Reseña del libro “La joven que no podía leer”, de John Harding
“¿Por qué ha de importarte cuál sea el tratamiento que administran a estas locas, a mí, que veinte horas antes no tenía el menor conocimiento sobre estas cosas?” (p. 55) Con este planteamiento el protagonista se sitúa en el manicomio de finales de siglo XIX en Nueva Inglaterra. El que pronto sabremos que huye de la justicia por estrangulador de mujeres, suplanta a un psiquiatra que llega nuevo y que cree en la terapia moral. John Harding trata de cuestionar si un criminal, que disfruta quitando la vida por asfixia de otro ser humano, puede ser el sujeto ideal para ayudar a La joven que no podía leer.
Su mentor, el dr.Morgan, defiende las teorías propias de la psiquiatría desquiciada y desquiciante del siglo. Lo que la Historia ha juzgado apropiadamente como torturas eran infringidas a estas “locas” como métodos, no tanto para curarlas, como para corregir su conducta y contenerlas del supuesto peligro social que suponían. Para que guardaran este artificial y cruel equilibrio, una de las restricciones es la lectura pues “si les permitiéramos tener libros, algunas estropearían los libros, o se los arrojarían a las cuidadoras, o los usarían como armas contra sus vecinas. Y aún en el caso de que se limitaran a leerlos, tampoco sería acertado, porque eso les daría ideas. Ya tienen demasiadas” (p. 31).
La joven que no podía leer es una de esas novelas perfectas para una clase de literatura y filosofía pues las líneas principales del pensamiento de Foucault respecto a la locura encuentran ejemplos paradigmáticos. Por ejemplo, la idea de vigilar y castigar como método disciplinario de higiene social. O la del cancerbero necesario para oprimir y custodiar a las potenciales criminales, muchas de ellas acusadas, sencillamente de no adaptarse a una norma social machista e injusta. O’Really es la jefa de las carceleras, pues aunque se trata de un “asilo” o “manicomio”, las pautas son idénticas a las de las cárceles.
En La joven que no podía leer, se vislumbra también una crítica a la ciencia moderna, que argumentando con la forma del cerebro o en los orígenes del árbol genealógico, impedía acercarse a una comprensión de la naturaleza humana. Como dice el protagonista, Shakespeare contaba con mayor conocimiento de las afecciones del espíritu. De hecho, la herramienta que quiere utilizar con la joven de manera experimental es enseñarla a leer. Ella ha perdido la memoria, pero coincide en el nombre de una novela anterior de John Harding: Florence y Giles. En su trauma, la lectura está prohibida para las mujeres decentes. Su peculiar forma de hablar, convirtiendo en verbos el restos de categorías gramaticales, dificulta su comprensión lectora. Sin embargo, su ingenio e inteligencia será el motor trepidante hacia el final de la historia.
Entretanto, habrá asesinatos, sustos góticos al estilo brujas entre las sombras, un poquito de sudores nocturnos por investigar en los pasillos siniestros del manicomio y un alegato a favor de la lectura: “Solo te diré una cosa: los libros y la lectura son beneficiosos para la mente humana (…) Quienquiera que te haya dicho lo contrario, quienquiera que te haya prohibido esos beneficios, no puede ser buena persona” (p. 106).