Todo un poemario para acabar con la reflexión que da título al libro: La luz impronunciable. Ernesto Kavi, poeta mexicano, publica de la mano de Sexto Piso esta partitura con base de poemas con la que demostrar que la nada no se puede explicar, que no se puede hacer poesía de ella y menos cuando sabes que el todo es solo la nada disfrazada. La luz impronunciable es un ensayo, no como género literario, sino como prueba, como intento de desgranar una luz que no se sabe de dónde viene, para qué lo hace, cuánto durará y si es de alguien: la luz vital.
Ernesto Kavi nos muestra en papel el intento de pronunciar ese todo que es irreal a través de poemas donde el propio autor lucha consigo mismo y con lo que le rodea. Bajo el sol, bajo una luz que nos acompaña poema tras poema, con aves revoloteando alrededor de un ser humano que se investiga para no encontrarse en sí mismo. Mientras leía el poemario, y ya desde un principio, tenía la imagen en mi cabeza de ese animal simbólico, el Uróboros, que se engulle a sí mismo. Y es que es lo que sucede aquí. Es cierto que en algún poema, los rayos del sol van acompañados de algún rayo de esperanza, pero esta queda muerta unos versos después, como si el Uróboros encontrase partes de su cuerpo dulces pero se diese cuenta poco después que solo son pequeños oasis en un mar de basura corporal.
Al estilo de una partitura musical, con cantos, coda e incluso iniciando el poemario con un fragmento de una partitura de Bach, Ernesto Kavi nos lleva por un ejercicio de exorcismo humano a través de la poesía que va acompañado, además, de una gran innovación formal. Ese juego con la forma – con la disposición de las palabras, el juego de citas, la colocación de signos y símbolos a lo largo de la obra – es algo llamativo y que personalmente me ha traído a la mente el dulce recuerdo de Chantal Maillard.
Con un breve prefacio del ya fallecido poeta Yves Bonnefoy en el que se alaba la poesía de Kavi y se adentra en la poesía como concepto, La luz impronunciable es un gran y recomendable respiro para muchos de los que nos quedamos encallados – para bien – en esa poesía de la generación de los cincuenta, ese intimismo que huye de la perfección formal para estudiar la posibilidad de una perfección más adentro, en el interior del propio poeta; acabando con un homenaje en forma de tres versos que cantan a la felicidad y a la luz sobre la firma de Yves Bonnefoy.