapar. La impaciencia del corazón o La piedad peligrosa, si lo preferís, es, en pocas palabras, una obra maestra que debería hacernos reflexionar a todos, compasivos o no, sobre nuestros propios sentimientos.