¿Inventó Humboldt la naturaleza? La respuesta es sencilla: no. Incluso se podría ampliar: no, obviamente. ¿Es entonces inapropiado el título de esta obra? La respuesta es igualmente sencilla: no. El título es no sólo pertinente sino brillante porque Alexander von Humboldt inventó nuestra forma de mirar a la naturaleza, y sólo por eso ya deberíamos estarle agradecidos. Esa gratitud bien podría ser motivo suficiente para leer este libro, pero si no lo fuera, aquí va otro: es apasionante. Si el acercamiento a su figura en lo que se refiere al mundo científico difícilmente podría ser más interesante, el relato de su vida que también es La invención de la naturaleza, supone una novela de aventuras tan entretenida como emocionante. Sin embargo poco queda hoy en nuestro imaginario colectivo de la figura de quien fue calificado en su tiempo y sin ditirambos como el hombre más importante del mundo, pero el catálogo de lo que de sus ideas pervive en nosotros es interminable. Y resulta interesante una reflexión al respecto de Andrea Wulf, la autora, en el sentido de que además de por las circunstancias históricas obvias poco propicias para la imagen de un alemán, su memoria murió de éxito, logró que sus ideas arraigaran hasta tal punto en las nuestras que nos resultan naturales, innatas y por tanto nos cuesta reconocerles una paternidad más allá de nuestra propia conciencia.
La invención de la naturaleza es un relato dinámico, ágil pero tremendamente documentado y exhaustivo. El trabajo de Andrea Wulf es, en ambos sentidos, admirable. Un relato de divulgación con parámetros científicos de exigencia académica que se puede leer como un relato de aventuras de Emilio Salgari, si se desea, es una rareza francamente destacable.
Humboldt es además uno de los últimos científicos con vocación de entenderlo todo, con ánimo, energías y voluntad de abarcar cuantas disciplinas excitaran su curiosidad, que fueron básicamente todas. Y de realizar aportaciones valiosas en prácticamente todas ellas. Hoy día una figura así es irrepetible en parte porque la ciencia ha avanzado por un camino de especialización que hace imposible esa vocación renacentista y cuanto más en profundidad se conozcan las cosas más imposible será recorrer un camino diferente del de la hiperespecialización. Pero en parte también por una concepción diferente de la ciencia, por una mirada romántica que la convertía en una aventura y por una preocupación no sólo ética y científica, sino también estética, que hoy se ha perdido prácticamente del todo. Humboldt se preocupaba del lenguaje, de la dimensión poética de la forma en que expresaba sus teorías, y basta acercarse a cualquier ensayo científico de hoy día para comprobar que eso ya no ocurre. Y es probable que se deba también a la especialización y la profundización técnica en el conocimiento y que por tanto sea inevitable, pero a mí al menos es algo que me entristece.
El hecho de que La invención de la naturaleza presente a Humboldt como el gigante que fue y el que debería seguir siendo, no significa que Andrea Wulf haya escrito un panegírico. Su objetividad no se pierde cuando enfrenta las contradicciones o los aspectos negativos del personaje pero eso, si me lo permiten, lo agiganta aun más. Gigante, sí, pero humano.
La nómina de personajes en los que influyó o con los que tuvo trato, que vienen a ser la misma cosa, es francamente apabullante. Cualquiera de los grandes científicos que uno ha conocido como padres de sus disciplinas en la historia de la ciencia moderna que se estudia del instituto en adelante se reconoció influido por Humboldt, pero además otros personajes como Pushkin, Thomas Jefferson, Thoreau o Simón Bolivar, por ejemplo (la relación sería larga, créanme) se declararon deudores de su pensamiento.
Resulta imposible leer hoy día La invención de la naturaleza sin un asomo de incredulidad, un personaje tan inabarcable es hoy día inconcebible, pero créanme, ese asombro les vendrá muy bien a la hora de perderse con él por las selvas de Latinoamérica, Australia o Rusia, les pondrá en situación porque probablemente al principio a sus contemporáneos les ocurriera lo mismo. Sólo les piso una cosa: cuando cierren el libro déjense puestos esos ojos de asombro y miren al mundo en general y a la naturaleza en particular con ellos. Sospecho que si se lograra eso aunque se olvide nuevamente la figura de Humboldt, él se daría por satisfecho.
Andrés Barrero
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