Como hago cada vez que me dispongo a reseñar, agarro el libro en cuestión y lo coloco a mi lado y frente al ordenador; lo necesito allí, acompañándome en esa ardua y hermosa tarea de contarle a los lectores de Libros y literatura de qué va el libro, de intentar resumirlo en pocas líneas, de transmitirle a los internautas qué sensaciones particulares me dejó su lectura y por qué deberían, según mi visión fanática, salir corriendo a la librería a comprarlo. Un libro ya no es solo un libro tras leerlo y cuando lo vemos, muchos días después, al pasar, instalado en la biblioteca personal para su dulce reposo, el sólo hecho de observarlo ya nos dice algo: al instante nos envía un mensaje que resume lo que sentimos por él, lo que nos dejó. Pasas caminando y ojeas tu biblioteca y ves Cien años de soledad y enseguida lo asocias con una angustia linda y predestinada. Miras un poco más y el desasosiego se hace presente si observas el lomo de algún libro de Pessoa. La sangre y la lucha cotidiana de Roma empapa tu mente si aparece el nombre de Santiago Posteguillo.
Estoy seguro que cada vez que me encuentre con La ligereza de la grava, de Ricardo Roces, una carcajada saldrá de mi boca. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto con un libro y como las risotadas son contagiosas, con toda la alegría del mundo no puedo menos que recomendarles la lectura de este hermoso libro.
Ricardo Roces, el autor, nació y vive en Barcelona y como él mismo anuncia en la contratapa del libro, lleva toda la vida escribiendo y a los cincuenta años ha decidido publicar su primera novela “para demostrar al mundo que aún puede convertirse en un escritor fracasado” En su sola presentación el autor deja ver por dónde van sus ideas, su estilo, su humor, su manera de ver el mundo.
La ligereza de la grava cuenta la historia de Anselmo Querat, un multimillonario (que a mí me hizo acordar a Amancio Ortega) que, cansado de su vida, decide quitarse la vida; instantes previos a lanzarse por un puente, es sorprendido por Edurne, una “insoportable mujer que cambiará todo” y que dará comienzo a una serie de idas y vueltas que, a lo largo de 465 páginas que no se hacen largas, hará las delicias de los lectores, ya que cuando dos mundos tan diferentes como el del multimillonario y esta obesa mujer que trabaja en una casa de comida rápida se encuentran, no puede menos que generarse un caos digno de contarse. A veces necesitamos de la persona menos imaginada, esa que aparece y, a su manera, nos revuelve la vida. Y ojo, querido lector, que no estamos hablando de la típica historia en la que dos polos opuestos se atraen, se casan y viven felices para siempre… no, no, todo lo contrario; son tantas y tan variadas las aventuras que nuestra querida Edurne le hará pasar a Anselmo y a la gama de personajes que pululan por el libro que la diversión y la sorpresa tras cada página están aseguradas.
Edurne López, figura central de la novela, quedará en mi memoria por mucho tiempo, porque es, sin lugar a dudas, el personaje mejor creado de La ligereza de la grava; grosera, hortera, sucia, de un nivel intelectual más que básico, fanática de la sangría y la pizza y con un vocabulario que pone como prioridad los insultos y el doble sentido sexual, me hizo pasar varias tardes de diversión, que no es poco; además, particularmente, me recordaba mucho a una ex jefa que tuve, ya que yo, como Edurne, también trabajé durante tres años en una casa de comida rápida y leyendo el libro, no podía menos que imaginar a Edurne con el rostro de una de mis antiguas managers.
A medida que el libro avanza, se pone al mismo tiempo más excéntrico pero al mismo tiempo más filosófico; por un lado, el autor se permite mezclar varios elementos de ficción pura, haciendo aparecer en escena a tres personajes relacionados con la muerte que nos llevarán a observar fenómenos nunca vistos (todos desde el punto de vista de la humorada) pero que sin embargo permitirán que el narrador comparta ciertas teorías y pensamientos acerca de la muerte y todo lo que significa para los humanos. Estamos, para mí, ante la mejor parte del libro. Leí por ahí alguna vez que a veces, cuando no nos animamos a hablar sobre ciertos temas, utilizamos el humor para enmascarar ciertos miedos, y La ligereza de la grava puede ser un buen ejemplo de eso.
Cabe destacar, como otro punto importante, la construcción de los diálogos, que se leen fluidos y que dotan de personalidad propia tanto a los personajes principales como a los secundarios. A veces es un punto que no se destaca mucho, pero que sin embargo es difícil de lograr.
A lo largo de 67 capítulos, disfrutaremos y nos sorprenderemos con la ironía, el sarcasmo, la originalidad y las sorpresas intelectuales que nos depara esta novela, al mismo tiempo que nos preguntaremos sobre cómo estamos viviendo nuestra vida, cuál es el objetivo de vivirla y cómo, quizá, deberíamos reconducirla, antes de tirarnos del puente. O antes de que aparezca Edurne.
Gracias por tu amable reseña, Roberto. ¡Y gracias por entender la novela casi mejor que el autor!