Hay muchas mujeres en mi vida a las que admiro. La primera, mi madre. Hemos vivido las dos solas durante muchísimo tiempo y no hemos necesitado a nadie más. Ella me ha demostrado siempre que una mujer se puede valer por sí misma: la he visto usar herramientas como el taladro o la rotaflex. También la he visto hacer cosas asombrosas como construir una escalera. A día de hoy yo le digo que vale, que no necesitaré a nadie a mi lado para colgarme un cuadro, pero que no pretenda que yo construya sola una escalera porque lo veo bastante improbable. Pero ella siempre me dice que no se trata de poder o no poder: se trata de querer hacerlo o no. Si quieres, lo haces (o al menos lo intentas), sin excusas de condición que valgan.
A mi abuela también la admiro muchísimo. Ha sido capaz de criar a cuatro hijos y sacarlos adelante a pesar de que su voz, como la mayoría de las mujeres de su época, no valía absolutamente nada. El otro día se atrevió a venirse conmigo a Alemania para ver a su hermana. Era la tercera vez que montaba en avión y mientras despegábamos me decía que ese viaje, hace unos años, hubiera sido del todo imposible. La he visto disfrutando durante una semana entera sin preocuparse por nada ni por nadie. Con eso me conformo.
Y también admiro a mi mejor amiga, que lucha día a día por demostrar su valía. Recuerdo que con seis años me decía “odio a los machistas”, sin tener ni ella ni yo idea de lo que hablaba. Pero ahí sigue, demostrando que ella sola se sirve. Que mejor sola que mal acompañada.
Sí, las mujeres de mi vida son un pilar fundamental en ella. También los hombres de mi vida, no os vayáis a pensar. Por suerte, son varios y puedo decir que me siento tremendamente orgullosa de ellos. Pero hoy estoy aquí no para hablar de los hombres (ya lo haré en otro momento, lo prometo), sino para hablar de las mujeres, las grandes protagonistas de La justa, el nuevo libro de Ricardo Sánchez de Madariaga.
Este libro está compuesto por seis relatos, algunos más breves que otros, que tienen escenarios y personajes muy variados. Son muy diferentes entre sí aunque tienen una cosa muy importante en común: todos ellos están narrados por hombres enamorados. Enamorados de mujeres que, a veces les corresponden, otras no tanto y otras no de la forma que ellos hubieran imaginado. Son hombres que están a la merced de una mujer, se llame Linda o Marie France. O incluso a la merced de una mujer sin nombre. No importa.
Como siempre me pasa cada vez que me enfrento a un libro de relatos breves, siempre encuentro uno que es mi favorito. Uno que, por encima de todos los demás, llama especialmente mi atención. Es ese relato el que me vendrá a la mente cada vez que piense en ese libro en concreto, siendo muy posible que el resto de ellos pase rápidamente al olvido. En este caso, ese relato ha sido el titulado como Verano del 78, donde el protagonista conoce a Marie France, una chica que será el eterno amor adolescente del chico que nos está narrando el relato. Entre escenarios de teatro, música y pianos, conoceremos esa historia de amor “fugaz como el sol del veranillo de San Martín” que diría Sabina. Y quizá sea el que más me ha gustado porque los amores de verano tienen ese no sé qué que engancha: sabemos que es una historia que ya fracasa desde el principio, que nace muerta, pero aun así no podemos dejarla escapar. Tal vez sea esa derrota temprana lo que nos empuja a luchar por ella, como si se tratara de una cuestión de orgullo que nos hace intentar derrotar al destino.
El último relato, Talk to me, también me ha gustado mucho. Sobre todo por el trasfondo que tiene. Trata de un hombre que tiene una aventura con una chica mucho más joven que él. Su matrimonio le pesa y necesita huir de él aunque sea solo un rato. Pero su aventura no es como la de los demás: consiste en hablar. Únicamente en hablar. Es un relato muy sincero y que le da un final perfecto al libro.
Hace poco leí otra obra de Ricardo Sánchez de Madariaga: Historia de la columna infame, que era también un conjunto de relatos cortos. De ese libro recuerdo con cariño un relato que tenía como protagonistas a un chico y una chica que viajaban por todo el norte de España. Durante las horas que duraba ese viaje hablaban como si fuera el último día, la última oportunidad. Ese fue el relato que me marcó y que ahora compite con Verano del 78 por ser el que más me ha gustado de los dos libros. En conjunto, me quedaría con La justa, ya que la veo como una obra más redonda, con más sentido, donde todos los relatos tienen algo en común. Es un todo. Pero si tengo que elegir un relato en concreto… me quedaría con el del viaje por el norte. No sé qué tenía, pero ha conseguido convertirse en mi favorito.
Pero aun así me quedo con el libro que estoy reseñando hoy, porque me ha gustado eso de que todos los relatos tuvieran la misma esencia. A pesar de que no tiene por qué ser así, a mí me gusta más cuando todos los relatos están unidos por algo que tienen en común. En este caso, como decía al principio, ese punto de convergencia son las mujeres. Ellas son las que le dan sentido a este libro convirtiéndose en protagonistas aunque en teoría no lo sean.