La luz bajo el polvo, de Ana Esteban
En un ambiente marginal, una madre y su hijo tratan de salir adelante en una historia sencilla y honesta que destaca por la maestría de la narración.
Se acerca el fin del curso, pero en el barrio de Lucas el cambio de estación no viene acompañado de la promesa de un merecido descanso; para Lucas y sus amigos el verano significa otro curso perdido, otro año sin vacaciones, el calor asfixiante que se cuela por las ventana y se adueña de los pisos miserables y te obliga a pasar el día y la noche en la calle, merodeando por ahí sin mucho que hacer —poco más o menos lo mismo que el resto del año, por otra parte—. El verano es el polvo que se pega a la piel sudorosa.
En el barrio de Lucas, uno de esos barrios casi marginales en el extrarradio de alguna gran ciudad, las noticias, los sucesos, no son cosas de los periódicos; suceden de verdad. La inmigración, las tensiones raciales, la pobreza, la marginalidad, los malos tratos o las drogas son realidades que están ahí, en la calle, esperándote cuando sales de casa.
Allí las cosas suceden sin más; la violencia o el fracaso son como el asfixiante calor del verano; difíciles de soportar, pero inevitables.
Vivir en un barrio o en otro, asistir a un determinado instituto y salir con ciertos amigos no es un asunto sin importancia: la delgada línea que, para algunas personas, separa el fracaso de la supervivencia (que no del éxito, reservado para unos pocos, siempre para otros) puede depender del lugar donde vives.
Estrella no sabe qué hacer con el chico: Lucas no es tonto, incluso tiene talento para el dibujo, pero su actitud… no quiere estudiar, no quiere trabajar. Demasiado bien sabe ella qué clase de peligros acechan en la calle para un chaval como su hijo. Y ella bastante tiene con lo que tiene, con matarse a trabajar para llegar a casa rendida y tener que discutir con Lucas
“«Cómo ha ido el examen de hoy.»
Se encoge de hombros.
«¿Mañana tienes otro?»
Asiente desganado y se fija en sus manos que pelan la naranja, luego en su cara donde la huella de otra jornada se frunce en torno a los ojos azules que le mira con una autoridad gastada, alrededor de su boca que engulle los gajos y expulsa las palabras sobre su obligación de aprobar porque ella se sacrifica para que estudie, porque no tiene a nadie que les ayude y él, que ahora sólo piensa que la vida es un juego no sabe lo dura que es, lo que cuesta ganar el pan y lo difícil que es salir adelante y ella ya no da más de sí y tendría que ayudarla, porque se mata para que pueda estudiar algo importante y tenga otras oportunidades, y como no apruebes vas a estar todo el varano metido en casa estudiando y se va a acabar tanto entrar y salir y estar en la calle como un maleante con esos amigos que tienes que son una pandilla de vagos.”
Aunque se diría que un abismo separa a madre e hijo, son más parecidos de lo que ambos querrían reconocer y sus destinos corren paralelos, los dos por el borde del precipicio. Pero él está siempre a la defensiva, siempre enfadado con ella; de hecho está en guerra permanente con el mundo.
¿A dónde huir? Los caballeros andantes no pasan por la calle de Estrella. ¿Y Lucas? Un rato con los colegas en las máquinas, unas pastillas en una disco de un polígono industrial, un botellón improvisado junto a las vías del tren…
“Beben el mejunje y comen pipas escupiendo las cáscaras hacia el terraplén, disparando a cada tren que hace equilibrios al cambiar de aguja para entrar en la estación, para partir a cualquier destino afortunado mientras ellos hablan atrapados en esa concesión inhóspita del muro rodeados de latas roñosas, colillas y papeles y algún preservativo desinflado semienterrado en el polvo.”
Hasta aquí el argumento de La luz bajo el polvo podrá resultar más o menos atractivo, pero seguro que no les parece el más original del mundo; “otra novela de iniciación de un adolescente problemático, de esas que se venden con el reclamo de ser un retrato fiel y descarnado de la juventud actual”, pensarán.
Nada me sabría peor que se quedasen con esa impresión. Por mucho que crean que han leído otros parecidos, les aseguro que este no es uno más. Podría ofrecerles bastantes argumentos para recomendárselo, pero todos podrían resumirse en uno: está muy bien escrito.
Recuerdo que una vez me explicaron que existen dos maneras de alcanzar el éxito: una es hacer algo que hasta el momento no se le haya ocurrido hacer a nadie. La otra es hacer lo mismo que los demás, pero hacerlo muy bien. Y Ana Esteban lo hace extraordinariamente bien. Le bastan poco más de 160 páginas para recrear el ambiente del barrio de un modo tan vívido que se puede mascar el polvo en las calles y para construir unos personajes perfectamente creíbles, con sus luces y sus sombras, con sus miedos y sus sueños.
¿Cómo lo consigue? Narrando su historia con la sencillez de quien sabe perfectamente qué quiere contar y cómo hacerlo. Evitando enredarse en el morbo, en el drama o en la denuncia social. Lo consigue, en definitiva, con un relato honesto que logra desde el primer momento la complicidad del lector.
La luz bajo el polvo no es un libro sobre adolescentes, sino una historia sobre la vida, sobre la lucha callada de héroes anónimos, sobre el destino y la imposibilidad de controlarlo. Un libro implacable, con esa ausencia de amabilidad de la gente que dice la verdad, por eso nos anima a tomar las riendas de nuestra existencia y sacudirnos el polvo, porque el polvo es peligroso. ¿Puede el polvo llegar a cubrir la luz, volverla opaca? ¿Puede apagar la esperanza? Hay que tener cuidado, porque en la oscuridad, ¡es tan fácil caer al abismo!
Pero también es un libro de una rara intensidad, escrito con un falso realismo que esconde un lirismo de una belleza dolorosa. Es, a fin de cuentas, un libro sobre vidas fugaces e inasibles como motas de polvo bajo un rayo de luz, indefensas, a la merced del viento, pero que, por un instante, brillan como estrellas y después desaparecen para siempre.
Javier BR
@javierbrr
Imposible dejar pasar este libro después de leer una reseña así. Siempre me descubres nuevos autores.
Besotes!!!!
Gracias por tu comentario, Margarita. Merece la pena acercarse a esta autora, ya verás qué manera tan hermosa de contar una historia que no lo es. Saludos.